Continuando el proyecto de reedición de la discografía completa de Jaime Roos -al que el músico y el sello Bizarro se encuentran dedicados desde el año pasado, y que tuvo en su primera tanda a Candombe del 31 (1977), Para espantar el sueño (1978), Aquello (1981), Siempre son las cuatro (1982) y Mediocampo (1984)-, llegan ahora cuatro de los cinco discos (falta el casi recopilatorio Brindis por Pierrot) que editó de 1985 a 1989, sin contar las grabaciones con el grupo Repique, en lo que fue el período más prolífico de su carrera.
Sobre la calidad de esta nueva serie de reediciones, curadas, remasterizadas y publicadas con un extremo cuidado gráfico, no vamos a repetir los elogios que ya escribimos sobre la primera tanda: basta mencionar que el excelente trabajo de los primeros cinco discos se mantiene en estos cuatro, conformando la edición ideal -al menos hasta que exista una en vinilo- de la obra del principal compositor uruguayo de las últimas décadas. Mejor entonces recordar las características de estos discos, que si bien no gozan del mismo grado de unanimidad que los cinco anteriores, son todos obras importantes, no sólo en la carrera de Roos, sino en la historia de la música popular nacional de la última década.
La sexta de estas reediciones es quizá el disco menos conocido entre todos los del artista, pero para nada una obra menor. Mujer de sal junto a un hombre vuelto carbón (1985) no es un álbum solista, sino uno hecho en colaboración con su entonces compañera Estela Magnone, compositora e instrumentista de sobrados méritos personales. Aunque la presencia de Roos es evidente desde el primer tema (“Carbón y sal”, en el que lleva la voz líder), el disco puede ser considerado una obra predominantemente de Magnone, quien no sólo aporta la melodía de todos los temas, sino que es la clave de la radical diferencia musical con otras obras de Jaime. Basado sobre todo en los teclados, Mujer de sal... carece de murga, de candombe, de psicodelia y del rock de aires beatlescos que habían caracterizado hasta entonces al trabajo del compositor de “Adiós, juventud”, y en su lugar se encuentran estructuras angulosas y de compleja armonía, más emparentadas con la música clásica contemporánea europea que con los ritmos de Palermo y Barrio Sur. No se trata, sin embargo, de un disco radicalmente experimental o difícil, sino más bien de una colección de baladas en su mayoría sentimentales, que funcionan casi como un diálogo de pareja entre Roos y Magnone, con melodías accesibles pero con una producción espartana y algo ríspida, que refuerza la sensación de intimidad.
Se ha destacado que Mujer de sal... fue el fonograma menos vendido de Roos, y esto se atribuye a menudo a que fue editado casi al mismo tiempo que el exitosísimo recopilatorio Brindis por Pierrot. En realidad, cuesta creer que tuviera alguna oportunidad de convertirse en un éxito popular en 1985, muchos años antes de que los discos minimalistas o íntimos se pusieran de moda, pero es tal vez el redescubrimiento más sorprendente que posibilita esta serie de reediciones: un disco hermoso al que hay que revalorar en su justa medida. Algunos de los timbres de sintetizador que lo pueblan suenan hoy un poco datados, pero quién sabe, tal vez mañana ocurra exactamente lo opuesto.
Tiempos modernos
El siguiente disco de Roos, 7 y 3 (1986), desarrollaría el interés por la tecnología y los timbres electrónicos que había impregnado su disco junto a Magnone. En este caso, tal interés llevó a algunas decisiones cuestionables, como la de grabar todos los instrumentos por línea, haciendo desaparecer la sonoridad de la sala y algo del empaste de la banda, y sustituir la batería tradicional por una electrónica programada, lo que le dio al álbum un clima de modernidad muy propio de los 80, pero algo frío para un músico caracterizado por su swing. Sin embargo, el sonido distanciado del disco no es el principal problema (ahora bastante compensado por la que debe ser -junto a las de Para espantar el sueño y Aquello- la mejor remasterización de todos estos relanzamientos), sino lo escaso del conjunto de apenas seis canciones, que, a diferencia de los también pocos y prolongados temas de Para espantar el sueño -que se justificaban por su carácter hipnótico y mántrico-, parecen estiradas en forma innecesaria, especialmente para un disco con arreglos más sencillos que sus dos obras anteriores como solista.
Por primera vez en lo que venía siendo una discografía perfecta y siempre ascendente, 7 y 3 pareció, si no un paso atrás, por lo menos uno al costado. Claro que casi cualquier otro músico uruguayo daría lo que no tiene por sacar un disco con un par de canciones como “Mío” o “Lo que no te di”, pero el resultado general se deslucía si se lo comparaba con los impecables y anteriores Siempre son las cuatro y Mediocampo. De cualquier forma, dejó su marca y es un disco muy respetable por los riesgos asumidos, sobre todo en su tema de mayor difusión, la milonga eléctrica y con ligeros aires de Daniel Viglietti “La hermana de la Coneja”, notoria por la franqueza sexual de su letra y su vívida descripción urbana, algo estropeadas por la reflexión moral final de la historia.
Por la calle del eclecticismo
El sonido ochentoso, más rockero y new wave de 7 y 3 está completamente ausente en su disco del año siguiente, Sur (1987), y el rock es prácticamente el único género de los ya transitados por Roos que no está representado (de forma simétrica a la ausencia de murga en 7 y 3) en esta obra extraña que contiene milongas, candombes, aproximaciones al tango, una murga pura y algún tema de aires tiroleses.
Este eclecticismo era casi inevitable: a diferencia de los discos anteriores de Jaime, Sur presentaba una mélange de canciones escritas en períodos muy distintos, incluyendo cuatro ya editadas en sus primeros discos y regrabadas para la ocasión. Si bien el conjunto así formado es posiblemente superior al del anterior, Sur, en su deliberada variedad, es una obra que carece de unidad -algo que 7 y 3, para bien o para mal, tenía- y que funciona más al escuchar sus temas individualmente que de corrido. La presencia estelar de varios de los artistas favoritos de Roos (y muy idiosincráticos) -Ruben Rada, Opa, Los Olimareños- está siempre justificada, pero también colabora con la fragmentación general, por otra parte, lo único reprochable del que, en lo demás, es un gran disco.
Algunas de las canciones rescatadas de sus primeros discos -“Sí sí sí”, la siempre emotiva “Carta a poste restante”- regresan en versiones más sueltas y mejor interpretadas que las originales, pero las estrellas del disco son algunos temas nuevos, como el impactante “Candombe de Reyes”, un primo cercano del genial “Pirucho” pero incluso más voluptuoso y psicodélico, casi una microsinfonía en clave de candombe (con un Ruben Rada en llamas haciendo pequeños solos de voz), que tal vez no ha sido reconocida aún como la maravilla que es. Otro punto altísimo es el tema que abre el disco, “Lluvia con sol”, que de alguna forma recuerda en melodía y letra a la sensación de extrañeza melancólica de 7 y 3, y aunque no fue el hit que merecía ser, sigue entre los favoritos de los fans de Roos. En cambio, sí fueron superéxitos el candombe “Amándote” y la murga “Despedida del Gran Tuleque 87”; el primero, una obra engañosamente simple a primera escucha, pero de compleja estructura armónica; la segunda, una canción con letra de Mauricio Rosencof que se convirtió en algo así como el himno de los reclamos por los derechos humanos que culminarían, dos años tarde, en el imprevisto bajón general del plebiscito de 1989. “Despedida del Gran Tuleque 87” tiene la particularidad, además, de ser la canción más explícitamente política de Roos, algo tal vez debido a Rosencof, pero sin duda significativo en este disco. Son dos canciones que se han interpretado innumerables veces en cuanta reunión de uruguayos haya tenido lugar en cualquier parte del orbe, y que de alguna forma constituyen una buena medida de la popularidad de Roos y de su talento para combinar lo popular y lo intrincado.
Sobre las tablas
Grabado en vivo en el pub La Barraca, junto a su entonces flamante banda La Escuelita -que contaba, entre otros, con Hugo Fattoruso, Popo Romano y Gustavo Etchenique-, Esta noche fue el primer disco en vivo de un artista que se había presentado en público centenares de veces durante los años anteriores. Se trata de un en vivo a la vieja usanza, de grandes discos grabados en los años 60 y 70. Es decir, no se trata de una recopilación de éxitos reproducidos con mayor o menor entusiasmo y fidelidad -con el agregado de aplausos y gritos-, sino que es una obra independiente, homogénea y llena de sorpresas. Según apuntan los comentarios de Guilherme de Alencar Pinto escritos para esta reedición, Roos relativizaría más tarde las grabaciones contenidas en este disco, prefiriendo las que compondrían la banda de sonido del extraordinario documental A las 10 (1994), con la banda ampliada y mucho más afianzada en lo que fue su última gira, pero la espontaneidad algo desprolija y la relativa libertad de ejecución de Esta noche están entre los encantos de este disco, y aportan una bienvenida calidez y unidad luego de la ligera frialdad de 7 y 3 y la dispersión de Sur. Aunque algunos solos pueden sonar un poco excesivos y la mezcla deja un poco olvidada la guitarra, son detalles menores ante una actuación tan entusiasta. Esta noche no es tan clásico y orientado al público como Concierto aniversario (1998), ni tan experimental como Hermano te estoy hablando (2009), pero en su conjunto termina siendo el más satisfactorio y vital de los tres discos en vivo de Roos.
Las novedades son numerosas, y van desde un cover del entonces recientemente fallecido Jorge Lazaroff (“Pelota al medio”, en una versión que terminó siendo más exitosa que la original) hasta el “Saludo 61” de Asaltantes con Patente, así como una versión propia de la bellísima “Piropo”, que Roos había compuesto para un disco de Laura Canoura, pero que en su voz alcanzó el feeling definitivo. Además de los temas nuevos, también es interesantísima la selección de las canciones de sus discos previos, en la que brillan por su ausencia los hits, y en cambio están presentes composiciones que habían pasado algo inadvertidas, como “Victoria Abaracón”, “Murga de la pica” y la fantástica “La sirena”. Algunas de las versiones superan ampliamente las originales en estudio, siendo el caso más claro el de “Esta noche”, que cumple todas las promesas de energía y contundencia que apenas quedaban esbozadas en la grabación de 7 y 3, y es realmente arrolladora. También vale la pena mencionar a la que posiblemente sea la mejor y más veloz versión de “Cometa de la Farola”, entre otras cosas por el solo de Fattoruso y la dedicatoria (“¡Vamos los tuertos!”), que hace explícita para los distraídos la sensible inspiración original del tema.
Esta noche cierra esta segunda tanda de reediciones en un punto alto. Ahora es cuestión de esperar la tercera.