Con el espectáculo Niña manzana, a las 20.00 y a las 22.00, la cantante y actriz Mónica Navarro recorrerá sus 20 años de música en Uruguay a través de canciones que incorporan lo teatral. Con ella hicimos un repaso de sus discos, además de hablar sobre las cuestiones de género en el tango y de cómo fue reencontrarse con viejas piezas de su repertorio.
–¿Cómo surge este espectáculo?
–El año pasado vine a caer en que en 2017 cumplía 20 años en la música en Uruguay, porque en Argentina empecé a cantar a los 15. Cuento desde que entré a La Tabaré [en 1997] y, como siempre, tenía ganas de hacer algo más teatral. No me gusta que el recital sea solamente un tema atrás del otro, busco que haya un hilo conductor.
–¿De qué manera vas mezclar la música con lo teatral?
–Cuando digo “teatral” no necesariamente estoy hablando de una obra, me refiero a un concepto de bloques climáticos. A partir de eso, armamos el concepto con [la directora teatral] Marianella Morena. Hicimos Niña manzana un poco al revés de lo que armo siempre en los toques, donde uno tiende a terminar siempre arriba. Me parece que no estamos en un momento para eso. Estoy contenta de cumplir 20 años en la música, pero no con el mundo en que vivimos. No me refiero a Uruguay, porque la venimos remando, sino al mundo en general. Por ejemplo, Donald Trump me molesta zarpadamente: me molesta lo que piensa y lo que hace. Es un mundo muy macabro, donde si no pensás te comés cualquier cosa como si fuera una verdad.
–Esto se puede relacionar con el afiche del espectáculo, que en realidad es un montaje... [Navarro aparece como una reina antigua].
–Sí, claro. Disfruto cuando me dicen “qué linda foto”, porque es un invento. Es algo que pasa con la televisión y los medios de comunicación: cualquier pelotudez puede tener importancia.
–¿Va a haber invitados?
–Sí, vamos a estrenar una canción que hicimos con Nico Ibarburu. También van a estar Hernán Rodríguez, Diego Varela y Fernando Alfaro, que eran mis compañeros en La Tabaré, y Josefina Trías, que es una actriz divina y va a leer unos textos.
–¿Qué considerás necesario al elegir una canción para interpretar?
–Que me ayude a contar algo mío. El otro día estaba hablando con una compinche y ella me decía: “Qué buena que está la versión que hacés de ‘Nada’ [de Horacio Basterra y José Dames], porque hablás de ir buscando un amor”. Sin embargo, le respondí que no lo veía de esa manera, porque no creo en el romanticismo. Me cuelga más pensar que la puerta de la casa de la que habla la canción se refiere a una búsqueda de la niñez perdida. Es la puerta de mi casa, la casa de mis viejos, y ese es el videoclip cuando la canté. Lo bueno de las canciones es que cada uno tiene su interpretación.
–¿Qué cantantes te influyeron, además de Susana Rinaldi?
–La Tana es una capa. Amo a María Graña, Olga Delgrossi y Eladia Blázquez, que además es compositora. La mujer siempre estuvo históricamente en el tango, pero no en el lado de la cocina, sino más bien sirviendo la mesa.
–¿Qué considerás que le aporta la voz femenina al tango?
–Creo que no importan los géneros, todas las voces importan. A mí me interesaría que más personas trans escribieran letras. ¿Cómo sería una letra que contara esa historia?
–Eso que planteás me hace pensar en el Tango queer –una manera de bailar tango en la que se invierten los roles de género– que se celebró en esta edición del festival Llamale H...
–De a poco las cosas están cambiando. Pensá que hace dos años se armó quilombo cuando dos chicas bailaron juntas en una milonga, y ni siquiera eran pareja, eran profesora y alumna.
–Paquetito de tangos fue tu debut solista hace diez años, grabado en vivo.
–Con un amor increíble. A mis compañeros de banda los conocí tres meses antes de empezar a armar el disco. Grabamos en vivo porque no teníamos guita para hacerlo en estudio. ¿No querías sopa?: tomá dos platos.
–En un momento de Paquetito de tangos mezclás “El corazón al sur”, de Blázquez, con “Mañana en el Abasto”, de Sumo. ¿De dónde surge tu interés por unir el tango con el rock?
–Lo que pasa es que para mí el tango fue como haber descubierto una herramienta que me ayuda a redescubrir todo lo que escuché antes. Empecé a ver tangos por todos lados: Charly García es tango, Fito Páez es tango y Fernando Cabrera es tango.
–El disco Perra, de 2010, está muy influido por el cáncer.
–Ese disco no debería haberlo grabado: lo escucho ahora y me doy una lástima. Fue hecho en un momento muy crítico. Salía del estudio y tenía dos opciones: me moría o me operaba. Me operé y ahora estoy bárbara, pero hay algo del disco que me hace vivirlo como ajeno a mí. Es un disco pesado, todo lo que yo detesto. A su vez, me pasa que todo el mundo me habla mucho sobre el cáncer, y me da mucho miedo pensar que me quieren más porque tuve cáncer de mama que porque hago canciones buenas. Parece raro, pero es más fácil querer al que está en desgracia. Si te va bien, capaz que te envidian.
–“Definiciones para esperar mi muerte” [de Homero Manzi] es el tema que más emociona de Perra. ¿Cómo recordás su grabación?
–Fue una demencia, porque grababa un tema y lloraba. No estuvo bueno; si pudiera volver atrás en el tiempo para ir a ese momento, me diría: “A ver, negrita, ¿qué querés hacer? ¿Dejar el disco póstumo? ¡Estúpida! ¿A quién le importa?”. Habría preferido llorar tranquila en mi casa y no haciendo esa actuación patética.
–No estoy de acuerdo con lo que decís, a mí me gusta cómo Perra encara el tema de la mortalidad en sus canciones. Por ejemplo, después de esa tristeza de “Definiciones para esperar mi muerte” viene “Zamba para no morir” [de Hamlet Lima Quintana, Norberto Ambrós y Alfredo Rosales], una canción que habla sobre aceptar la muerte de una manera optimista.
–[Sonríe] Te agradezco mucho, porque Perra es un disco con el que generalmente me peleo mucho.
–El disco Calle, de 2013, tiene un sonido más optimista que Perra e incluye las canciones “Silencio y adiós” e “Influenza”, tus primeras composiciones. ¿Cómo es tu relación con ese álbum?
–Lo amo, y me encanta la foto de tapa, en la que estoy cruzando la calle. Creo que la letra del tango que le da nombre al disco tiene más que ver con el hecho de callar, y veo lo de callar como un grito, al estilo de “¡Vamos!”. No me lo planteé como algo para mí, sino como algo para los demás: ya no estoy enferma. Volviendo al tema del cáncer, lo que me genera mucho dolor es todo el negocio que hay en torno a la enfermedad, porque es mucho más probable que esta nota la lea más gente si ponés: “Mónica Navarro tuvo cáncer”. Es como esa cosa del morbo; el cáncer tiene mala prensa y es como una rosca.
–¿Creés que en la actualidad los jóvenes se están acercando al tango?
–Sí, claro. Hay mucha más gente aprendiendo bandonéon. Vas a una milonga y ves gente joven que se baila todo. También se están haciendo cosas nuevas; por ejemplo, el Cuarteto Ricacosa y Mala Junta. Creo que hay mucha movida tanguera.
–Retomando el espectáculo Niña manzana, ¿cómo viviste el hecho de reencontrarte con viejas canciones de tu repertorio?
–Hay algo medio extraño que sucede con las canciones, porque hay algunas que desplazan a otras y van quedando atrás. Por ejemplo, “No soy un extraño” [de Charly García] es muy fuerte, porque la primera vez que la cantamos con el grupo fue cuando nos invitaron a tocar en el Día de la Mujer; la mamá de [el bajista y contrabajista] Jorge Pi nos invitó a tocar en un comunal en la Curva de Maroñas. Antes de que cantara, hablaron un montón de mujeres que habían estado presas y contaron sus periplos en las cárceles. Cuando arrancamos a tocar “No soy un extraño”, me di cuenta de que en ese momento estaba hablando Charly García, y ahí dije: “Está volviendo el tipo”. Fue muy fuerte estar en esa situación y cantar la frase “los carceleros de la humanidad / no me atraparán dos veces con la misma red”.