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Little Evil.

Las familias satánicas

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No sólo de series vive el sedentario adepto a lo extraordinario, y bien lo sabe Netflix, por lo cual, en forma paralela al lanzamiento de franquicias de fantasía tan notorias como Stranger Things o Dark, ese canal de streaming continúa produciendo películas propias de contenido fantástico, entre ellas un par de adaptaciones de animeDeath Note (Adam Wingrad) y Blame! (Hiroyuki Seshita)– y, en el último mes, dos obras totalmente disímiles pero que tienen en común su cercanía al género del horror (aunque ninguna de ellas pertenece realmente a este) y estar centradas en el tema de la familia. Ambas presentan, además, la misma irregularidad en materia de fallos y aciertos que parece estarse volviendo la marca de fábrica de las producciones originales de Netflix.

Pequeño demonio

Había cierta expectativa entre los cinéfilos para ver con qué se despachaba Eli Craig, un director muy poco prolífico (hijo de la actriz Sally Fields, para quienes estén interesados en datos cholulos), pero que consiguió hacerse de un pequeño culto gracias a su, hasta ahora, único film estrenado, la comedia de horror Tucker & Dale vs Evil (2010), una pequeña película independiente sobre un grupo de estudiantes universitarios jóvenes y sexies que viajan a una pequeña cabaña en el bosque, donde se encuentran con un par de montañeses de aspecto brutal. El giro de tuerca a partir de ese lugar común –chiste único pero muy efectivo– de aquella obra era que los toscos montañeses resultaban ser dos personajes bondadosos y valientes, y en cambio los cultos y atractivos citadinos terminaban revelándose como los auténticos psicópatas peligrosos. Nada que vaya a marcar un hito en la historia del gran cine de comedia y espanto, pero un film divertido, original y con una linda idea de base.

Little Evil, esta segunda película de Craig, también presenta un planteamiento ingenioso, aunque menos sorprendente: Gary (Adam Scott), un hombre recientemente casado con una madre soltera (Evangeline Lilly), tiene problemas para relacionarse con el extraño hijo de su esposa, Lucas (Owen Atlas), a quien no había llegado a conocer bien antes del matrimonio, y que da señales inquietantes de que tal vez sea el Anticristo. Para cualquier mediano conocedor del cine de horror, la película es esencialmente una parodia del clásico de horror satánico La profecía (Richard Donner, 1976, con tres secuelas y una remake en 2006 a cargo de John Moore), en la que el Mal supremo llegaba al mundo para traer el Apocalipsis, encarnándose en un niño de origen y aspecto preocupantes.

Sin llegar al sistema de parodia escena por escena de la irritante saga de Scary Movie y productos similares, Little Evil hace explícita su relación con La profecía, no sólo reproduciendo algunas de sus escenas y vistiendo al pequeño Lucas exactamente igual que el Damien de aquel film, sino también refiriéndose directamente, en un ejercicio metacinematográfico un tanto molesto, a la película que satiriza.

En realidad, no se trata tanto de una película realizada para aprovechar el incierto y minoritario talento del creador de Tucker & Dale vs Evil, sino de una producida para explotar el potencial popular de su pareja protagónica, formada por actores en ascenso. Evangeline Lilly –la elfa Tauriel en la saga de El Hobbit y la Avispa en el Universo Cinematográfico de Marvel– es extraordinariamente bella y carismática, pero este film parece estar más que nada al servicio de Adam Scott, un comediante versátil y no demasiado singular que se hizo conocer en las series Parks & Recreation y Big Little Lies, y que viene de estrellarse con la serie humorística Ghosted –también una parodia, esta vez de las series al estilo de Los Archivos X o Sobrenatural–, de la que se esperaba mucho pero apenas se obtuvieron un par de sonrisas.

Scott es expresivo y, como Ben Stiller (pero sin el brillo de este), basa su desempeño como comediante en componer a un personaje de apariencia normal y formal, a quien le ocurren cosas insólitas que lo superan y exasperan. En esta ocasión, el truco está en el contraste entre su intención de ser un marido ejemplar y un padrastro comprensivo, y la posibilidad cada vez más evidente de que su hijo adoptivo sea, literalmente, un demonio. El resultado es desparejo: hay un comienzo muy ágil y con elementos de humor negro, pero a medida que la película avanza va edulcorándose cada vez más –y más rápido–, mientras el guion –escrito por el propio Craig– empieza a pavear alrededor del vínculo entre el hombre y su hijastro, un tema lindísimo, pero para una película más seria o más trabajada que esta.

Little Evil también presenta ante el público masivo a la elogiada comediante Bridget Everett, quien se limita en esta ocasión a ocupar el rol de personaje secundario desaforado y grosero, habitual en las comedias estadounidenses, sólo que en esta ocasión, en lugar de ser un amigo gordito del protagonista, obsesionado por el sexo y la comida, se trata de una amiga lesbiana, no menos monotemática en relación con el porro (y el sexo y la comida), lo cual es, al parecer, tremenda evolución narrativa (aunque Everett es lo bastante expresiva como para que den ganas de verla en alguna otra comedia).

Pero si Little Evil se cae mucho en su segunda mitad, por lo menos es breve y culmina antes de estropear por completo un desarrollo inicial divertido, inocuo y bien narrado, que no va a quedar en la memoria de nadie pero cumple razonablemente sus intenciones de entretener.

El infierno somos nosotros

Si Little Evil es la aproximación más amable y light posible al género de horror, 1922 se encuentra, en cambio, en el extremo más serio y sombrío del género. Se trata de la segunda adaptación producida por Netflix en 2017 de una nouvelle de Stephen King, luego de la efectiva pero excesivamente hablada Gerald’s Game, dirigida por Mike Flanagan y estrenada hace algunos meses, en medio de un frenesí de adaptaciones de King que daba la impresión de que hubiera un Black Friday de los derechos de autor del escritor.

1922 es un texto relativamente reciente de King, publicado en 2010, y la fecha que le da título no sólo sitúa temporalmente las acciones, sino que también refiere a un momento concreto de la historia de Estados Unidos, en los años “locos” previos a la Gran Depresión en la que se sumiría el país durante la década de los 30 del siglo pasado. Wilfred James (Thomas Jane) es un humilde productor de trigo, que vive aislado en su granja junto a su esposa Arlette (Molly Parker) y a su hijo adolescente Henry (Dylan Schmid), con grandes expectativas para el futuro gracias a un campo adicional que ella acaba de heredar. Pero Arlette tiene planes distintos y, harta de la vida en el campo, sólo quiere vender las tierras e irse a vivir a la ciudad, llevándose a su hijo aunque eso implique divorciarse de Wilfred. Esa idea llena de odio al hombre, pero también distancia de Arlette a su hijo, que está enamorado de una adolescente local. El resultado es que Wilfred urde un plan para matar a su esposa con la complicidad del muchacho, y ambos llevan a cabo el homicidio, pero –como puede esperarse en una obra de Stephen King– ese crimen tendrá siniestras y ominosas consecuencias.

En todo caso, no hay que confundirse con los elementos sobrenaturales, o aparentemente sobrenaturales, porque 1922 no es exactamente un film de horror, sino más bien una tragedia social de época, con sus guiñadas al realismo sureño de autores como John Steinbeck y sus historias de la crisis económica (la nouvelle, escrita luego de la crisis bancaria estadounidense de 2008, conserva bastante del ánimo hostil al sistema financiero de aquel momento, en gran sintonía con el estilo de las novelas sociales de los años 30). También incluye guiñadas a Edgar Allan Poe y al Fiódor Dostoievski de Crimen y castigo, así como a las death songs (canciones de muerte) habituales en el folclore estadounidense. En otras palabras, es Stephen King en su faceta más seria, que si bien ha sido la base de algunas de las mejores adaptaciones de su obra, no es necesariamente la más atractiva del autor. Y, aunque el asunto apunte más al drama que al miedo, el tipo no puede con su genio.

Lo que ocurre es que, a pesar de que no se trata de un film gore ni de nada particularmente morboso, 1922 consigue, como Gerald’s Game –con la que comparte varias características estéticas, a tal punto que podrían ser parte de un ciclo de Netflix sobre Stephen King– capturar el tono áspero y simple del escritor, así como su capacidad de introducir un clímax –un elemento distintivamente espantoso (en el buen sentido de la palabra)–, dentro de su relato esencialmente trágico. No hay por qué adelantar de qué se trata y destruir el horripilante efecto, pero digamos que tiene que ver con ratas.

Por desgracia, estas irrupciones del horror en una historia que no es necesariamente del género no son la única semejanza de 1922 con Gerald’s Game, ya que, al igual que en el caso de esta, la anécdota es sólida pero no lo bastante como para estirarse en la duración de un largometraje, y a pesar de que no se trata de una película particularmente extensa, todo parece volverse bastante redundante mucho antes del desenlace. Así, sin llegar a ser tediosa, 1922 es previsible en una medida que complica el mantenimiento de la tensión y el interés, o por lo menos lo extravagante y bizarro de los peores textos de King, un autor al que se puede adjetivar de muchas formas, pero casi nunca con la palabra aburrido.

Si algo salva a esta película de la intrascendencia –que sería el fracaso definitivo de un relato con intenciones existenciales– es el buen desempeño del elenco, y especialmente el del protagonista Thomas Jane, un actor que merece un reconocimiento muy superior al que se le suele otorgar por sus papeles habituales de villano-galán, y cuyo trabajo aquí puede justificar la existencia de este film un tanto desproporcionado y que, dependiendo del ánimo con el que se lo encare, más que un triunfo o un fracaso es más bien un empate con algún susto ocasional.

Para los melómanos, la ominosa y adecuada banda de sonido es obra del versátil rockero Mike Patton, que ofrece un trabajo mucho menos violento y estridente que el que podía esperarse del cantante de Faith No More componiendo para una adaptación al cine de Stephen King.

Little Evil, dirigida por Eli Craig. Con Adam Scott, Evangeline Lilly y Bridget Everett. 1922, dirigida por Zak Hilditch. Con Thomas Jane, Molly Parker y Neal McDonough. Ambas producidas por Netflix, 2017.

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