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Antonio Manzini. Foto: Federico Gutiérrez

Voces que susurran

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El crimen y la corrupción son como un túnel sombrío por donde todos se arrastran a tientas. El subjefe Rocco Schiavone no pide ayuda y no la necesita. Está bien así, encerrado en su mundo incierto. Cada vez más cínico, grosero y desencantado, Schiavone sigue desterrado de Roma y padece una fría ciudad alpina (Valle de Aosta), detesta su trabajo y mantiene su dudosa moral siempre al filo de la ley. “Un hombre solo, / encerrado en su cuarto, / con todas sus razones. / Todas sus equivocaciones. / Solo en un cuarto vacío, / hablando. A los muertos”. Con este epígrafe del gran poeta italiano Giorgio Caproni comienza Sol de mayo, la cuarta novela que Antonio Manzini dedicó al subjefe, en la que vuelve sobre su escritura abierta, fluida y discontinua, que nunca clausura las múltiples lecturas. Alternando clichés, sorpresas y arrebatos misántropos, va conformando un violento escenario urbano, en el que el crimen y la venganza habilitan, en paralelo, a la comedia y el drama.

Manzini trabajó como actor para una veintena de series y películas televisivas, dirigió cine y teatro, y en 2005 debutó como escritor de la manera más impensada: “Mi padre era pintor y en mi familia siempre se leyó muchísimo. Nunca pensé en escribir, porque en mi casa a la literatura se le asignaba un lugar muy importante, y se tenía muy presentes a grandes escritores. Para mí eso se volvía algo sacro, realmente inviable. Por eso, nunca pensé que iba a dedicarme a la escritura; sí pensaba que podía escribir guiones para cine y televisión. Fue tan así que mi primer libro [Sangue marcio] surgió como un monólogo teatral: un día, el editor lo encontró en la casa de un amigo y cuando lo leyó dijo: ‘Ah, esto es un buen libro’. Fue el azar”.

–¿Y cómo llegaste al género?

–No lo sé. En la época del liceo lo leía mucho, pero después lo abandoné un poco. No soy un clásico lector de novela negra. Y creo que lo que sucedió fue que me resultó más fácil narrar desde el género. Tal vez lo primero que surgió fue el personaje, y después él terminó exigiendo el género. Si luego de Rocco Schiavone surge otro, tal vez me lleve por otro camino.

–¿O sea que más bien respondió a una estrategia narrativa?

–Sí. Pero también quería escribir sobre Italia. Y, para narrar el país, creí que este género era el mejor modo de atravesar el tejido social para hablar del homicidio, de lo sucio, de las situaciones complejas.

–Y por eso enfatizás el carácter social del género.

–Social y verosímil. Creo que lo importante de la literatura es que habla metafóricamente, mientras que la referencia directa a la realidad se le reserva el periodismo. Cuando elegís un país o un determinado tipo de psicología del personaje, en verdad es porque querés hablar de otra cosa. O, por lo menos, lo intentás. En general, no lo asocio con una denuncia social directa, porque creo que el narrador debe escribir una historia, y no debe criticar sino contar. La denuncia social explícita le pertenece al periodismo. Los autores crean historias, describen un mundo, una psicología, un punto de vista, y nunca deberían juzgar. No me gusta mucho cuando percibo una postura política muy marcada. Claro que, por ejemplo, Primo Levi denuncia el horror del holocausto, y George Orwell, en Rebelión en la granja, los regímenes dictatoriales, pero no se trata de discursos explícitos y directos.

–En tu obra, al menos, es muy clara la incapacidad colectiva para tratar cuestiones como la inmigración, el asesinato de mujeres, el machismo.

–Es verdad, son aspectos de la mafia y de mi país que me duelen y me avergüenzan. Y también son los aspectos con los que un policía se cruza cotidianamente. Por eso creí que la historia de este protagonista era muy buena para enfrentar determinados aspectos de Italia. Pero lo que más me interesa es contar historias y crear personajes, trazar su psicología sin juzgarlos. Sin duda, un alto porcentaje de un libro lo construyen los lectores, y eso hay que tenerlo presente al escribir.

–Y como escritor, ¿qué aprendiste de esas prácticas que te avergüenzan?

–Aprendí que mi pueblo es hijo, no padre, en el sentido de que es un inmaduro, siempre se desliga de su responsabilidad; se lamenta mucho. Creo que esto explica mucho el tipo de gobierno que se elige, y que también responde a la fuerte presencia de la iglesia católica, que siempre tiene la redención para todo, incluso para las culpas más graves.

–¿Y qué aprendiste de actuar? En un momento decís que, al igual que los buenos actores, Rocco también necesita “entrar en papel”.

–Sin duda, el actor también narra historias. Pero pienso que lo fundamental fue que durante 25 años sólo frecuenté las palabras. Entraba al escenario, las interiorizaba y terminaban siendo parte de mí. Pero no me detenía en el significante. Y, sin duda, fue así como adquirí el ritmo de la narración, aunque era parcial, porque sólo se conformaba a partir de diálogos. La escritura dramática tiene una visión más integral y comprende el pensamiento, la idea que se esconde detrás de la palabra, como los colores, los olores y la ambientación, el narrador proyecta eso que se oculta detrás de la situación.

–En la escuela de teatro tuviste a Andrea Camilleri como docente.

–Sí, era profesor de dirección. Después compartimos cinco obras, en las que yo trabajé como actor y él como director. En general, nunca te decía lo que tenías que hacer: te ayudaba a conformar al personaje, pero nunca te decía por dónde debía ir. Te respetaba, y simplemente esperaba a que el actor, por medio de ciertas sugerencias –que incluso podían responder a cuestiones ajenas al espectáculo–, pudiera comprender cómo construirlo.

–En el caso de Rocco, se trata de un tipo complejo: fuma marihuana, se mueve al filo de la ley, tiene mucha dignidad. ¿Esto responde a sus años de formación? Porque aprendió muy bien las reglas de la calle.

–Rocco es un bandido, y entró de policía casualmente, buscando un trabajo seguro. Pero él es un tipo de la calle, y su ética sigue siendo una ética callejera. Con el problema de justicia que hay en mi país, sucede que muchas veces la gente culpable no cumple su condena, sobre todo si es poderosa. Lo que más me divierte es que Rocco, un policía poco honesto y sustancialmente ilegal, sea el que termina enviando a prisión a los poderosos.

–Pero es alguien que se siente sucio cuando investiga.

–Cierto, porque Rocco desarrolla un método mimético, se calza la vestimenta del culpable para comprenderlo, para entender su pensamiento. Para decodificar la situación, se tiene que ensuciar, y al final se siente sucio. Y esto responde a que a mí me interesan las zonas oscuras de los seres humanos, hablar de lo que no se ve. Al escribir, no me interesa tu versión bella y entera, la que muestras en sociedad. Trataría de imaginar qué es lo que no estás diciendo, lo que te sucede cuando estás sola en tu casa.

–De todos modos, Rocco fue condenado al exilio por un poderoso, varias mujeres cercanas recibieron disparos que eran para él, está solo y desencantado. ¿Qué encontrás en la derrota como materia narrativa?

–Pienso que la parte más linda de las fábulas, sobre todo las de los cuentos infantiles, se termina en el “vivieron felices”. Nadie cuenta lo que sucede luego, porque en la vida de los felices lo que sucede luego es aburrido, cotidiano. El material narrativo de alguien que tiene una vida de dificultad, de paranoia existencial, de desilusión, es mucho más rico que si se tratara de alguien sereno y realizado. Y en cuanto a ese mundo, los grupos del crimen organizado no son simplemente un conjunto de personas. La mafia forma mentalidades, modos de vivir y de pensar, tanto en las clases altas como en las bajas. Permea el sistema económico, político y social. No creo que la criminalidad surja en una sociedad más alta, sino que simplemente se da ahí porque hay más dinero, más instrumentos. Incluso la mafia se filtró en el mundo de las finanzas europeas, e incluso estadounidenses, porque son espacios de oportunidades.

–Como dijo Luigi Pirandello y como se planteó en Pista negra, en definitiva, ¿todos somos máscaras?

–Seguramente sí. Lo más importante es la capacidad de admitir que llevamos máscaras, y también contar con espacios en los que podamos mostramos sin ellas. Y eso Rocco lo hace: se quita la máscara y siempre dice la verdad. Él hace sólo lo que quiere y puede. Tal vez si entrevistaras a Rocco y él no tuviera ganas de responder, se levantaría y se iría. No le gusta hablar de sí mismo. Eso sería inviable.

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