La historia de vida de Saroo Brierley ya eriza la piel y da ganas de llorar cuando uno la lee resumida en Wikipedia. Habría que ser muy torpe para que su biografía cinematográfica no fuera una bomba de emoción. Garth Davis la filmó con talento, sensibilidad e imaginación, y por supuesto que la película es desgarradora. Lidia con una de las mayores pesadillas de todo niño chico y de adultos que hayan tenido niños a su cargo: que el gurí se pierda en circunstancias en las que sea muy complicado ubicarlo, y a una edad en que no tiene las herramientas suficientes para volver o para ayudar a que lo encuentren. En el caso de Saroo, esas circunstancias estaban magnificadas de tal manera que, si la historia no estuviera documentada, podría ser tildada de inverosímil.
Saroo nació en una familia muy pobre en un pueblito minúsculo del municipio de Khandwa, en la región de Madhya Pradesh, en India. Su madre es analfabeta. Él y su hermano mayor Guddu colaboraban con el hogar pidiendo limosna y recogiendo monedas y otros objetos cerca de las vías, y a veces se colaban en los trenes para afanar carbón, que luego canjeaban por leche. En una de esas, Saroo, que tenía sólo cinco años, se desencontró con el hermano en un estación de tren a unos 70 kilómetros de donde vivían. Mientras esperaba que Guddu apareciera, se quedó dormido en el vagón de un tren, que cuando despertó ya estaba en movimiento. Para colmo, se trataba de un viaje sin pasajeros y con pocas paradas; sólo pudo abrir la puerta y salir del vagón después de dos días: estaba solo en la mayor estación de Calcuta, a más de 1.500 kilómetros de su hogar.
En esa megalópolis se habla sobre todo bengalí, y Saroo sólo hablaba hindi; no sabía pronunciar correctamente el nombre del pueblito del que era oriundo, no conocía el de su municipio ni el de su estado, y ni siquiera el nombre de su madre. No pudo dar a entender ni su propio nombre (que en realidad era Sheru -“león”, el lion del título original-), y quedó registrado como Saroo en un orfanato de Calcuta, donde fue recogido tras pasar unos meses sobreviviendo como pudo en las calles de la ciudad. Escapó más de una vez de que lo secuestraran, quizá para abusar de él o esclavizarlo; los esfuerzos de las autoridades por ubicar a su familia no dieron resultado, y cuando consideraron agotadas otras posibilidades, fue ofrecido en adopción.
Fue adoptado por una pareja de clase media residente en la isla australiana de Tasmania, de modo que creció australiano y anglófono, perfectamente integrado a la familia que lo recibió y al entorno, y olvidó casi por completo su lengua materna. Sin embargo, cuando tenía aproximadamente 20 años empezó a obsesionarse con la idea de encontrar a su familia biológica, sobre todo debido a la conciencia terrible de que la angustia y la incertidumbre acerca de su suerte, sumadas a la culpa, debían de haber arruinado las vidas de su hermano y su madre. También le pesaba el contraste obsceno entre su confort de universitario en un país desarrollado y las condiciones miserables en que había nacido.
Así, Saroo empezó a hacer cálculos, especulaciones e investigaciones diversas para tratar de inferir dónde quedaba el pueblito en que nació, y realizó grandes esfuerzos por recuperar los tenues recuerdos que conservaba de aquel lugar. Luego de cinco o seis años de búsqueda casi enfermiza, finalmente logró dar con paisajes conocidos mediante Google Earth, y a partir de esto terminó reencontrándose con su familia biológica en 2011. La historia fue ampliamente cubierta por medios de comunicación, y justificó la escritura de un libro de memorias, publicado en 2012, cuyos derechos fueron adquiridos por una productora angloaustraliana: la que fue responsable de esta ópera prima del director Garth Davis, que tenía una trayectoria previa en la televisión.
La realización se demoró en buena medida debido a que los productores y el director se rehusaron en forma terminante a ceder a las presiones de coproductores yanquis, que ofrecían millonadas con la condición de que la parte de la película relacionada con la vida de Saroo como hijo adoptivo se ambientara en Estados Unidos y no en Tasmania, cosa que, aparentemente, es muy importante para que la población del país líder del mundo se sienta dispuesta a acudir a una sala cinematográfica. Finalmente, la película se pudo realizar siguiendo premisas de estricta fidelidad a los hechos. Obviamente, Google brindó todo el apoyo a la realización, porque sin necesidad de inventar nada esta historia funciona como tremenda propaganda institucional. La única pequeña concesión fue el personaje de la novia interpretada por Rooney Mara, en el que se fusionan diversas novias que tuvo el Saroo real mientras llevaba a cabo su búsqueda. En términos económicos, la intransigencia de los productores y de Davis tuvo su precio: la película hizo dinero, pero el monto fue relativamente modesto (32 millones de dólares) en comparación con su fama. Pero quizá esa integridad haya contribuido a que lograra grandes cantidades de nominaciones, premios y elogios. Por otro lado, es una historia que sólo se sostiene porque es verdadera y no fue alterada en nada sustancial: si hubiera sido inventada por un guionista nadie la tomaría en serio, por lacrimógena, sensacionalista y melodramática.
Hablando de premios, es curioso y medio deprimente el (des) criterio en la atribución de los relacionados con las actuaciones. Los productores hicieron todo lo que pudieron para que Dev Patel, que es claramente el actor principal, compitiera por distinciones como actor secundario, previendo que seguramente tendría mayores chances en esa categoría (y efectivamente obtuvo por lo menos siete nominaciones importantes como secundario, incluidas las de los premios Globo de Oro y Oscar). Patel está muy bien como el Saroo adulto, pero es increíble que se haya desconsiderado al pequeño Sunny Pawar en su papel de Saroo niño. Es una actuación como para entrar en la historia a la par de Jackie Coogan en El pibe, de Enzo Staiola en Ladrones de bicicletas o de Henry Thomas en ET. Como buena parte del tiempo de pantalla del personaje transcurre cuando está solo entre personas que no hablan su idioma, la actuación de Pawar depende mucho de lo físico, y hay que ver la precisión, fuerza y autenticidad con que logra transmitir cada uno de los sentimientos del niño perdido al que interpreta, y cómo se hace querer.
En el primer tercio de película protagonizado por el actor infantil acumulamos el sustrato de emociones que va a alimentar el resto de la película, en que lo que ocurre es relativamente menos drástico. Y vaya si hay emociones fuertes en juego en ese primer tercio, además de las que involucran la angustia del extravío y la separación de la familia. La escena en que los niños en el dormitorio del orfanato empiezan a cantar una canción es de una poesía y contundencia inusuales, y el momento del traslado a Australia es una mezcla particularísima de la alegría de la salvación y la noción de que casi se anula la esperanza del reencuentro con la madre. También es conmovedor el momento en que los yalebis (hechos de masa frita y dulce) actúan como magdalena de Proust para el Saroo adulto. El tercer acto de la película, dedicado a la búsqueda, transcurre en forma morosa. Muchos han señalado esto como un defecto, pero quizá si ese tramo estuviera resumido, o animado con pequeños logros esperanzadores, no se construiría la sensación de frustración, espera y demora en una tarea casi imposible, que luego va a valorizar el final.
El estilo de la película es particular y precioso. La mayoría de los planos son muy cercanos, tomados con una cámara relativamente móvil con el foco cortísimo, tan corto que hay planos en que por momentos nada queda en foco, o sólo está en foco un detalle (la punta de una nariz, un ojo, una mano). Esto contribuye a una plástica medio impresionista debido a la gran superficie de imagen borrosa. Sobre todo en la parte que transcurre en India, esos elementos estilísticos contribuyen a la intimidad, y también se pueden asociar con la percepción fragmentaria de un niño, además de que sirven para abstraer las cualidades gráficas de las imágenes. Es interesante ver, en la parte australiana, cómo el mismo estilo de fotografía y montaje contribuye a que contrastemos las anteriores imágenes sucias y rústicas con las de paredes y muebles lisos del urbanismo moderno en la ciudad de Hobart, con un patrón de colores muy distinto.
Esa mayoría de planos cerrados alterna con algunos generales, y entre estos se destaca una cantidad de vistas aéreas, que ganarán sentido temático cuando empiece la búsqueda con Google Earth. Resulta que cada una de las imágenes fortuitas del pueblo de Ganesh Talai va a ser relevante para el ejercicio de memoria del Saroo adulto.
Es una pena el estilo arty (a lo Philip Glass) de la música de la película, y que no se haya encontrado, en una obra tan compenetrada con la autenticidad del retrato de facetas de la India, una manera musical menos exclusivamente euroestadounidense de vincularse con las emociones de y sobre Saroo.
Un camino a casa (Lion)
Dirigida por Garth Davis, basada en un libro de Saroo Brierley y Larry Buttrose. Australia/Estados Unidos/Reino Unido, 2016. Con Dev Patel, Sunny Pawar y Nicole Kidman. Grupocine Torre de los Profesionales; Life Cinemas 21, Alfabeta y Punta Carretas; Movie Montevideo y Portones; shopping de Punta del Este.