Toda película es la obra y su circunstancia, pero en el caso de los documentales, la relevancia o las connotaciones del momento en que llegan pueden ser decisivas para su impacto. Esto es especialmente así en el caso de Bright Lights: Starring Carrie Fisher and Debbie Reynolds, que acaba de estrenar HBO con un timing imprevisto que le dio inesperada relevancia.
Durante el rodaje de Star Wars: el despertar de la Fuerza (JJ Abrams, 2015), HBO decidió hacer un documental sobre la actriz Carrie Fisher -quien volvía a tener un rol en la saga galáctica después de casi 30 años-, centrándose en la relación entre ella y su no menos famosa madre, la cantante y actriz Debbie Reynolds. Tras la presentación del documental en festivales, y cuando ya tenía fecha de estreno en el canal, Fisher murió de un ataque al corazón, y un día después murió también Reynolds. Esta coincidencia trágica resignificó, sobre todo para los admiradores de las actrices, el tono de Bright Lights, que no fue modificado -ni siquiera para agregar el dato de los fallecimientos-, pero adquirió una nueva emotividad de la que es imposible abstraerse.
La historia de Fisher y Reynolds es extraordinaria, y habría sido igualmente fascinante si estuvieran vivas. Para las generaciones jóvenes -y no tanto-, Fisher era uno de los mayores íconos de una franquicia de películas que se convirtió en un culto. Reynolds fue una estrella similar o aun mayor, protagonista -entre otros superéxitos de su tiempo- de Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, Gene Kelly, 1952) y casada, en lo que parecía ser un matrimonio celestial, con el cantante Eddie Fisher, que fue tan popular como Frank Sinatra y The Beatles. Ambas llegaron a la fama apenas veinteañeras y fueron objeto de devoción y atención más allá de lo soportable, adoradas por una belleza de bajo perfil que enamoraba a los hombres y no intimidaba a las mujeres. Ambas vieron explotar sus vidas privadas, al ser presas predilectas de la prensa amarilla, y entraron en colapso debido al alcohol y otras drogas: Reynolds por el efecto de estas en sus esposos y familia, y Fisher por experiencia propia.
Tan pronunciadas como las similitudes eran las diferencias; Reynolds encarnó el American dream de los años 50, fue una figura perfectamente adaptada a su tiempo y su cultura, tenía un gran orgullo próximo a la vanidad por su trabajo, pero mantenía reserva sobre su vida íntima, y era una enamorada de Hollywood y su cine. Fisher era una clásica hija de los hedonistas años 70, sufría un trastorno bipolar, expuso su privacidad más allá del límite de la discreción, tenía una relación de amor-odio (con un poco más del último) hacia su legendario personaje de la Princesa Leia, era feminista y contestataria, y prefería las letras a la pantalla. En todo caso, Bright Lights no hace énfasis en las biografías, bastante conocidas, de las dos mujeres, sino que cuenta una historia de amor entre dos figuras que vivieron vidas casi irreales.
La mayor parte del film se dedica a la relación entre ambas en los últimos años. Tras un prolongado distanciamiento, debido a diversos problemas personales de Fisher -y a las revelaciones íntimas, apenas ficcionalizadas, que ella hizo sobre zonas oscuras de su vida familiar en el libro Postcards from the Edge (1987)-, se volvieron inseparables, y vivieron en el mismo complejo de bungalows, tratándose, más que como madre e hija, como viejas amigas. El documental se adentra, de la mano de Fisher, en esa relación, por medio de la cual las dos repasan su pasado y describen su presente de mujeres maduras que viven de espectáculos y otras presentaciones teñidas por la nostalgia. De hecho, el cuarto de siglo de diferencia de edad que las separaba parecía haber disminuido por el estado un tanto envejecido de Fisher, quien no tuvo problemas en mostrarse como una persona poco preocupada por el cuidado de su salud, mientras que Reynolds aparentaba ser bastante más joven de lo que era. Fisher es una gran conductora de esta historia: graciosa, desvergonzada y punzante, habla constantemente con su voz ronca de tabaquista, contando un sinfín de anécdotas sobre su vida como estrella, su sexualidad y sus problemas psíquico-emocionales. Hay también una buena cantidad de material documental doméstico de décadas pasadas, que ilustra momentos bastante personales de dos vidas que pasaron frente a las cámaras. Pero la película va más allá de lo confesional, y es aun más expresiva cuando se limita a seguir a las dos actrices en su vida cotidiana, en el trato con sus fans, en sus entreveros económicos, en los objetos que guardaban como recuerdos y sus mascotas, en su sintonía musical (suelen comunicarse entre sí cantándose estrofas de canciones) y en su contacto con su entorno emotivo y su ciudad. Nunca parece estar pasando gran cosa, pero todo lo que se ve es divertido, extravagante y de una emotividad natural, siempre explícita. Ambas mujeres aparecen con sus sentimientos a flor de piel, especialmente Fisher -que cuando no está haciendo chistes parece siempre al borde del quiebre-, pero hay un extraño equilibrio y armonía afectuosa que no deja olvidar que, más allá de que fueran dos estrellas, es un documental sobre una madre y una hija con un lazo muy especial.
Probablemente Bright Lights tendría un efecto aun más humorístico y glamoroso si no estuviera tan fresco el recuerdo de las muertes de estos dos íconos, pero eso es en realidad un “fuera de cámara” que no altera lo que en el fondo -y en la superficie- es, simplemente, el registro amoroso de dos personas rescatando su normalidad familiar en un mundo de fantasía.
Bright Lights: Starring Carrie Fisher and Debbie Reynolds
Dirigida por Alexis Bloom y Fisher Stevens. HBO, 2017. Con Carrie Fisher, Debbie Reynolds, Todd Fisher y Griffin Dunne.