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El juego de Gerald.

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Que 2017 es el año del revival de Stephen King en cuanto a adaptaciones televisivas y cinematográficas rompe los ojos, y a estas alturas, más que descubrir por enésima vez la pólvora señalándolo, la discusión ya pasa simplemente por quién le ha embocado en su aproximación a la obra del autor y quién no. Ahora es Netflix, decidida a jugar en todas las canchas, la que salió a competir con una versión de la novela El juego de Gerald (1992), estrenada casi en simultáneo con la exitosa remake de It del argentino Andrés Muschietti, y también dirigida por un nuevo talento del cine de horror, Mike Flanagan, un purista del género, responsable de películas tan interesantes y efectivas como Oculus (2013) y Ouija: el origen del mal (2016). Como en el caso de It (o de las recientes adaptaciones de La niebla y La torre oscura), el film no se basa en una obra reciente de King –quien se ha destacado más en los últimos años por sus tuits políticos que por su irregular obra tardía)–, sino en un libro que ya cumplió un cuarto de siglo, pero que, extrañamente, no había tenido aún la versión audiovisual que merecieron prácticamente todas las obras que el escritor publicó en aquellos años. El motivo fue, según algunos, la escasa calidad del libro original –una teoría que no se sustenta mucho, ya que novelas mucho más flojas de King ya han tenido su correspondiente adaptación, como la pésima y ridícula The Langoliers, de 1990)–, y según otros (en la versión más probable), la dificultad de llevar a la pantalla una historia de terror psicológico que transcurre en buena parte dentro la mente de un personaje, con sus alucinaciones. Pero también es una muestra de un subgénero dentro de la nutrida bibliografía del autor de Carrie, el de las obras que no basan su espanto o tensión en lo sobrenatural, sino en la fractura extrema –pero no imposible– de lo cotidiano.

Aun dejando de lado sus textos que no son exactamente de horror –como los basados en el ciclo Las cuatro estaciones, que dieron pie a varias de sus mejores adaptaciones–, King ha demostrado que no necesita apelar a lo sobrenatural para aterrar al lector; en el relato “La cornisa” (1978), un mafioso obligaba al amante de su mujer a dar la vuelta a un rascacielos caminando por la cornisa de su pent-house. En la novela Cujo (1982), un pacífico perro San Bernardo contrae rabia y se convierte en una bestia asesina. En el cuento “El lechero” (1984), un repartidor de leche contamina las botellas con venenos y asquerosidades varias. En “Superviviente” (1982), un cirujano náufrago debe recurrir a la autofagia mientras espera un improbable rescate. En Misery (1987), la admiradora de un escritor se vuelve su secuestradora y mutiladora. El juego de Gerald pertenece básicamente a esta clase de historias fóbicas y paranoicas de King, que obtienen su horror del mundo que conocemos, sin necesidad de ninguna irrupción sobrenatural. No sabemos en qué estaba pensando o qué había comido el escritor cuando se le ocurrió la idea básica de esta novela, pero es tan sencilla como pesadillesca, y –como se revela a los pocos minutos de comenzado el film–, no creemos que resumirla pueda ser considerado un spoiler.

Un matrimonio en crisis, en el que el hombre es bastante mayor que la mujer, viaja a una aislada casa de veraneo para pasar un fin de semana romántico y reactivar la pareja, que ha caído en el desinterés sexual. Una vez allí, el hombre –el Gerald que le da nombre a la película, interpretado por Bruce Greenwood– propone como juego erótico esposar a su mujer a la cama, y ella accede pero luego se arrepiente. Ambos discuten, y en medio de la discusión Gerald sufre un infarto fulminante que lo mata, dejando a Jess (Carla Gugino) esposada y sin que nadie, salvo un perro muy hambriento, escuche sus súplicas de ayuda. Una situación sin duda desesperante y angustiosa, pero que a priori no parece suficiente para mantener el pulso de todo un largometraje (o de una novela), pero es allí donde emergen las habilidades narrativas de King y de su adaptador Flanagan, quienes consiguen que El juego de Gerald, sin ser perfecta, nunca se haga larga o estirada.

En realidad, buena parte del mérito le corresponde a la actriz Carla Gugino, quien durante buena parte del film es la protagonista exclusiva, y que le da a su rol el nervio que necesita una situación tan complicada. Extrañamente (o no tanto, si tenemos en cuenta la facilidad con que King suele hundirse al entrar en aguas profundas), la película pierde poder y credibilidad cuando se aparta un poco, mediante flashbacks y alucinaciones, de su simple premisa original de fantasía erótica convertida en pesadilla. A pesar de las ideas siniestras que al parecer se le ocurren cada dos segundos, King es uno de los escritores de horror más sentimentales y humanistas –e incluso optimistas– que hayan llegado a la fama, pero suele ser tan bruto a la hora de demostrarlo como cuando simplemente quiere erizarle la piel al lector. En este caso, la historia incluye una reflexión muy compartible sobre el abuso sexual, las relaciones de dominio y sus consecuencias, pero Flanagan respeta demasiado la verbosidad algo simplista del texto original, y cuando se aleja de esa cama convertida en prisión, pierde tensión y se vuelve un poco redundante y literario. Hay también algunos recursos un tanto repetidos para quienes conocen las obras de King (¿qué le pasa a ese hombre con los eclipses y los perros?) y, aunque se parte de una idea relacionada con la sexualidad fetichista, la sensualidad –algo bastante ajeno a King– brilla por su ausencia. Pese a todo, es una de las mejores adaptaciones de su obra que se hayan visto últimamente, tal vez la mejor de esta nueva fiebre de películas y series que se basan en sus libros.

Vale la pena advertir que, aunque el horror de El juego de Gerald es más conceptual que explícito, la película contiene una de las escenas más horripilantes y “dolorosas” de ver que haya ofrecido el cine en mucho tiempo, de esas que hacen hasta a un crítico endurecido amante del cine gore desviar la mirada. Así que si usted es de los que suelen impresionarse con la visión de la sangre, el daño físico o la violencia en la pantalla, hágase un favor y ni se acerque a El juego de Gerald. Los demás, simplemente, agárrense fuerte del asiento y disfruten el viaje.

La cuarta espada: El juego de Gerald (Gerald’s Game), dirigida por Mike Flanagan. Netflix, Estados Unidos, 2017. Con Carla Gugino y Bruce Greenwood.

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