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Aunque el periodismo y la crónica mediante historieta no sean los géneros más populares para ese medio, son dos de sus variantes más interesantes, con las que ha llegado a picos muy altos de creatividad. El italiano Igor Tuveri (1958), que firma sus libros como Igort, se ha revelado como uno de los grandes en esos géneros, y es un autor tan preocupado por la narración gráfica como por la denuncia y la reconstrucción de la memoria. Cuadernos rusos y Cuadernos japoneses son buenos ejemplos de su abundante producción.

Cuadernos japoneses es el más reciente y relata sus años de trabajo en Japón dentro de la poderosa y mítica industria del manga (genérico de historietas en japonés), de 1991 a casi la actualidad. Igort muestra una gran fascinación por la cultura y la idiosincrasia japonesas, e inicia el libro explicando que su llegada al país asiático no se debió a la casualidad, sino a la larga persecución del sueño de conocerlo, hecho realidad de un modo que no había previsto. Logró publicar una historieta propia con Kodansha, una de las editoriales más poderosas de Japón, y tuvo allí un éxito comercial inesperado gracias a sus personajes.

Al igual que los libros del historietista francés Guy Delisle, que ha realizado grandes obras sobre sus viajes y trabajos en el extranjero (Birmania, Israel y Corea del Norte, entre otros países), este de Tuveri tiene el gancho inevitable del exotismo, mediante las vivencias cotidianas de un europeo que se enfrentó a una cultura radicalmente distinta de la suya. Eso solo no basta, por supuesto, para que una obra sea interesante, si no lo son la mirada del autor, sus comentarios o su sentido del humor. Igort no es precisamente humorístico o simpático, como puede serlo Delisle, sino que tiende más a lo expositivo y a emplear una gran variedad de recursos narrativos. Hay páginas de Cuadernos japoneses con ilustraciones en acuarela sobre renglones de un cuaderno, con mucho texto y un solo dibujo, con secuencias de imágenes mudas, con imágenes acompañadas por textos al pie, además de muchas de historieta tradicional y algunas con fotografías. Todo depende de lo que esté contando en ese momento, pero siempre hay mucho trabajo gráfico para darle unidad estética al conjunto.

Cuadernos rusos sigue criterios gráficos similares, pero apunta a realizar una fuerte denuncia política al contar las circunstancias del asesinato de la periodista rusa Anna Politkóvskaya en 2006. Movido por ese crimen, Tuveri viajó a Rusia para reconstruir la vida de Politkóvskaya, quien investigó las siniestras prácticas del ejército y el gobierno de su país en Chechenia. “El 7 de octubre de 2006 [fecha del asesinato], se extinguió una importantísima luz para la conciencia rusa, se hizo oír la brutalidad de una democracia travestida, para la cual los sovietólogos han acuñado el término democradura”, afirma en la primera página (ignorando que ese término es bastante anterior y extendiendo la referencia a lo soviético para un período posterior al fin de la URSS).

El autor visitó sitios clave y entrevistó a gente que le ofreció testimonio sobre los abusos cometidos en Chechenia, un poco al estilo de lo que hace el gran periodista-historietista estadounidense Joe Sacco. En algunos puntos, lo que se relata es estremecedor, pero el tono es sobre todo de tristeza, y los dibujos tienen un aire melancólico que trasluce los sentimientos de Igort. No es, literalmente, un libro menos colorido que Cuadernos japoneses, porque se utiliza una paleta muy similar, pero lo que describe baja un velo de oscuridad sobre las ilustraciones.

En Cuadernos rusos Igort da la impresión de ser un buen discípulo del polaco Ryszard Kapuscinski, al combinar literatura con periodismo puro y duro, relato en primera persona y una enorme libertad para contar su historia del modo en que mejor le parece. Después de este libro, editó Cuadernos ucranianos, producto de un viaje en el que recabó testimonios de sobrevivientes de la hambruna causada por la política de colectivización agraria estalinista. Fue publicado en español por una editorial que ya no existe, pero aún se puede hallar en internet.

El valor extra de estas obras es que muestran el potencial de la historieta fuera de la ficción, procesando hechos reales mediante la sensibilidad gráfica y las decisiones narrativas de un autor.

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