Es común leer sobre un grupo de mujeres que en este momento está renovando la narrativa argentina. Nombres como el de Mariana Enríquez (1973), Selva Almada (1973), Vera Giaconi (Montevideo, 1974), Pola Oloixarac (1977) y Romina Paula (1979) se repiten entre los recomendados y, cada vez más, en las listas de las nominaciones a los más importantes premios literarios. Ilustrativo es el caso de Samanta Schweblin (1978), quien junto con otros cinco autores compitió este año por el Man Booker International Prize, la versión para autores de habla no inglesa de ese prestigioso premio británico. Sin embargo, antes que ellas hubo otras, que de algún modo prepararon la escena.
En un artículo aparecido en 2013 en Página/12, Mempo Giardinelli recordaba el primer Congreso de Mujeres y Escritura de la Argentina, organizado por la revista Puro Cuento (fundada por él) en 1988, como un hito fundamental para la consagración de la literatura escrita por mujeres, cuyo linaje ilustre en ese país incluye, en distintos momentos y estilos, a Silvina Ocampo (1903), Angélica Gorodischer (1928), Sara Gallardo (1931), Hebe Uhart (1936), Vlady Kociancich (1941) y Liliana Heker (1943), por nombrar tan sólo a algunas de las más destacadas.
No obstante estas listas, no se trata, en esta reseña, de definir los conjeturales aspectos diferenciales de una “literatura de mujeres”, ni de –suponiendo que fuera posible– hacer un mapeo exhaustivo de autoras y de obras, pero tratándose de María Teresa Andruetto resulta difícil no mencionar, aunque sea, estas cosas, porque ella misma ha contribuido a hacer visibles a muchas escritoras, ya fuera desde su columna “Narradoras argentinas”, que comenzó en el suplemento cultural de La Voz del Interior (Córdoba), siguió en el suplemento Señales de La Capital (Rosario) y luego en un blog, o desde la colección del mismo nombre que creó en la Editorial Universitaria de Villa María (Eduvim), que ha publicado a desconocidas u olvidadas como Syria Poletti (1917), Elvira Orphée (1930) y Andrea Rabih (1967), entre otras.
Así, su escritura puede pensarse en el contexto mayor que, de algún modo, ella le ha dado. Significativamente, Heker escribió la contraportada de Cacería (2012, una versión ampliada y corregida de su primer libro de cuentos, Todo movimiento es cacería, de 2002) y No a mucha gente le gusta esta tranquilidad tiene una solapa de Enríquez, como si de algún modo Andruetto, nacida en Córdoba en 1954, quisiera colocar su creación cuentística entre dos voces de generaciones distintas. En todo caso, baste decir que –más allá de las presentaciones y más allá de las dedicatorias y los epígrafes que puntualmente abren cada texto que compone este libro, que parecen una forma de apoyo, tal vez en otro discurso más prestigioso– la obra de Andruetto tiene el vigor necesario para sostenerse ella sola. Poeta, escritora de libros infantiles y juveniles (y de una conferencia que, elocuentemente, se llama “Por una literatura sin adjetivos”), narradora, dramaturga y ensayista, ha encontrado un estilo muy personal y ha sabido crear una literatura autónoma y poderosa, que gira en torno a temas como la memoria, el amor y la inaprensible certidumbre.
La voz, las voces
En Kodak, un libro de 2001, se lee “Hablaban piamontés, / la palabra cerrada en la garganta a gritos”. El poema refiere a las amigas de la abuela, y esa fascinación por el idioma y el habla es tal vez una clave para leer estos ocho cuentos y la narrativa de Andruetto en general, que está atravesada por voces, por registros variados que se aíslan e integran, en cursivas que muchas veces ni siquiera rompen el párrafo ni se apartan con guiones, como en el diálogo tradicional. Las frases de los otros, así, están metidas en el discurso como si fueran parte de un continuo, como si narrar fuera, también, apropiarse de la voz, incluirla en el fluir propio, pero evidenciando siempre esa distancia, que es la ficción.
De este modo, alternan cartas, frases ajenas, palabras sueltas que resuenan con todo el extrañamiento que impone la cita. Los mejores de estos cuentos manejan esos dobleces con habilidad y, aunque el libro es un poco desparejo, todos logran momentos concentrados y brillantes, de un despojo absoluto, que es algunas veces su fortaleza y otras su debilidad. A veces Andruetto deja que la prosa alcance alturas líricas, como en “El hijo” o en “Un águila sobre el nopal”, sin que esto signifique caer en lugares comunes de lo “poético”, ni mucho menos. En otras ocasiones, como en el relato que da título al libro, a través de una historia rural se puede sentir un aire ominoso, como de extraña perversión, aunque la enunciación sea inocente, casi aniñada. En todas las piezas, además, es posible hallar reiteraciones temáticas que dan al libro un sentido de unidad, de mundo propio. Y este, como el nuestro, es un mundo de exiliados, de gente que intenta volver al país y al pasado, de gente sola, de inmigrantes italianos y judíos, de desaparecidos, de hijos desarmados entre padres y madres, de personas que, como la escritora, buscan una voz, y que sólo la encuentran cuando se rompen, porque, como dice en uno de los cuentos, “Contar la historia de uno es contar la historia de todos”.
No a mucha gente le gusta esta tranquilidad, de María Teresa Andruetto. Buenos Aires, Random House, 2017. 160 páginas.