El bello póster de Paula es una gran muestra alegórica de las corrientes subterráneas que atraviesan el film. En el sector inferior del cuadro, la joven empleada cuidando a dos niños en un campo sojero (atrás, un poco más a lo lejos, el joven autista de la misma familia, que en toda el metraje no dice una sola palabra); más arriba, un cielo gris, amenazante. Esa sensación de riesgo se construye en un juego de opuestos durante toda la película: abajo la magia de la infancia, arriba el mundo cínico de los adultos; abajo la opulencia de la soja, arriba la amenaza de los agroquímicos, simbolizada en esas nubes y en la avioneta como una letárgica personificación del mal; en medio, Paula y sus patrones, la conocida construcción de conflictos de clase trasladada a las relaciones casi feudales de la Argentina sojera.
Esa oposición de niñez y adultez vinculada con la soja también se relaciona con el principal problema de la protagonista, de quien se nos informa, ni bien comienza el film, que está embarazada y tiene que ocultarlo de sus patrones, al tiempo que trata de conseguir dinero para un aborto antes de que la gestación esté demasiado avanzada. Adentro suyo hay un posible niño que se quiere sacar de adentro, como los dueños de la lujosa finca se quieren sacar a sus hijos de encima, dejándolos a su cuidado. En los (breves) momentos de paz que vive Paula la vemos jugando con esos niños en los campos de soja de la familia. Varias veces se escuchan, de fondo, informativos de radio en los que se habla sobre problemas de gestación y desarrollo ocasionados por el uso de agrotóxicos, y eso contribuye a que uno sienta la certeza oscura de que jugar allí es peligroso. En ocasiones, incluso, nos parece inminente que la avioneta rocíe a los chicos, como en una especie de venganza. A su vez, el tema de los agrotóxicos tiende otro puente metafórico entre el mundo de los niños y el de sus padres: así como el monocultivo termina dejando yerma e inutilizable la tierra, cuando los chicos crezcan les espera el mundo repugnante y clasista de los mayores.
Visto así, el film presenta interesantes juegos de significantes. El director Eugenio Canevari convierte a la protagonista en un mero engranaje del funcionamiento familiar de sus patrones, acompañándola con una mirada cansina e imperturbable por todos los callejones sin salida relacionados con su intención de abortar. Salvo los niños, las personas que hablan con ella casi nunca la miran a los ojos, y a veces quedan fuera de cuadro. La pobre Paula es un hierro entre el martillo y el yunque. Pero el problema fundamental es que el lenguaje cinematográfico pasa de sólido a esclerosado, al abusar de los mismos planos y el mismo tipo de montaje. Es formulaico el modo en que la cámara se detiene en planos fijos, alternando un tiempo dilatado, casi documental, con primeros planos donde casi siempre lo que ocurre está fuera de cuadro, y se nos muestran las reacciones faciales de un personaje, como una marca de fábrica de cierto cine independiente que debería ser más profundamente analizado.
Nada de esto es necesariamente malo, pero una vez que se descifra el dispositivo semiótico, es fácil prever las escenas y su encadenamiento. Los personajes mismos, captados entre ese estilo casi documental y esos planos duros y estáticos, nunca llegan a ser del todo naturales, pero tampoco a adquirir una rigidez artificial que signifique otra cosa. Nos hallamos ante una especie de llanura árida como los campos tras el cultivo extendido de la soja.
La mayor apuesta del film se da en la fiesta de cumpleaños del final, con sonidos y diálogos que se entrelazan en planos y contraplanos alternantes de diferentes invitados, hablando de diversos asuntos. Es, en primera instancia, interesante cómo se presenta esa madeja, pero todo se hunde en lo burdo del retrato desagradable de la clase alta. Todos visten de blanco y una rubia habla de la moda de las adopciones, sugiriendo la compra de niños chaqueños (y el riesgo de que se vuelvan feos como los chaqueños adultos). Dice que los padres te los dan gratis, pero después andan buscando garronear unos mangos; que por más secreto que haya sido el trámite, siempre terminan cagándote, porque están para esa. Un hombre discute la forma en que se dividió una herencia familiar y a la patrona de Paula le molesta la presencia de sus hijos, mientras el niño autista e incomprendido (que es el del cumpleaños) se queda mirando un punto fijo del suelo.
Este retrato de miserias en gran angular no sería un pecado en otro tipo de película, pero aquí parece excesivo en lo obvio y moralizante. Es demasiado claro que el director quiere hacernos odiar a estos personajes, pero no complejiza su forma de poder sobre los más débiles.
Paula
Dirigida por Eugenio Canevari. Argentina, 2015. Con Denise Labbate y Amelia Carricart. Cinemateca 18.