El fenómeno de la saga Star Wars es en muchos aspectos más interesante que los films que siguen continuándola. Al fin y al cabo, no sólo la primera –sí, ya sabemos que es el cuarto episodio y todo eso, pero la de 1977 es la primera– cambió las reglas del cine mundial, para algo de bien y mucho de mal, sino que su modelo de continuidad, imitado por todas las franquicias exitosas, se ha mantenido por un tiempo récord: hasta esta octava Los últimos jedi (o novena, si se cuenta Rogue One: una historia de Star Wars –Gareth Edwards, 2016–, o más, si se cuentan los films y las series de animación) han pasado nada menos que 40 años, y sin embargo hay al menos dos personajes presentes en ambas, interpretados por sus actores originales. Es aun más notable que la mística y el culto a este universo imaginario hayan sobrevivido al casi suicidio artístico de su propio creador, George Lucas, y que Disney –ahora propietaria de Lucasfilm y de casi todo en el mundo del cine de entretenimiento– no sólo lograra una fiebre de expectativas similar a la de los comienzos del fenómeno, y un subsecuente megaéxito popular, sino que además lo hiciera con un film incluso peor que cualquiera de la desgraciada trilogía de precuelas.
El entusiasmo que despertó el ejercicio de fetichismo nostálgico, especulación descarada, infantilismo, golpes bajos y demagogia que fue Episodio VII: El despertar de la fuerza (2012) no sólo se extendió entre los fans incondicionales y las nuevas generaciones que querían tener su propia participación en el culto, sino también entre los críticos, que asombrosamente abrazaron a esa pieza de explotación hambrienta realizada por el habilidoso artesano JJ Abrams como si fuera una joya del cine de aventuras y no una simple remake culposa, plagada de memes autopublicitarios y asfixiada por una corrección política digna del más tosco e hipócrita de los avisos de Benetton. Y, como si fuera poco, con un nuevo Darth Vader, el tesoro oscuro de la saga, pero en versión emo.
Algunas voces señalaron lo evidente: que el emperador estaba en pelotas, la tan asombrosa El despertar... era tan previsible y manipuladora como una cajita feliz de McDonald’s y, en lugar de continuar la historia, Abrams se había limitado a reproducir los mejores momentos de las dos primeras películas de la franquicia, condimentándolos con un poco de diversidad étnico-genérica (algo que, para un buen observador, nunca le había faltado a la saga, pero que no conformaba a los verificadores de cuotas simbólicas con calculadora) y un nuevo elenco que, en realidad, estaba al servicio de las apariciones estelares de los sobrevivientes de la ya lejana trilogía de los 70. A pesar de su mal gusto y del fracaso general, la vilipendiada serie de precuelas de George Lucas había sido bastante más honesta y arriesgada que la continuación/relanzamiento de Abrams, que dejaba las cosas muy poco interesantes para quien no se hubiera autoconvencido de que la saga podía recobrar vuelo, creatividad y relevancia. Para ser justos, el spin-off o precuela Rogue One había sido un entretenimiento más que decente en su homenaje a los épicos y trágicos westerns y films bélicos pesimistas de fines de los 60, y un film muy atractivo en sus imágenes, que por momentos recordaban que dibujantes como Moebius y Chris Foss habían tenido mucho que ver con la inspiración visual de la saga. Pero Rogue One fue un producto lateral, un divertimento mientras Disney preparaba la maquinaria de Episodio VIII: Los últimos jedi, que fue lanzada con toda la artillería publicitaria de esa corporación, todas las discusiones vacuas posibles y todo el coro de críticos influenciables saludándola como “la mejor Star Wars desde El imperio contraataca” (algo que se ha dicho prácticamente de todas las Star Wars posteriores, con la posible excepción de la irredimible Episodio I: La amenaza fantasma –1999–, de Lucas). Pero, apaciguado el efecto “gran regreso” de El despertar..., el público desconfió de tanta algarabía y, aunque Los últimos jedi fue un éxito automático, las reacciones de los fans comenzaron a ser más escépticas, o francamente negativas. Toda una paradoja, ya que es un film muy superior al que lo precedió y, en algunos aspectos, uno de los mejores de la saga.
La vieja guardia
Con el intuitivo Abrams fuera de la silla de director (pero aún productor), Los últimos jedi quedó a cargo del casi ignoto Rian Johnson, quien, sin mucho margen innovador –posiblemente sea casi imposible modificar hasta un detalle de vestuario en una producción de este tamaño sin pasar por 20 controles ejecutivos–, parece haber tratado de optimizar las excesivas ramas narrativas que se habían abierto en El despertar... y de darles un poco más de cuerpo a los personajes nuevos. Una de las correcciones apreciables fue bajarle las revoluciones al personaje de Rey (Daisy Ridley) y enriquecer su historia, humanizándola. En El despertar... Rey fue diseñada para capturar el mercado juvenil femenino y caerle bien a la intelectualidad más o menos progresista. Pero en el deseo de empoderarla, los guionistas se pasaron completamente de rosca y presentaron al personaje más imbatible, perfecto, prodigioso y generoso (y tranquilizadoramente asexuado) de toda la saga, empalagoso e increíble aun dentro de sus parámetros fantasiosos y arquetípicos. En Los últimos jedi sigue siendo la principal heroína, pero es un personaje mucho más matizado, falible e interesante, aunque la más bien insípida actuación de Ridley y la pasteurización excesiva de su rol no llegan a darle la fuerza que merece su rol en la trama. Su némesis, Kylo Ren (Adam Driver), ahora desprovisto del casco que lo hacía parecer una versión económica de Darth Vader, también adquiere un perfil un tanto más maquiavélico y ambiguo, habiendo evolucionado bastante desde el personaje “soy villano y genocida galáctico porque mi papá no me apoyó lo suficiente” que había presentado Abrams.
En aspectos más específicamente cinematográficos, Los últimos jedi parece recordar (como lo había hecho Rogue One, pero no El despertar... ni las precuelas de Lucas) la inspiración temática del primer film en La fortaleza oculta (1958), de Akira Kurosawa, y homenajea al maestro japonés no en lo argumental, sino en la composición visual, que llega a evocar la elegancia crepuscular de Kagemusha (1980). Los últimos jedi es en lo visual la película más lujosa de la saga, alejándose tanto del barroco digital de las precuelas como de la relativa simpleza fotográfica del film de Abrams, que, tal vez como reacción a los excesos de aquellas, era por momentos pobre. Aquí hay algunos planos grandiosos, estáticos y coloridos (especialmente en tonalidades de rojo, no precisamente la paleta más habitual en la serie), de una belleza ambiciosa y equilibrada, que cita a los westerns y sus ocasos brumosos sin hacer referencia a ellos en exceso.
La mayor sorpresa, al menos para los fans de primera generación, es el rescate del personaje de Luke Skywalker, que fue central en los dos primeros films de la trilogía original y perdió energía en su cierre –la francamente mala El retorno del jedi (Richard Marquand, 1983)–, en la que su rol estaba pésimamente escrito y Mark Hamill aparecía deteriorado, tras un accidente que le cambió la fisonomía. Los últimos jedi se presenta no sólo como una oportunidad para reivindicar el rol esencial del personaje en la saga, sino que el propio Hamill tiene un desempeño excepcional, el mejor del elenco y tal vez el mejor de su carrera, muy superior a la desganada actuación de Harrison Ford como el Han Solo de El despertar... El Skywalker de Los últimos jedi inspira la épica que las películas de Star Wars intentan forzar sin mayor éxito –con la posible salvedad de Rogue One– desde hace más de 20 años. De hecho, y aunque es el episodio de transición de una trilogía, prácticamente cierra muchas de las historias principales, dejando como incógnita con qué llenarán la última entrega (para peor, sin Carrie Fisher, que antes de morir llegó a filmar todas sus escenas de este film).
Dicho todo eso, Los últimos jedi está lejos de ser una gran película; más bien es una grande (que no es para nada lo mismo) y funcional, que conserva o repite muchos de los defectos, casi vicios, de la saga. Hay personajes nuevos desaprovechados o hechos para quemarse (el de Laura Dern), cameos tan innecesarios como molestos (James Franco), bichitos omnipresentes que no llegan a ser tan molestos como los infames ewoks, pero que no aportan mayor gracia (alguno de ellos homenajea a Pikachu, entreverando universos imaginarios más bien incompatibles), y un abuso casi insoportable, en la banda de sonido, de la ya agotadora partitura de John Williams. Y –lo que es más grave aun–, si bien Star Wars nunca soportó un análisis de verosimilitud o coherencia (ah, esa civilización en la que se dan saltos hiperlumínicos en el espacio, pero hay que cargar los cañones con más parsimonia y lentitud que la internet de 1995), algunos elementos centrales de la trama, como la extensa persecución espacial a distancia constante, son directamente ridículos, y la obsesión diversificadora-integradora (o de amplitud comercial, o ambas cosas a la vez) sigue forzando personajes y situaciones, ahora sobre todo con una mecánica de origen asiático (Kelly Marie Tran), que parece metida por la ventana en la historia y –aunque por lo menos no cumple una función humorística– es posiblemente el personaje más irritante de la serie desde el infausto Jar Jar Binks. También muchos de los diálogos siguen siendo pésimos; las caídas en el infantilismo, abruptas y violentas; y el humor intermitente, con muchos fallos y algún acierto. Sin embargo, funciona, tiene encanto, fuerza y convicción, hace más identificables y estimables a los personajes de la nueva generación, honra a los de la anterior, y da la impresión de querer ofrecerle al viejo o al reciente fan algo más que una nueva colección de macaquitos y souvenirs. Para alguien que, como quien esto suscribe, supo fanatizarse con la saga de niño y aburrirse o irritarse con ella de adulto, es suficiente.
Star Wars: Los últimos jedi (Star Wars: The Last Jedi), dirigida por Rian Johnson. Estados Unidos, 2017. Con Mark Hamill, Carrie Fisher, Laura Dern, Daisy Ridley, Jacob Isaacs, Adam Driver y John Boyega. Grupocine Ejido y Punta Carretas; Life Cinemas 21, Costa Urbana y Punta Carretas; Movie Montevideo, Nuevocentro, Portones y Punta Carretas; Ópera; shoppings de Colonia, Las Piedras, Paysandú, Rivera y Salto.