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César Gamboa, del grupo de rap Contra las Cuerdas. Foto: Federico Gutiérrez

“El flow se entiende en todos lados”

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Con César Gamboa, de Contra las Cuerdas.

Frente a la nueva camada de artistas que aparecieron en la escena hiphopera en los últimos años, Contra las Cuerdas es una banda mítica por su papel en la primera década de este siglo, cuando fue la que mejor supo entender la importancia de la musicalidad en el género y le inyectó a su música, como ninguna otra formación, sonidos y referencias locales. Luego de años circulando un poco fuera del radar, hoy a las 21.00 presentará en la sala Zavala Muniz su disco Al sur de la ciudad, que se puede descargar por Spotify desde www.facebook.com/clcrap. Con ese motivo, entrevistamos a César -DJ Sapo- Gamboa, la mitad del binomio fraterno que fundó la banda.

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Entre sus múltiples cambios de formación, últimamente incorporaron a los hermanos Cuello, que en batería, guitarra y bajo les dan aun más sonido de banda que el que ya tenían con las percusiones y el teclado.

-Son muy funkeros y tocan muy bien. Hace un año filmamos un Autores en vivo [para el ciclo de ese nombre que organiza la Asociación General de Autores del Uruguay, AGADU] y formamos una banda con ellos para el toque. Después de esa grabación, volvimos a la dinámica de ensayar; hasta ahora no hemos parado. El tema es que cuando tenés material necesitás una banda que lo respalde; puede ocurrir que tengas todas las grabaciones y los proyectos pero no cuentes con un equipo para defenderlos, sobre todo cuando grabás este estilo de música, que suele meter a muchos invitados que no son de la banda; cuando tocás en vivo tenés que tirar todo con secuencia, y no tiene tanto jugo. Esta es una nueva etapa, la de armar una banda que es más orgánica y usa cada vez menos la secuencia. Al sur de la ciudad casi no tiene sampleos. Eso te permite no estar tan de rehén de la base, de manera que si te pasás de tiempo en el rapeo, te queda todo desfasado. Ahora nos manejamos con nuestros tiempos y podemos acortar o estirar como queramos. Si bien siempre tuvimos un viaje de fusionar, mezclar y salir un poco del rap más clásico del beat, queríamos ponerle un tuco más, una percusión, un bajista; ahora se está componiendo desde los instrumentos, reforzando el “en vivo”.

Otro de los cambios fue que pasaste de estar exclusivamente detrás de las bandejas al micrófono.

-Cuando empezamos a rapear en nuestro grupo de amigos fui el primero en agarrar una birome y un papel y tirar las peores rimas del universo, pero tirarlas. Estaba cebado; era eso de escribirle hasta a mis amigos y decirles “esta es tu parte, esta es la mía”. Ni idea teníamos; si bien había unas bandas pioneras que escuchábamos, no teníamos acceso alguno. Yo escribía y me gustaba, pero era chico y no me sentía cómodo con mi voz. Si bien no soy un enfermito de la bandeja y de la técnica, siempre fui un enfermito de la música, de compartir música, de mostrársela a los demás. Cuando con ese grupo de amigos formamos la banda, me pareció que el del DJ era un buen lugar, además de que es la espina dorsal del rap. Cuando se fue el Billy [Guillermo Fervenza, tercer miembro fundador de Contra las Cuerdas], alguien tenía que hacer las letras suyas, y el ideal era que fuera yo porque ya sabía las letras y porque con mi hermano [Marcelo Gamboa] me entiendo en vivo; es como jugar al fútbol: ya nos conocemos de memoria.

¿Cuál es el primer tema de rap que recordás?

-Me parece que fue “Mi abuela”, de Wilfred y La Ganga, o el tema de Batman de aquel disco hecho por Prince. Yo era chico. Después, toda la época de Jazzy Mel. O cuando salió el disco de Los Simpson, The Simpsons Sing the Blues, que tenía el “Do the Bartman”. Al tiempo me enteré de que eran producidos por Prince, así que no estábamos tan errados. En cuanto a rap de verdad, el primer disco que escuché entero fue uno de Cypress Hill. En esa época curtía Beastie Boys, rock medio alternativo, Planet Hemp, que tenían cosas de rap, pero Cypress Hill era otra cosa.

¿Cuál fue el disco de rap más importante que escuchaste?

-Creo que el Brothas Doobie, de Funkdoobiest. Era una banda producida por el DJ de Cypress Hill, que también estaba metido en House of Pain. De las tres bandas, la menos popular es esa. El disco está muy bueno, tiene unos beats tremendos. El rapero era puertorriqueño y tenía una cadencia para decir las cosas muy diferente de las de B-Real [Cypress Hill] o Everlast, que es el de House of Pain. Ese disco perduró mucho tiempo en mi cabeza. El otro es All Eyez on Me, de 2Pac. Cuando lo escuché ya curtía esa música, pero dije: “¿Y esto qué es?”. Era marciano para mí. Era en casete, no tenía ni idea de cómo era físicamente 2Pac; escuchaba esos sonidos y decía: “Esto es una enfermedad mental, es impresionante”. Me acuerdo de que andaba en skate y me lo ponía en los audífonos, y también de que se lo mostraba a otros y me decían: “Esto es muy de negros”, y se quedaban tranquilos con su Cypress Hill. En Uruguay todavía había una onda más latina, más chicana, pero cuando escuché 2Pac dije: “Es por acá”.

El hip hop uruguayo de los inicios era mucho más latino, más chicano. Fernando Santullo, de Peyote Asesino, había vivido en México, pero creo que era algo que trascendía ese detalle.

-Es que hubo una etapa del skate, MTV, lo alternativo y eso, en que estaba toda la rebeldía del rock and roll, pero en esa época estaba toda la movida latina dentro de la música. Estaban Aterciopelados, Illya Kuryaki, Control Machete... hoy en día, aun con internet y todo eso, Latinoamérica no es tan escuchada como en aquellos tiempos. Estaba todo mucho más unificado en esa época. En el rap era eso. También [el grupo chileno] Tiro de Gracia, que era impresionante: su primer disco es de los mejores de rap en español. Está muy bien rapeado para la época, porque después salió todo el boom del rap español, pero ese disco era mucho mejor que la mayoría de lo que salió después, tiene una magia especial. Está demasiado bien hecho para su época.

Ustedes, pese a todos los cambios de formación, siguen siendo fundamentalmente funkeros.

-Sí, no tenemos ese loop medio oscuro y denso que hay ahora, más que antes, en el rap español. Una tendencia a sonar a Nueva York en 1996, pero más depresivo. Son tendencias: estuvo la época en que todo era West Coast, todo “hey! ho!”, esa onda; después la época más Nueva York. Ahora está el trap. Nosotros estamos cada vez más concentrados, más que nada, en la musicalidad de lo que hacemos. Hace un tiempo, escuché algo que me gustó mucho, que en el rap vos tenés que preocuparte mucho por el flow, porque cuando te escucha alguien que no entiende lo que estás diciendo, el flow es lo que va a entender, el flow se entiende en todos lados.

Hablando de cosas más frías que otras, siempre me pareció, sobre todo en los comienzos, que en su hermandad con La Teja Pride ellos eran la versión más cerebral y fría, y ustedes los más pachangueros.

-Sí, ellos eran más emos, puede ser [risas]. Nosotros cuando salimos éramos más bardo. Uno de los primeros temas que hicimos decía: “Puede ser desagradable como una pija en tu boca”; éramos chicos y estábamos para esa de “ah, que divertido, que ordinario, jaja”, medio boludos. Una cosa medio peleadora; nos salía así porque nos gustaba cómo sonaba. Ellos eran más tranqui, más cerebrales, más de pensar las cosas. Lo que hacíamos ahí era bien de gurí, de tirar fruta nomás; ahora evolucionó mucho. Yo me retrotraigo y creo que era lo que teníamos que hacer, no podía sentarme a escribir “me parece que tu cuerpo... cuando la oscuridad y el frío y la humedad...”; si me hubiera visto escribiendo eso a esa edad me habría pegado una cachetada y me diría: “Callate, mongólico, tomate un vino”. No sé.

Ustedes tenían más flow y eran más primitivos, y ellos más cerebrales y disciplinados; eso se ve también en sus carreras: la de ellos es más un relojito, y la de ustedes, medio accidentada.

-Bueno, puede ser, yo no soy quien debería decir si teníamos más flow o no, pero La Teja siempre laburó muchísimo. En sus discos hay un laburo de sonido súper fino, es un tremendo legado el que dejan y el que tienen.

A veces parece que ustedes tuvieran algo de autosabotaje en su carrera.

-Puede ser. ¿En qué sentido lo decís?

Cuando dan un paso adelante se les baja alguien del barco. Ni bien sacaron su primer disco se les fue Billy, ahora sacan este otro y se les va Ferna [Fernando Núñez]...

-No sé decirte; si fuera capaz de verlo, trataría de cambiarlo. La banda no es más grande por una cuestión de ser poco profesionales, o más bien poco efectivos. Igual, ahora hacemos todo mucho mejor. Mi hermano sabe escribir música, ahora te escribe una partitura y te dice: “Tocate esto”. Yo sé escribir unos raps, cosas que no sabía. Hay crecimiento, la música no es la misma. Lo que sí hay es un problema de concreción en algunas cosas. Creo que siempre nos concentramos mucho en hacer música y poco en plasmarla y venderla, en sacarla para afuera y que tenga vida propia. Estirar tanto los tiempos hace que haya gente que tiene otras necesidades. Este es un proyecto que llevamos mi hermano y yo: si se baja uno de los dos, se termina. No sé si hay autoboicot, pero es nuestra forma de remarla. Se intenta mejorar. Pero sí, puede ser, no lo había pensado, maldito psicólogo...

¿Cuál es el peso de los barrios? Estaba la impronta del Prado cuando laburabas con Oeste Profunk, después La Teja, y ahora se nota el peso del candombe de Barrio Sur, donde grabaron este disco.

-Se ve un poco en las temáticas. Cuando nos conocimos vivíamos en el Prado, pero antes vivimos en Jacinto Vera y en el Centro, que me marcó mucho como persona. Yo no tenía tantos amigos del Prado, tenía mis amigos de la calle, pero no tanto del barrio. El entorno te modifica, y el Prado te da eso de estar jugando al fútbol en la calle todo el tiempo, ir al Botánico, estar en la naturaleza. De la gente que conocía cuando estaba en el Centro, con la que jugábamos al fútbol en la plaza del Entrevero, hay varios que quedaron ahí, que están en la mala. Ya se olía un poco también, aunque podría haber pasado en cualquier lado. El barrio te determina: en uno, si no hay nada que hacer, capaz que tirás una pelota y te ponés a jugar al fútbol, mientras que capaz que en otro empezás a hacer cagadas. El Sur tiene mucha musicalidad, hasta se grita con musicalidad. Ya es todo con sabor, se escucha mucha salsa, mucha plena. Te vas a La Teja y por todos lados se escucha folclore. En Barrio Sur todos saben tocar instrumentos de percusión, y con swing. Musicalmente es un barrio riquísimo.

En los últimos años, el freestyle adquirió en el hip hop de Montevideo un nivel de relevancia que difuminó un poco el peso de las canciones en sí.

-Sí, son modas. Creo que ahora está muy de moda la batalla, no tanto el freestyle. Tengo mis dudas con respecto a eso, un amor y odio. Me parece que hay cosas que están buenas y otras que son una cagada. Hay gente que te dice que es mejor agarrarse en una batalla de puteadas que pegarse un tiro o agarrarse a las piñas. Obvio, pero no sé qué tan bien está pasarle por arriba a otro porque sos más vivo y lo insultás mejor. ¿Esa es la esencia de lo que queremos mostrar? Creo que tiene popularidad porque se juega por los mismos canales en que juegan los programas de chimentos, o esos que fomentan el roce desde la comodidad del espectador. Tiene ese morbo, y no sé si el rap lo necesita.

Ustedes tienen un “vamo’ arriba todos” medio incorporado, pero parte del estilo de mucho hip hop actual se sostiene alrededor de un antagonista al que se putea, aunque nunca se entienda quién es.

-Ese es un clásico. Hay una cosa que veo en casi todos los raperos, y uno a veces hasta cae un poco en esa de que hay una persecuta del hater. Siempre es un hater, que nunca tiene nombre, pero hay alguien que está quemando. Esa de “vos sabés quién sos”, del enemigo oculto; lo he visto diez mil veces. A veces que entrás en esa, pero al final es “loco, si tenés que decir algo, decilo”, porque dicen “estos que...” y vos preguntás ¿quiénes? En parte es terrible, porque genera una especie de histeria: “¿De quién estará hablando? ¿Estará hablando de mí?”. El hip hop desde sus comienzos es muy competitivo. Me parece que a veces nos estamos matando entre nosotros. Además, las batallas de freestyle generan un ambiente que no sé si es muy positivo, no lo podés hacer en todos lados. Una vez fuimos a una movida de freestyle, estábamos medio escabiados y dijimos “vamo’ a anotarno’, dale”. Y era una cosa de que los mejores quedaban y te metían en un enfrentamiento; yo quedé, y me divierte mucho improvisar, pero no me divierte criticar a otro porque sí. Después, al otro día, el que organizaba me pasó llamando, diciéndome: “Mirá, Sapo, que el viernes que viene tenés que enfrentarte a Tal”. Yo le decía que no estaba ni ahí, y él: “Bueno, y entonces ¿para qué lo hiciste?”. Y ta, sos un boludo, quedó afuera gente que está para esa porque vos te mamaste y querías el micrófono. Al final tuve que ir y me sentí muy incómodo. Me tocó contra un pibe, y me puse a rapear un freestyle, pero no a rapearle a él y criticarlo, y el loco quedó medio de cara e hizo lo mismo, pero después en la segunda ronda me la mandó a guardar el último minuto y me ganó. Me pareció muy ridículo todo. Prefiero sentarme, escribir música y compartirla que estar gastando mis energías en eso. Hay millones de cosas de las que hablar, y millones de enemigos para darles un guadañazo, no tiene por qué ser a otro pibe que está haciendo lo mismo que vos.

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