Ingresá

Matías Umpiérrez. Foto: Pablo Vignali

Los bosques: una videoinstalación que resignifica sueños, ficciones y dramaturgias

6 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

A veces, los sueños se ensamblan con otros sueños. Otras, los sueños y la realidad se confunden. ¿Qué lugar ocupa la ficción dentro de ese mundo inconsciente y onírico? Para un maestro en el asunto como Jorge Luis Borges, lo esencial era desentrañar si la vida es soñada por alguien o si, simplemente, se trata de un sueño que se sueña a sí mismo.

En Los bosques, la videoinstalación del argentino Matías Umpiérrez que se inauguró en el marco del Festival Internacional de Artes Escénicas (FIDAE) y se puede ver hasta este domingo en el Subte (plaza Fabini), se proponen ocho microescenarios en los que se relatan los sueños de ocho personajes, a cargo de Dani Umpi, Sergio Blanco, Noelia Campo, Mayra da Silva, Anamaría Arjona, Roberto Caballero, Manuela Minetti y Germán Tanco. En esta performance, el encuentro entre la ficción y lo real no se improvisa: se dispone como una construcción en la cual, desde el comienzo, se desdibujan las fronteras de los distintos géneros. En cada uno de los ocho altares de este ritual, los espectadores se acercan, se colocan unos auriculares y asisten al sueño de un durmiente. Entre pijamas, pájaros disecados, frutas, juguetes de plástico y menciones al barrio Sur (Mayra da Silva), Montevideo, Buenos Aires o Tacuarembó (Dani Umpi), se suceden obsesiones, miedos, cambios inquietantes, desamparos, deseos invisibilizados. Y en el caso de Umpi y Blanco, la construcción dramática se tensa con sus obras, sus estéticas, sus apuestas creativas, que multiplican los juegos de sentidos y el vaivén de ese viaje por territorios adormecidos y escenas mínimas que conmueven. Todo eso, en definitiva, retroalimenta una inevitable exploración de nuestras propias ficciones, sobre todo cuando la maquinaria de sueños transita del teatro a la literatura, de lo poético a lo narrativo, de lo musical a lo dramático.

Por los sueños los conoce

Umpiérrez (1980) acaba de ganar el destacado premio Rolex Mentor Protegè, que cada dos años cruza a referentes de distintas áreas –como Alfonso Cuarón y Philip Glass– con jóvenes artistas (en su caso, fue con el escenógrafo, dramaturgo, actor y director canadiense Robert Lepage). De hecho, su trabajo como artista es, esencialmente, interdisciplinario, y sus proyectos se han presentado en instituciones como los museos de arte moderno de Nueva York y Buenos Aires, el Lincoln Center, el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI) y el festival de Cannes, entre otros.

Al comienzo trabajó como actor, después se desempeñó como director y dramaturgo y luego como curador, cuando dirigió durante siete años el área teatral del centro cultural bonaerense Ricardo Rojas, donde desarrolló importantes proyectos para el teatro independiente. Además, estuvo al frente del Festival Internacional de Dramaturgia de Buenos Aires, que, durante sus primeras dos ediciones, estuvo centrado en el diálogo entre Europa y América. De hecho, Umpiérrez fue el responsable de que Guillermo Cacace dirigiera la monumental obra Mi hijo sólo camina un poco más lento, del croata Ivor Martinic, que visitó Montevideo en la edición anterior del FIDAE, y que se ha replicado en casi toda Latinoamérica (ahora Cacace y Martinic están por estrenar la segunda obra de este, en el circuito comercial). Al director, más allá de lo artístico, lo moviliza el espacio de gestión. “Me gusta pensar al artista como un mediador de su arte, de temáticas que dialogan con lo social y lo político, pero que también acompaña a otros para que puedan hacer su camino más fácil”, plantea. Y cuenta que sus padres son uruguayos pero él nació en Buenos Aires, vive en Madrid y ha trabajado en varios países, generando producciones o proyectos que dialogan con los lugares en los que está. Por eso, dice, los protagonistas de esta videoinstalación son uruguayos de diversas profesiones y edades.

Su idea inicial para Los bosques fue pensar qué soñaban ocho uruguayos desde realidades muy distintas, para así identificar y comprender un universo ficcional, porque, al igual que sus trabajos anteriores, este proyecto piensa cómo nos relacionamos hoy con la ficción, o “¿cuáles son los mecanismos de la ficción que hoy activa la humanidad?”. Para él, esto se da en relación con la “primera idea de la ficción”, que a él le gusta pensar desde “cómo son los sueños y cómo, a través de ellos, se accede a las ficciones del inconsciente. Ahí todos son directores y dramaturgos, todos dirigen a los actores. Y todo se relaciona en profundidad con quiénes son”.

En cuanto al trabajo del discurso con los artistas que participaron, Umpiérrez explica que lo fascinante es cómo ellos “aparecen” y sus mundos comienzan a ser ficcionalizados mediante sus sueños. De modo que, como gesto principal de esta instalación, lo que le interesó fue cómo “nos relacionamos con los sueños, y cómo estos generan ficciones. Así, lo primero que se dio fue el proceso de selección de las personas, para encontrar mundos distintos. Y por otro lado, para mí también era importante que ellos anotaran sus sueños y que después me los entregaran. Entonces, a lo largo de unos meses ellos fueron escribiendo sus sueños: se despertaban y escribían. Después de esa etapa vine a trabajar con ellos y los entrevisté para comenzar a pensar cómo se vinculaban esos sueños con su cotidianidad, teniendo en cuenta que mi trabajo no es el de interpretar, sino, como artista, el de mediar. El de sumar palabras y conformar narrativas en relación con su material en bruto. Me interesaba que esos sueños fueran amorales en algún sentido; y libres, como es nuestro inconsciente”.

Consultado sobre la convivencia de estos mundos mínimos, que ni siquiera persiguen una unidad estética, el director dice que las camas se constituyen como escenarios, precisamente porque a él lo que le interesa del teatro es el ritual, y la construcción de lo sagrado para cada espectador. Por eso, finalmente esas camas se convierten en altares de sus “inconscientes y conscientes, vinculados a cuestiones centrales de sus vidas”.

Rituales de la tradición oral

El eje transversal del trabajo de Umpiérrez es, esencialmente, la tradición oral: “Qué me narrás vos y qué interpreto yo de eso; y qué puedo transmitir en relación con eso. Esto es, para mí, la figura del artista, y es lo que sucede en esta voz, que no es más que mi voz relatando lo que ellos sueñan mientras vos los ves soñando, y mientras, todo el contexto también se vuelve un escenario, porque hay un trabajo que tiene que ver con cómo las personas ven esos sueños, y cómo comienzan a ser una presencia fantasmagórica que escucha los sueños. Es como si yo estuviera en mi cama y viera a cuatro personas mirándome mientras duermo. Hay algo en ese gran escenario ominoso, de penumbras, que comienza a suceder. Y lo que más me atrajo del FIDAE en esta etapa fue que hubiera un proyecto que dialogara con otras posibilidades de lo escénico. Para mí, acá hay dramaturgia, hay puesta en escena. Y definitivamente estos ocho soñadores o durmientes me ayudaron a constituirla, de modo que también es un proyecto bastante colectivo en ese sentido”, explica.

De hecho, uno de sus proyectos más renombrados fue Teatro solo, en el que se hacían cinco intervenciones en cinco sitios específicos de una ciudad, construidas para el ingreso de un solo espectador a la vez. Esa propuesta apostaba por desautomatizar, romper el hábito anestesiante de asistir a una sala y sentarse a ver un espectáculo, y se replicó en varias ciudades del mundo, como Portland, Madrid, San Sebastián, San Pablo y otras. El director cuenta que cuando alguien compraba una entrada mediante internet, se le presentaban cinco locaciones: el subte, un edificio abandonado, un apartamento, un frigorífico y una iglesia. “Te aparecía una pequeña sinopsis, una fecha, y los ocho horarios disponibles. Y eso era una libertad total para ir el día y en el momento que quisieras. Cuando comprabas te llegaba un manual, que te decía qué subte desde qué estación, y en qué lugar tenías que esperar. Entonces ibas solo, esperabas en un banco, y a la hora específica comenzaba a suceder una ficción que sólo vos conocías. Finalmente terminabas con una persona, y a lo largo de la representación ya no se sabía qué era ficción y qué no, porque la gente podía pensar que había 20 actores y tal vez había dos. Lo que me interesa es que si hay alguien que quiere creer en la ficción, la ficción existe. Por eso, al final del recorrido de Teatro solo sucede que viviste una experiencia absolutamente escénica, en un escenario extraordinario como es la realidad, pero configurada desde la ficción. Lo que pasa es que las cinco localizaciones generan que nunca puedas descubrir qué es, en realidad, aquello con lo que te vas a encontrar. Porque cuando vas a un apartamento entrás a la vida de una familia; cuando vas a un edificio abandonado que cuenta casi con construcciones escenográficas, y hay tres actores, y un personaje secuestrado, sos parte de una pandilla de secuestradores, así que terminás anexándote a una trama muy distinta, y por eso los espectadores nunca dejaban de sorprenderse”.

Para él, lo importante de Los bosques y de cada uno de sus proyectos es que el público viva una experiencia. Si “alguien se queda más de una hora va a entrar a una especie de mantra interno, y por eso al salir se genera un estado de extrañamiento. Y eso me encanta. Siempre trabajo con el sistema de la tecnología, porque me interesa la libertad en ese sentido, además de cómo uno aborda la obra y cómo otros se enganchan sólo con la situación plástica de ocho cuerpos flotando en el aire, en la oscuridad, con todas esas personas mirando”.

Su obra Distancia (2013) fue una pieza virtual que desafiaba los límites de la escena con intérpretes en vivo, vía streaming, desde Hamburgo, París, Nueva York y Buenos Aires, y una orquesta ubicada a 7.000 kilómetros de distancia. Para él, aquellas actrices se convertían en una marea de voces, que conformaba una partitura estética visual, más allá de las tensiones propias que implicaba un espectáculo virtual. Su siguiente proyecto se llevará a cabo en Berlín, donde ya prepara un “museo de la ficción”, desde el que se piense cómo puede modificarse lo ficcional, y cómo la acción dramática puede archivarse en un espacio museístico. Y, en paralelo, se tratará de una adaptación de Macbeth, una de las obras más inquietantes de la historia.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura