El de Ghost in the Shell tal vez sea el caso que ha desatado mayores polémicas previas, debido a la vigilancia algo histérica de lo identitario que se está haciendo habitual en el ámbito cultural, pero el whitewashing de personajes de distintas etnias no sólo viene de hace tiempo, sino que muchas veces pasó inadvertido a pesar de su descaro. Veamos algunos ejemplos de antaño y de ahora.
• El conquistador (Dick Powell, 1956): Que Gengis Khan fuera interpretado por John Wayne fue al parecer una idea del productor de El conquistador, el excéntrico magnate Howard Hughes, quien no habría notado el absurdo de que el símbolo viviente del estadounidense blanco y anglosajón pasara por un mongol. Por algo se la sigue considerando una de las peores películas de la historia de Hollywood.
• Sed de mal (Orson Welles, 1958): Indudablemente es una de las obras maestras de Orson Welles y de la cinematografía en general, pero el rubicundo e irlandés Charlton Heston haciendo del policía mexicano Ramón Vargas, con un bigote dudosamente latino y una gran cantidad de maquillaje oscurecedor, produce cierta incomodidad hoy en día.
• Cleopatra (Joseph L Mankiewicz, 1962): Los historiadores pueden no estar de acuerdo acerca del auténtico aspecto y etnia de la reina Cleopatra de Egipto, pero si hay algo de lo que están seguros es de que no se podía parecer a la nívea actriz de ojos violetas Elizabeth Taylor.
• Lawrence de Arabia (David Lean, 1962): Qué papel desempeñó el personaje histórico TE Lawrence en el colonialismo británico de principios del siglo XX es una de las preguntas que se hace y no responde de manera concluyente esta magnífica película, pero no ayuda mucho a su revisión que el hiperinglés Alec Guiness haya interpretado nada menos que al príncipe Faisal de Arabia.
• La fiesta inolvidable (Blake Edwards, 1968): Es difícil enojarse con una de las películas más graciosas de la historia del cine occidental (y hay que ser bastante amargo para hacerlo), pero desde los puntos de vista políticamente correctos de las políticas de identidad actuales, es también difícil imaginarse una película tan inconsciente o tan indiferente a sus connotaciones étnico-culturales. Menos de 20 años después de que India se independizara del imperio británico, uno de los más famosos actores ingleses del momento -Peter Sellers, muy maquillado-, interpreta a Bakshi, un actor indio incapaz que no para de producir todo tipo de desastres. Seguramente hoy sería un escándalo, pero en su momento fue percibida -correctamente- como una película integradora, y de hecho era una de las favoritas de la primera ministra de India, Indira Ghandi.
• El año que vivimos en peligro (Peter Weir, 1982): Otra excelente película con algunas notables libertades de casting, como por ejemplo que el rol de Billy Kwan, un fotógrafo chino-indonesio enano, fuera interpretado por una actriz estadounidense algo bajita, Linda Hunt. No le importó mucho a la Academia de Hollywood, que le dio un Oscar a Hunt por su papel.
• 21 (Robert Luketic, 2008): Una historia basada en la anécdota real de un grupo de geniales estudiantes del MIT (Massachusets Institut of Technology) que aprovecharon sus capacidades matemáticas para ganar cuantiosas sumas en el casino, que se tomó muchas libertades en relación con su fuente de inspiración. Una de ellas fue que los estudiantes del MIT reales eran todos de origen asiático, y fueron convertidos en anglosajones para el film.
• El último maestro del aire (M Night Shyamalan, 2008): Esta película estaba basada en una maravillosa serie animada creada por dos estadounidenses caucásicos, Michael Dante DiMartino y Brian Konietzko, y entre los hallazgos de su cálida e imaginativa historia, ambientada en un mundo paralelo y mágico, estaba el hecho de que la historia de unos jóvenes capaces de manipular los elementos fuera protagonizada (sin especificar etnias ni filosofar al respecto) por personajes que -a pesar de que se trataba de una serie estadounidense- tenían rasgos indoasiáticos (invirtiendo la costumbre habitual en algunos anime japoneses -a los que la serie homenajeaba- como Full Metal Alchemist, de ambientar por completo sus historias en ámbitos europeos y fantásticos). El director de origen indio M Night Shyamalan se salteó este detalle en el casting, y no sólo eligió a dos actores de aspecto más bien nórdico-escandinavo para los roles de Katara y Sokka, sino que además el único personaje de piel oscura -que en la serie animada era mucho más pálido- era el villano Zuko. Fue parte de una serie de malas decisiones a las que la pésima calidad de la película no ayudó a redimir.
• Dragonball: Evolución (James Wong, 2009): Sólo una especulación muy esperanzada (y errónea) puede haber hecho que el productor de esta película, el brillante director y actor chino Stephen Chow, pensara que un personaje tan querido por sus fans -y tan identificado con lo japonés- como Goku podía ser interpretado por el canadiense Justin Chatwin, más parecido a otro famoso Justin canadiense (Bieber, no Trudeau) que al siempre optimista guerrero saiyajin. En todo caso, no fue la peor de las decisiones que condenaron a esta película al fracaso en la taquilla y a un misericordioso olvido.
• El llanero solitario (Gore Verbinski, 2003): Johnny Depp puede sostener que tiene sangre de indio comanche, pero nadie creyó que tuviera bastante para justificar su elección como el indio Tonto (tradicionalmente Toro en las traducciones al español), auténtico protagonista de esta película irregular y fracasada que, sin embargo, no es tan mala como se dijo, con una animadversión en la que sin dudas influyó la elección de Depp para hacer del icónico compañero del héroe enmascarado.
• Éxodo: Dioses y reyes (Ridley Scott, 2014): Todos los personajes bíblicos africanos y de Medio Oriente adquirieron en esta superproducción las fisionomías anglosajonas de actores como Christian Bale, John Turturro y Sigourney Weaver, un poco bronceados. Ridley Scott tenía la excusa de que Hollywood siempre ha hecho lo mismo en sus adaptaciones bíblicas, pero esta vez la decisión fue muy criticada. El director británico, muy pragmático, explicó el blanqueo de la siguiente forma: “No puedo montar un film con este presupuesto, donde tengo que confiar en los reembolsos impositivos en España, y decir que mi actor principal es Mohammed tal y tal, de tal y tal parte. Así no voy a conseguir el financiamiento. Así que ni siquiera surgió la pregunta”.
• Doctor Strange (Scott Derrickson, 2016): En pleno auge de la indignación identitaria, Hollywood comenzó a cuidarse un poco más de ofender con sus superproducciones, pero en Doctor Strange terminaron dándose un tiro en el pie, justamente por intentar ser más integradores y correctos. La película sobre este personaje de Marvel que es un cirujano devenido hechicero no tenía grandes roles femeninos, y decidieron convertir al maestro místico del doctor Strange, un personaje conocido como “el Anciano”, en una mujer. Una idea sin dudas aplaudida por parte de la audiencia, pero que tuvo el problema de que “el Anciano” varón del cómic era evidentemente asiático, y para su versión femenina se eligió a la inglesa y rubia (rapada para la ocasión) Tilda Swinton, lo que causó muchas protestas y demostró una vez más que hoy en día no se puede dejar conforme a casi nadie.