Hace dos años y medio, durante el momento álgido de la primera temporada de la serie True Detective, las ventas del libro El rey de amarillo (1895), de Robert W Chambers, alcanzaron un pico sin precedentes. Si bien los adeptos a la fantasía oscura, al horror y al relato weird siempre tuvieron un referente en el libro de Chambers (una colección de cuentos entre los cuales cuatro refieren al misterioso y malévolo rey del título, a un “signo amarillo” relativo a este y a una obra teatral titulada igual que el libro y capaz de enloquecer a quien la lee) -empezando por el propio HP Lovecraft, quien recicló buena parte de los relatos de Chambers en el contexto de sus influyentes “mitos de Cthulhu”-, las ediciones del libro lamentablemente no abundaban (en especial en castellano), y las pocas existentes no eran fáciles de conseguir. A partir del boom iniciado por True Detective, sin embargo, se han multiplicado las traducciones y ediciones, incluyendo la bellísima (e ilustrada) a cargo de la editorial Libros del Zorro Rojo, que se consigue actualmente en Montevideo.
Si bien se trata de un libro que ha gozado generalmente de un favor más extendido (o al menos canónico), algo similar está pasando estos días con 1984, la novela distópica del escritor británico George Orwell (1903-1950) publicada en 1948, en la que ha sido reconocido un clásico de la narrativa del siglo XX. Todo comenzó después de que Kellyanne Conway, consejera de Donald Trump, defendiera la declaración del secretario de prensa de la presidencia de Estados Unidos acerca de la “audiencia más grande que jamás haya presenciado una inauguración presidencial”, señalando que lo dicho es una “verdad alternativa”. En realidad es una falsedad, a secas: la comparación de fotografías satelitales de las asunciones de Trump y Barack Obama en 2009 dejan claro que esta última fue la más concurrida, y que la cifra de un millón y medio de personas señalada por el propio Trump es ante todo una exageración; estimaciones más precisas, de hecho, sostienen que la multitud congregada para celebrar a Trump no pasó de un tercio de la movilizada por Obama. Los lectores de 1984, entonces, seguramente recuerden al Ministerio de la Verdad, lugar de trabajo del protagonista de la novela, cuyo cometido es fijar la verdad oficial mediante la reescritura del pasado y la destrucción de documentos que pudieran servir de evidencia de la impostura. La idea de una “verdad alternativa” promovida por el poder, entonces, no está muy lejos de la distopía orwelliana. Pero no sólo el aparato relacionado con Trump ha sido comparado con la distopía de Orwell, sino también sus opositores -especialmente los relacionados con las luchas identitarias-, a quienes desde la derecha se acusa frecuentemente de recurrir al “doble pensamiento” descripto por el autor, que consistía en la convivencia simultánea de dos ideas contradictorias y excluyentes.
Desde la declaración de Conway, 1984 alcanzó el número uno en la lista de best sellers de la librería online Amazon, y el director de publicidad de la editorial Penguin USA, que posee los derechos de la novela, ha declarado que 75.000 nuevos ejemplares han sido impresos esta semana y que otra tirada está siendo considerada. La relación entre realidad y ficción, se sabe, jamás es simple.
De hecho, ni siquiera 1984 se salvó de la “verdad alternativa”. El miércoles, el prestigioso periódico británico The Guardian publicó un artículo que retomaba lo dicho por Kellyanne Conway y cerraba con una cita de 1984 sobre trenes miniatura impuestos como trenes reales, algo que notoriamente ilustraba a la perfección el problema (como aquella de “el Partido podría anunciar que dos más dos es cinco y vos tendrías que creerlo”)... sólo que no era realmente una cita de la novela de Orwell. Había aparecido días atrás en la cuenta de “noticias falsas” Pixelated Boat, en Twitter.