En 1994 la compañía Blizzard sacó un juego de estrategia en tiempo real para computadoras llamado Warcraft: Orcs and Humans, que rápidamente se volvió el más popular de su clase en el mundo. Estaba basado sin demasiado disimulo en el mundo creado por JRR Tolkien para El señor de los anillos (aunque esquivaba cuidadosamente referencias demasiado directas, y con ellas el pago de derechos de autor), presentaba una historia elemental pero bastante más elaborada que las habituales por aquel entonces en ese tipo de juegos, y permitía jugar con los buenos (los humanos) o los malos (los orcos). Fue toda una revolución, que se profundizaría una década después, cuando Blizzard recurrió al mismo universo para su no menos popular World of Warcraft, que se juega online y conserva el record Guinness de ser el más popular de su clase. El universo de Warcraft se amplió a juegos de mesa, novelas, cómics y casi todas las formas de merchandising imaginables. Faltaba una adaptación al cine, que llegó con esta película.
Tras nueve films del talentoso Peter Jackson sobre obras de Tolkien (por no mencionar decenas de producciones clase B también plagadas de magos, orcos, trolls y elfos), y con el escaso prestigio que tienen las adaptaciones de juegos, nada hacía pensar que esta versión tardía para la pantalla grande fuera a convertirse en un fenómeno de alguna clase, pero el mundo de las taquillas ha cambiado mucho. Warcraft fracasó en los grandes mercados anglosajones, en los que fue defenestrada por crítica y público, pero en China, país que la coprodujo, tuvo una enorme distribución y se convirtió rápidamente en una de las películas occidentales más vistas de todos los tiempos, batiendo récords de audiencia. También tuvo un éxito descomunal en países como Ucrania, Alemania y Rusia, y es el film basado en un videojuego más exitoso.
Son datos interesantes para... bueno, saber algo sobre el público cinematográfico de China y Ucrania (que parece compuesto en un porcentaje enorme por gamers), pero no dice mucho sobre la calidad del film. Este, con sus interminables dos horas de duración, en realidad plantea muchas interrogantes acerca del efecto de este tipo de videojuegos sobre el criterio de sus consumidores.
En primer lugar hay que definir de qué se trata el film, y la respuesta es engañosamente simple. Una horda de orcos gigantescos viaja a través de un portal mágico desde el desfalleciente mundo de Draenor hacia el próspero y humano planeta Azeroh, para encontrar un nuevo hogar, previo exterminio de los habitantes originales. Estos, obviamente, resisten, mediante valientes héroes y hechiceros llenos de recursos, y libran una serie de batallas con los orcos. Todo suena bastante elemental, pero de alguna forma la película se las arregla para marear las cosas de tal forma que nunca quedan muy claras las motivaciones y estrategias de sus protagonistas. Esto se debe en parte a la intención explícita de reproducir la posibilidad de identificarse con cualquiera de ambos bandos, que se facilita al presentar héroes y villanos de los dos grupos, un recurso interesante si consiguiera generar interés por alguno de los personajes principales. No ayuda mucho que, salvo Dominic Cooper y Ruth Negga -importados de la serie televisiva Preacher-, el elenco esté compuesto por desconocidos. Tampoco que, con vistas a una secuela, se haya dejado pendiente la resolución de las numerosas líneas argumentales, y a varios personajes a la deriva.
Siendo sinceros, todas estas críticas resultarían más bien irrelevantes si el mundo de Warcraft fuera suficientemente espectacular, mágico, violento y épico, pero en estos aspectos la película también derrapa. El universo visual del juego está llevado fielmente a la pantalla, pero esto implica la reproducción estéril de planos aéreos de aldeas rodeadas de las distintivas torres de vigilancia del videojuego, y una tendencia al colorinche que por momentos roza lo psicodélico pero ni siquiera llega a serlo. Para peor, el enorme despliegue de efectos visuales (a donde seguramente fue el presupuesto ahorrado en actores) no logra evitar una artificialidad absoluta, que hace parecer a las similares películas de Peter Jackson -de las cuales la primera ya cumplió 15 años- un prodigio de realismo y buen gusto. Es decir que no hay realmente nada que rescatar de este juego de estrategia magnificado, pero les gustó a tantos millones de chinos que inevitablemente tendremos secuelas de Warcraft para rato.
Como curiosidad, Warcraft fue dirigida por Duncan Jones, antes responsable de las interesantes películas de ciencia ficción Moon (2009) y Source Code (2011), y que además es el hijo mayor de David Bowie. De este conservó el apellido real y cambió sensatamente su primer nombre, Zowie, capaz de rivalizar en espanto con Merlín Atahualpa y otros denominativos extravagantes con los que algunos músicos bautizan a sus primeros hijos.