A principios de los años 80, tres compañeros de secundaria de Berkeley (California) se hicieron amigos a causa de su amor compartido por el skate, el cine y el hip-hop. Al finalizar el colegio, el skate quedó de lado, pero dos de ellos, Jorma Taccone y Akiva Schaffer, decidieron estudiar dirección cinematográfica, mientras que el tercero, Andy Samberg, se dedicó a la actuación, y los tres siguieron tan fascinados por el hip-hop que comenzaron a componer temas en clave humorística, con creativos videoclips caseros. Aunque aún no existía Youtube, comenzaron a difundirlos, bajo el nombre artístico The Lonely Island (TLI), con la fortuna de llamar la atención de un conocido de Lorne Michaels -amo y señor del programa Saturday Night Live- y que este decidiera incluir los clips del trío en ese show y a Andy Samberg en su elenco.
Más que parodistas
Los clips de TLI lograron reavivar y actualizar un poco al alicaído Saturday Night Live, y Samberg se reveló como un comediante excepcional, pero lejos de quedarse en la producción de clips payasescos y con un humor de frecuente brocha gorda, el trío se dedicó a perfeccionar su propuesta musical hasta convertirla en algo que -como los mejores momentos de El Cuarteto de Nos- parodiaba el hip-hop (ellos mismos denominaron a su música “falso rap”), pero al mismo tiempo tenía un alto nivel de composición y producción, que los llevó a reunir las canciones en un exitoso disco -Incredibad (2009)- y a establecerse como un proyecto musical permanente.
Las canciones rara vez superaban los dos minutos y medio, como si, una vez presentada y desarrollada mínimamente la idea general -inevitablemente humorística-, tuvieran pánico de estirarla demasiado y disminuir su efecto. Pero eso no significaba que, en los arreglos o en la composición, los temas fueran sólo soportes para chistes. Por el contrario, Taccone (el principal responsable musical del trío, mientras que Schaffer es quien suele escribir los textos y Samberg es el vocalista más frecuente y el protagonista de casi todos los clips) ha demostrado ser una especie de esponja capaz de absorber las sonoridades mayoritarias del pop y el hip-hop contemporáneo y reprocesarlas con estribillos y arreglos muchas veces superiores a los de sus modelos, además de ser un programador de ritmos realmente endiablados.
Los tres rapean con un flow que si bien es distintivamente blanco y heredado de The Beastie Boys (incluso en su reparto de los timbres vocales), resulta tan ágil como comprensible, y aunque ellos mismos suelen autodefinirse con el término wack (una expresión insultante en el ámbito del hip-hop, que denomina tanto a sus cultores sin talento como a quienes se acercan al género en forma oportunista, sin poseer la menor credibilidad cultural o callejera), se han ganado el respeto de muchos raperos “en serio”. De hecho, su arrasador “I’m on a Boat” (una sátira de la petulancia y el amor a lo material del bling-bling, la lírica hip-hop que exalta sobre todo los logros económicos), llegó a estar nominado a mejor rap en los Grammy, y el entusiasmo con que lo interpretan (junto al cantante T-Pain) hace que funcione aun si no se perciben los elementos satíricos.
Correctas e incorrectas a la vez, las canciones de TLI suelen burlarse de sus propias pretensiones de autoridad callejera, así como del machismo de la mayor parte de las letras de hip-hop. Así, un tema como “I Just Had Sex” (cuyo clip tiene más de 230 millones de reproducciones en Youtube) parece una de las tantas fanfarronadas eróticas de los raperos, pero en realidad describe la inexperiencia y escasa habilidad de sus relatores, aunque con una alegría que supera lo divertido de la broma. Al mismo tiempo, no hay nada de la acostumbrada seriedad políticamente correcta en sus temas, sino más bien varios chistes a costa de ella. La popularidad de TLI les ha permitido contar con invitados de la crema del pop, el hip-hop y el rock actuales, desde Julian Casablancas (The Strokes) hasta Lady Gaga, pasando por la primera plana de los raperos actuales y figuras del cine como la actriz Natalie Portman y el director John Waters. Incluso han tejido algunas alianzas sumamente fructíferas para sus colaboradores, por ejemplo con los cantantes Michael Bolton y Justin Timberlake (este último casi un integrante no oficial de TLI), que en su compañía demostraron un sentido del humor que no todo el mundo les imaginaba.
Pero luego de su exitoso y casi perfecto segundo disco, Turtleneck & Chain (2011), la energía del grupo pareció resentirse un poco por las actividades extramusicales individuales de sus integrantes. Samberg se despegó de Saturday Night Live y trabajó en varias películas de Hollywood (incluso en roles no humorísticos) y protagonizó la notable y elogiada comedia televisiva Brooklyn Nine Nine, mientras que Taccone y Schaffer se dedicaron principalmente a la dirección, el primero en comedias para televisión como Parks and Recreation o Girls, y el segundo en cine (también como guionista). El tercer disco de TLI -The Wack Album (2013)-, sin ser decepcionante, careció de la energía maníaca y la gracia de los anteriores. Para peor, ya no contaban con Saturday Night Live como plataforma privilegiada para sus clips (aunque han seguido colaborando ocasionalmente con el programa) y los compromisos de Samberg frustraron una gira de presentación prevista para este disco.
El trío entró así en un prolongado receso, del que emergió en forma casi inesperada con Popstar, dirigido por Taccone y Schaffer, que funciona como un resumen de los intereses creativos y humorísticos del grupo, además de ser la mirada más ácida e incisiva hasta el momento sobre la cultura musical de los millennials y sus sucesores.
Una estrella para este siglo
Popstar: Never Stop Never Stopping (algo así como “Estrella pop: Nunca pares de nunca parar”) es un mockumentary sobre la historia de Conner 4Real (Samberg), ex integrante de un trío de hip-hop/pop llamado The Style Boys y convertido en una estrella del público adolescente -con más de un parecido nada casual con Justin Bieber- que emprende una megalómana gira para presentar su segundo disco solista. Conner toma una decisión catastrófica tras otra, en base a un ego sólo comparable con su estupidez natural, y lo que iba a ser el documental de su conquista del mundo se vuelve el registro de un fracaso colosal.
Popstar se aleja (aunque no demasiado) de la cultura del hip-hop para meterse de lleno en el pop actual, pero más que simplemente imitar y satirizar sus elementos, una vez más los integrantes de The Lonely Island demuestran un conocimiento interior del género bastante asombroso. La banda de sonido de la película -recogida en el disco más extenso del grupo hasta ahora, con algunas canciones formidables que ni siquiera se escuchan en el film- está compuesta por una serie de temas llenos de ganchos que, si no fuera por sus absurdas y no pocas veces obscenas letras, podrían haberse convertido en éxitos juveniles mundiales. Hay, como en los clips, decenas de invitados, tanto músicos como actores, entre ellos Seal, RZA, Pink, 50 Cents y hasta Ringo Starr (y, por supuesto, Michael Bolton y Justin Timberlake), de modo que Popstar funciona bien a la vez como comedia y como musical.
El resultado puede resultar un poco abrumador para quienes desconozcan la movida parodiada, o para los acostumbrados a la breve efectividad de los clips de TLI, pero no sólo es efectivo casi todo el tiempo, sino que la visión repetida de la película revela una infinidad de detalles minuciosos y capas ocultas de humor y acidez. También hay lugar para cierta emotividad renuente que ya había impregnado algunas de sus mejores canciones anteriores, en parte porque, aunque TLI nunca fue planteado como un grupo de pop adolescente, no hay que matarse mucho para ver los paralelismos entre la historia de los ficticios Style Boys y la del trío real que los interpreta. Como es previsible, el rol central es para el expresivo Samberg, pero los papeles de sus dos compañeros son más que dignos, y en ellos se muestran como actores más que competentes.
Es decir que Popstar tiene en teoría todo para convertirse en un éxito: una manufactura impecable, excelentes chistes, un tema de completa actualidad y una gran banda de sonido, sin embargo -y a pesar de contar con el favor casi unánime de la crítica- la película pasó inadvertida por las taquillas estadounidenses, y apenas recuperó sus nada excesivos gastos de producción. ¿Por qué? Es difícil saberlo, pero se puede conjeturar que el público adolescente conocedor de todo el marco referencial del film no entendió -o no gustó de- su humor satírico hasta el borde de la ferocidad; y que, a la inversa, el público de la generación de Samberg y compañía, que sí comparte ese humor, desconoce la cultura satirizada. Así, es probable que la película haya quedado en una especie de limbo; tal vez tenga una oportunidad de salir de él cuando sea difundida por cable, o tal vez haya que esperar a que la perspectiva temporal la convierta también en un objeto de culto y una gran fotografía divertida de estos tiempos. En todo caso, el fracaso dice tanto sobre el estado de la cultura pop actual como la propia obra.