Acaso lo más cerca que estuvo David Bowie de repetir una fórmula de un álbum al siguiente fue entre The Rise and Fall of Ziggy Stardust and The Spiders From Mars (1972) y Aladdin Sane (1973). Por supuesto que hay diferencias y variantes entre esos discos, y la inclusión del pianista Mike Garson no es la menor de ellas, pero entre Aladdin y Ziggy el glam rock se mantiene como el centro estético de la propuesta.
Obviando el compilado de covers llamado Pin Ups (1973), el siguiente trabajo de Bowie implica una transición. En Diamond Dogs (1974), seguramente el más “conceptual” de sus álbumes (fue concebido como una adaptación al rock del libro 1984, de George Orwell, pero la viuda del escritor impidió que la cosa prosperara en esos términos), los últimos rastros del glam rock conviven con la incorporación de la música negra estadounidense que Bowie había escuchado desde su adolescencia, ante todo soul y rhythm and blues.
Ese viraje musical y estético se volvería más notorio entre 1974 y 1975, en especial durante la gira promocional de Diamond Dogs, cuya segunda mitad se llamó The Soul Tour. Después, la grabación de Young Americans (1975), un disco abiertamente soul, terminó de establecer el salto estético del cantante. Sin embargo, fans confundidos al margen, Young Americans fue el primer número uno de Bowie en los charts de Estados Unidos y el comienzo de la plenitud de su fama internacional.
Si Young Americans es el centro de esta fase -la “etapa americana”, se la ha llamado-, el álbum que siguió, Station to Station (1976) implicaba ya otra transición, no hacia el soul, sino desde ahí, y con la mirada clavada ya no en America, sino en Europa, en el krautrock, en la protoelectrónica de Kraftwerk y en una complicada noción del “canon europeo” que eclosionaría en el Thin White Duke (“Delgado Duque Blanco”), el personaje que Bowie propondría como emisor ficcional de su nueva música.
Eran quizá los efectos secundarios de la cocaína, pero la combinación de fascismo (Bowie, en varias entrevistas ofrecidas bajo la máscara del Duque Blanco, llegó a declarar que Gran Bretaña se “beneficiaría” de un líder fascista), esoterismo y adoración por la parafernalia nazi debió asustar al artista en alguno de sus escasos momentos de lucidez. No era que se hubiese visto afectada la música, por cierto (para muchos, incluyéndome, Station to Station es, junto con la pareja de álbumes que lo siguieron en 1977, Low y “Heroes”, el punto más alto de una discografía brillante y diversa como pocas), pero sí la salud -mental y física- de Bowie, quien decidió a fines de 1976 que ya había tenido suficiente de América y abandonó la ciudad de Los Ángeles junto con su amigo Iggy Pop, recién “rescatado” de su propio momento más oscuro, que incluyó la internación en un hospital psiquiátrico.
Así, con un retorno urgente al Viejo Mundo (o, mejor, a los nuevos sonidos del viejo mundo), terminó la etapa americana de David Bowie.
Haciéndolo bien
Después de su primer lanzamiento en CD, la discografía de Bowie fue remasterizada en varias ocasiones. El proceso al que se le da ese nombre implica, a veces, volver a digitalizar las cintas originales, pero en muchas ocasiones se trata solamente de subir volúmenes, ecualizar a la moda del momento y “limpiar” de ruido las pistas. A comienzos del siglo XXI, de hecho, el criterio de que lo que realmente importaba era aumentar decibeles (en las llamadas loudness wars, o “guerras del volumen”) llevó a que se emplearan estrategias de reprocesamiento que, para obtener la amplitud de onda deseada, sacrificaban las dinámicas (es decir, el contraste entre los momentos de menor volumen e intensidad y los más fuertes) y alteraban, por lo tanto, la manera en que los responsables de la edición original habían querido que la música fuera escuchada y sentida: entre esas estrategias, la llamada “compresión” fue la más usada. Algunos discos, The Rise and Fall..., por ejemplo, ya pasaron por hasta cuatro procesos de remasterización, desde un primer relanzamiento de la discografía de Bowie en 1990-1991 hasta la serie de ediciones aniversario de los 2000, pasando por la digitalización y remasterización con mejor tecnología del (entonces) catálogo completo en 1999.
Las mencionadas ediciones aniversario cubrieron los álbumes The Rise and Fall... (en 2002), Aladdin Sane (2003), Diamond Dogs (2004, aunque no se ofreció un remaster nuevo, sino que se reutilizó el realizado en 1999), Young Americans (2007), Space Oddity (2009) y, en 2010, Station to Station y David Bowie (su primer disco, editado originalmente en 1967), además de los registros en vivo David Live (de 1974) y Stage (de 1978), ambos relanzados en 2005 y remezclados para la ocasión. Junto con una presentación que restauraba rigurosamente el arte de tapa de los vinilos originales, estas ediciones incluyeron discos extra cargados de lados B, versiones en vivo hasta entonces desconocidas, demos (grabaciones preliminares de una canción) y toda la parafernalia del coleccionista obsesivo -como quien esto escribe-. En términos generales, el sonido fue notoriamente mejorado con respecto a las remasterizaciones previas, en particular en los casos de Young Americans, Space Oddity, David Bowie y Station to Station. En The Rise and Fall... hubo un evidente fallo de producción, en tanto, entre otras cosas, ofreció intercambiados los canales derecho e izquierdo de la mezcla estéreo, además de un sonido demasiado comprimido para garantizar la ansiada subida de volumen.
Acaso debido al auge reciente del vinilo entre los audiófilos y coleccionistas, y también a la caída de ventas del CD en los 2000, la segunda mitad del siglo XXI vio un replanteo en las estrategias de relanzamiento (o reciclaje) de ciertos álbumes clásicos o históricos. En el caso de David Bowie, en 2012 y 2013 fueron lanzados nuevos remasters de The Rise and Fall... y Aladdin Sane, que de alguna manera “corregían” los defectos de sus respectivas ediciones aniversario y ofrecían un sonido muchísimo más cercano a las dinámicas y la calidez atribuibles al vinilo. Otra manera de “competir” -aunque las mismas discográficas lanzan también estos productos en vinilo- fue ofrecer box sets o nuevas “cajas” de discos, estrategia que, en el caso de bandas como King Crimson, permitió a los fans acceder a grabaciones históricas, nuevas mezclas y muestras del proceso creativo. Los de Bowie tuvieron que esperar para que la nueva era de los box sets cristalizara en una nueva remesa de remasters (aclaremos que este tipo de cajas existe desde hace tiempo y que Bowie fue de alguna manera pionero del asunto en 1990, con el lanzamiento de la llamada Sound and Vision; quizá lo que hay que tener en cuenta es que ahora las cajas se ven más bien como acopio o archivo, y no simplemente como una manera más linda de tener ciertos discos).
En 2015, la caja Five Years propuso remasters de Space Oddity (1969), The Man Who Sold The World (1970), Hunky Dory (1971), The Rise and Fall..., Aladdin Sane y Pin Ups, discos que, con la excepción del primero, el antepenúltimo y el penúltimo, no habían sido remasterizados desde 1999, en versiones que, comparadas con las relanzadas desde 2007, sonaban bastante mal. A estos álbumes se les sumó ReCall 1, un completísimo (pero no exhaustivo) compilado de rarezas y lados B, remasters de los discos en vivo Santa Monica 1972 y The Ziggy Stardust Motion Picture Soundtrack (grabado en 1973), y una remezcla dosmilera de The Rise and Fall... (bastante prescindible, por cierto).
La mejora en calidad de sonido fue notoria para los discos que no habían disfrutado de tantas reediciones, y la caja venía (viene) acompañada por un libro bellísimo cargado de ensayos, cronologías y fotos.
El regreso del Duque Blanco
La primera gran propuesta discográfica posterior a la muerte de Bowie (el 10 de enero del presente año) es la caja Who Can I Be Now (1974-1976), que compila la etapa americana del músico. Está propuesta como una continuación del trabajo iniciado con Five Years, y si esta exploraba los años de formación del artista (aunque sin su producción previa a 1969, lo más parecido a una terra incognita en la discografía en cuestión) y su etapa glam rock, en Who Can I Be Now lo encontramos inmenso en el soul.
La caja incorpora, entonces, los álbumes Diamond Dogs (con su primer remaster desde 1999), Young Americans y Station to Station, el disco doble en vivo David Live en su versión original remasterizada y también en la excelente remezcla que apareció en 2005, el compilado ReCall 2, una (espantosa) remezcla de Station to Station lanzada en 2010 y, el plato fuerte de la caja, el hasta ahora inédito The Gouster.
En realidad, lo de “inédito”, como aparece en la promoción de la caja, es un poco exagerado, ya que The Gouster no es sino Young Americans, aunque no en el estado final en que fue lanzado ese disco en 1975, sino como una versión proyectada anteriormente, que incluye algunos temas después descartados y no incorpora los dos grabados con John Lennon, es decir, el hit “Fame” y el cover de The Beatles “Across the Universe”.
Este “nuevo” álbum, entonces, además de prescindir de dos de las canciones más recordadas de su versión posterior/anterior, cambia el orden de las pistas e incorpora “John I’m Only Dancing (Again)”, una reescritura grabada en 1974 del single de la era glam “John I’m Only Dancing”. La canción, de todas formas, fue lanzada como un sencillo en 1979 y apareció en uno de los compilados más populares, el excelente The Best of David Bowie 1974/1979. Escucharla en un contexto de álbum -y como apertura- logra, sin embargo, resignificarla.
Otras incorporaciones son las canciones “It’s Gonna Be Me” y “Who Can I Be Now?”, descartadas para la salida del álbum en 1975, pero ya rescatadas en las reediciones remasterizadas de Young Americans en 1991 y 2007.
Cabría pensar que el álbum tiene más sentido así, sin “Fame” y “Across the Universe” (falta también “Win”), pero con las canciones arriba mencionadas. Podría decirse que es un mejor álbum, más cohesionado y redondo, sobre todo porque las grabaciones junto con Lennon fueron realizadas con músicos distintos a los de las sesiones anteriores y otros criterios de producción. En cualquier caso, si bien The Gouster dista -y mucho- de ser un álbum inédito, y no ofrece prácticamente nada que no se haya escuchado anteriormente (aunque, comparando los temas en común entre este disco y Young Americans, son ligeramente distintas las versiones de “Somebody Up There Likes Me”, “Can You Hear Me” y “Right”, mientras que “Young Americans” es la misma del disco al que dio nombre), es un gran aporte a la discografía de Bowie y un disco que sus fans no pueden dejar de escuchar.
El resto de la caja es también valioso, en particular el cuidadísimo remasterizado de Diamond Dogs, pero en realidad cabe preguntarse si era necesario reprocesar otra vez Station to Station y el propio Young Americans, que ya sonaban a las mil maravillas (acaso mejor) en sus ediciones de 2010 y 2007, respectivamente. Sí vale la pena el trabajo de mejora de audio sobre la mezcla original de David Live, y hay un par de joyitas en ReCall 2, en particular la versión del sencillo original de “Rebel Rebel” y los sencillos (severamente editados en comparación con las versiones en los álbumes) tomados de Station to Station.
¿Conclusión? Bueno: una simple es que no hay que ser un fan demente de Bowie para apreciar esta caja. Quienes todavía amen los formatos físicos y no hayan caído en la superstición de que “el vinilo suena siempre mejor” harán bien en comprarla. Y los completistas sin duda la necesitamos, del mismo modo en que ahora no nos queda otra que ponernos a contar los días/semanas/meses para la salida de la caja que siga a esta e incluya la música de la llamada “etapa berlinesa” de Bowie, con álbumes -Low, “Heroes” y Lodger (1979)- que no han sido remasterizados desde 1999 y piden a gritos un sonido más cuidado.