En la película Escuadrón Suicida (David Ayer, 2016), parte decisiva de la acción transcurre en un edificio que se llama John Ostrander. El nombre es un guiño respetuoso al guionista de cómics que le dio la forma moderna a este grupo de antihéroes. Ostrander no fue el creador de los personajes, pero sí el responsable de darles un tratamiento propio del cine de espionaje y acción, con inevitables tintes políticos en los tiempos de Ronald Reagan y, por lo tanto, de aportarle relevancia a personajes secundarios. Aquella serie, que se publicó de 1987 a 1992, es ahora reeditada en cinco tomos (de los que acaba de salir el cuarto) por DC Comics, aunque a Uruguay llegó en 1988 en una edición española que hoy es material para coleccionistas.
El Escuadrón Suicida apareció por primera vez en 1957, en seis breves historietas escritas por Robert Kanigher y dibujadas por Ross Andru. Era un equipo de villanos al que se le encargaba enfrentar seres sobrenaturales, con el marco de la paranoia anticomunista de los tiempos de Joseph McCarthy. Duró poco, y el grupo quedó archivado hasta 1987. Luego tuvo distintas etapas con interrupciones, varios equipos creativos y sus correspondientes altibajos de calidad, pero se convirtió en el grupo de supervillanos más interesante del universo de DC por sus tramas de espionaje, aventuras algo politizadas y ocasionales estallidos de violencia y humor.
A mitad de los años 80, DC había sacudido al mundo de las historietas arriesgándose a contratar autores que les aportaban aires de renovación a sus personajes. Miniseries como Watchmen y El regreso del señor de la noche estaban en la cresta de la ola y mostraban que había espacio creativo, público suficiente y potencial comercial para superhéroes relativamente más realistas, con historias duras y personajes creíbles. La combinación de estos factores explicó la resurrección del Escuadrón Suicida.
Ostrander, que por ese entonces tenía 36 años, había estudiado teología con la idea de hacerse sacerdote y también se había dedicado a la actuación, a fin de convertirse en dramaturgo. Tras dejar el seminario, se volvió agnóstico y, por otra parte, su formación actoral le sirvió para buscar nuevos modos de escribir sus guiones. Los diálogos de sus historietas del Escuadrón Suicida son fluidos y creíbles, tanto que el lector puede aceptar la lógica interna de una ficción sobre seres superpoderosos en misiones en Medio Oriente y en la Unión Soviética.
Ostrander se divierte manejando personajes que tienen poco espíritu de equipo y que están unidos a la fuerza, por la promesa de que sus condenas penales serán reducidas si cumplen las tareas que se les asignan. El gran motor que inventa el guionista para mover toda la trama reside en el personaje de Amanda Waller, considerado su mayor aporte al universo superheroico de DC. Se trata de una figura poderosa dentro del gobierno de Estados Unidos, doctora en ciencia política, que ejerce influencias, presiones y amenazas a tal punto que parece una villana más.
Si la formación actoral y en dramaturgia del guionista se manifiesta en su forma de escribir los diálogos y manejar los personajes, la teológica también aflora, según él mismo dijo en una entrevista, porque las historias del Escuadrón Suicida tratan el tema de los límites entre moralidad e inmoralidad. Sin moralejas o pretensiones de evangelizar, la cuestión de la ambigüedad moral está detrás de la aventura superheroica y de la trama política.
Aunque aquella encarnación del grupo fue, probablemente, la más interesante en su historia, o al menos la que permite más lecturas, no fue la principal fuente de la que bebió Ayer para su film. El director se inspiró en el período iniciado en 2011, que incluyó algunos cambios con aspiraciones comerciales como incorporar al personaje de Harley Quinn (novia y ex psiquiatra del Joker), en una versión ostentosamente sexualizada, y transformar a Waller, que era una señora de cien kilos, en una especie de supermodelo. La película conserva parte de ese tratamiento de Harley Quinn, pero usa a la Waller de Ostrander. Con esos guiños, rinde tributo a un guionista que nunca recibió gran reconocimiento como escritor o autor, pero que sin duda aportó algo distinto a la industria de la historieta.