Ingresá

Música de fiambrería. Foto: Alejandro Persichetti

“Ellas en la Delmira”, los fines de semana de este mes en el Solís

7 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Ayer, millones de mujeres de todo el mundo se movilizaron en defensa de sus vidas y de sus derechos como mujeres y como trabajadoras. Esto invita a pensar cómo es posible que la cultura se vuelva más diversa, más igualitaria e inclusiva. Una de las herramientas que visibiliza esta problemática -que alcanza lo simbólico, lo psicológico y lo institucional- son las artes escénicas. Desde hace un tiempo, numerosas puestas, en particular unipersonales, han resignificado el lugar de la mujer, o han mostrado que también un drama puede convertirse en el disparador de un cambio social. Afianzando un teatro con perspectiva de género, el Solís organizó el ciclo Ellas en la Delmira, en el que tres monólogos escritos e interpretados por mujeres copan la sala de la poeta que murió asesinada por su ex pareja, los viernes y sábados a las 20.30, y los domingos a las 18.30.

Durante el primer fin de semana volvió a escena 1975 (2015), el unipersonal protagonizado por Laura Almirón y escrito y dirigido por Sandra Massera, sobre una mujer que descubre algo en la orilla del mar que jamás podrá olvidar. Del viernes 10 al domingo 12, la actriz y dramaturga Analía Torres reestrenará Parada Olivera, en la que se convierte en una prostituta de Soriano que se enfrenta al abuso y la explotación. Del viernes 17 al domingo 19, Lucía Trentini volverá a las tablas con su Música de fiambrería, una propuesta híbrida que ella define como “policial verde”, en el que se relatan tres historias paralelas atravesadas por un crimen. la diaria recabó las opiniones de las tres actrices acerca de los motivos del ciclo, del paro internacional de mujeres de ayer y del lugar de las mujeres como creadoras.

Para Trentini, lo central de Ellas en la Delmira es que habilita un espacio para mujeres creadoras. “Me parece que es necesario y que aporta de manera considerable a nuestro motivo de lucha, que tiene que ver con la equidad y la conquista de espacios para la mujer. En el ámbito artístico, así como en tantos otros espacios de poder y de toma de decisiones, el lugar del hombre es predominante y la posibilidad de que presentemos nuestro trabajo deja ver que hay mujeres que estamos creando en la escena contemporánea, con una voz y un lenguaje propios, y con ganas de decir”. Y que el ciclo se llame de ese modo se vuelve “un detalle no menor, ya que pone como figura a Delmira Agustini, una mujer referente de nuestra cultura, una revolucionaria, tan transgresora en su tiempo y su contexto social”, explicó la actriz, que interpretó a la poeta en No daré hijos, daré versos, de Marianella Morena.

Almirón coincidió en que este espacio visibiliza el trabajo de las mujeres creadoras de la escena uruguaya. “No es novedad que existen muchas mujeres en el teatro nacional que no paran de generar propuestas artísticas, pero muchas veces es difícil contar con espacios y recursos para mostrar ese trabajo. Lo interesante del ciclo es que brinda al público la posibilidad de ver tres monólogos bien diferentes en los que la voz femenina se hace oír desde la actuación, la dirección y la dramaturgia”. En la misma línea, Torres opinó que este ciclo resignifica y posiciona con más fuerza las demandas de género: “Creo que cada uno de estos monólogos surgió de la necesidad de cada una de nosotras, como creadoras, de expresar una voz propia relacionada con nuestros discursos, nuestra mirada femenina sobre el mundo y las relaciones humanas. En este contexto, los monólogos se presentan bajo el marco del género y la lucha por eliminar la discriminación y la violencia, y en ese sentido cobran más sentido. Se multiplican”, dijo.

En cuanto a los espectáculos, las tres concuerdan en que estas instancias reactivan y renuevan su gama de significados: “Para mí el teatro es un arte del presente”, afirmó la actriz de Música de fiambrería, que agregó: “Y sucede cada vez que se representa en su aquí y ahora. La obra fue estrenada en 2014, hemos tenido la posibilidad de exponerla en muchos lugares de contexto social y político muy diverso, y eso la resignifica cada vez. Ciudades del interior de nuestro país, de América Latina o de Cataluña, y también diferentes salas de Montevideo, le han dado a cada representación un valor diferente y una forma específica de diálogo que invita a reflexionar, ya que la obra atraviesa temas universales, que incluso llegan a trascender el género y a centrarse en tópicos que nos involucran en función de nuestra existencia como seres humanos”. En ese sentido, la autora de Parada Olivera asegura que lo que aporta el ciclo, además, es una especial visibilidad, “por el contexto social internacional en el que se enmarca y por el ventanal que implica presentar un material propio en el Solís. Es una apuesta muy grande que está haciendo el teatro al programar un ciclo tan particular como este, de monólogos y además de mujeres”.

Las ideas, las leyes y el cuerpo

A Trentini siempre le ha obsesionado la temática de la muerte y el amor. Para esta obra se propuso situarlos como punta de partida y rastrearlos en “los extremos y los límites que bordeamos desde la locura en el mundo en el que vivimos, en cuestiones que tienen que ver con cosas muy íntimas y personales, como los miedos, la culpa y el paso del tiempo.” En paralelo, la dramaturga y ex vocalista de La Tabaré buscaba un lenguaje personal “que tenía que ver con la canción, la música dentro de la escena y la musicalidad de la palabra, así como la mutación y la transformación en varios personajes desde mi ser actriz”. A todo esto se sumaron su visión y sensibilidad femenina, y sus propias vivencias. “En ellas aparece el universo del campo, el tambo, una mujer que se ve obligada a casarse con alguien que no ama. En contraposición, una mujer que elige continuar con una relación venida a menos y superada por la hipocresía, y en medio de todo eso, la soledad. Más allá de los encuentros y desencuentros, subyace la temática de la violencia, en este caso centrada en el abuso, que es un tópico que traigo porque considero que está presente con mucha fuerza en las historias de muchas mujeres, pero del que aún no nos animamos a hablar. Con las ideas, con las leyes y demás, viene también un cuerpo; un cuerpo que nos pertenece y sobre el que tenemos que poder decidir”, explicó.

En cuanto a 1975, la puesta marcada por la dictadura, la desaparición forzada y la presencia de esa ausencia, Almirón dijo que se trata de la historia de una mujer que, de alguna manera, mantiene vivo el recuerdo de su hermano desaparecido. Así, “habla de la pérdida de una familia, pero también de la historia de nuestro país, de una herida que no termina de cerrar”, y por eso el proceso de trabajo se volvió “un viaje”, ya que “es muy difícil interpretar a una mujer adulta, que al rato tiene 20 años y un poco después es una niña. Es como caminar por una cornisa todo el tiempo. Y creo que lo más difícil es no caer en el cliché de la señora, la joven o la niña”. Al comienzo, esa fue su mayor preocupación, pero con el tiempo la búsqueda se fue transformando en un juego guiado por la directora Massera: “Ella tenía clarísimo por qué caminos teníamos que transitar para encontrar a Teresa, la mujer que cuenta esta historia. Cuando empecé a trabajar improvisando con el texto, había momentos en los que no podía parar de llorar debido a la tristeza, la angustia, el dolor por la ausencia de ese hermano. El padre, la madre, la dictadura, Uruguay; todo eso mezclado con recuerdos míos muy borrosos de esa época terrible, en la que por suerte a nosotros ‘no nos pasó nada’. Recuerdos borrosos de los actos patrióticos en pleno invierno, en la plaza de San José, muerta de frío pero, obligatoriamente, todas las niñas estábamos de pollera, perfectamente peinadas, con escarapela y zapatos impecables; los árboles con los troncos pintados de blanco, los comunicados en la radio, el miedo al ruido de los helicópteros, los comentarios casi en secreto de los adultos...”. Así fue como Almirón tuvo que superar la memoria emotiva para poder decir desde otro lugar, para poder “contarlo desde esa mujer que fue apareciendo entre los vestidos, los zapatos, las cartas, el recuerdo”.

Parada Olivera fue el primer texto que Torres escribió en solitario, y lo hizo cuando percibió la necesidad de hablar de sus raíces y de su propia identidad. “Mi madre nació en Parada Olivera, un lugar perdido en el campo, en Soriano. Mi abuela y gran parte de mi familia materna aún viven ahí, y yo tengo muchas vivencias en ese lugar. Además, siento que el campo y la capital están muy separados, son universos diferentes. Entonces, quise escribir una historia que tuviera el marco del universo rural de nuestro país. La mayoría de las imágenes del campo que aparecen en el texto son reales, surgen de lo que viví. Por otro lado, yo estaba muy sensibilizada por las cuestiones de abuso y explotación sexual en nuestro país. Me dediqué a investigar y a leer entrevistas a trabajadoras sexuales. A partir del material que encontré, y junto a mi imaginación, ficcioné una historia. La protagonista de este relato nació en Parada Olivera y migró a la ciudad en busca de un porvenir mejor que no logró encontrar, y por eso terminó en una situación de vulnerabilidad como es la de la prostitución. También pienso que la construcción del personaje fue un medio para hablar de la situación actual de la mujer, de la mujer como ser humano y de las dificultades que tenemos para mantener un vínculo sano. Por supuesto que en el texto esa percepción se traduce por el filtro de mi poética personal como dramaturga. Pero hablo del abuso y de la explotación porque creo que es una problemática que no sólo sufren las trabajadoras sexuales”. Como síntesis de Parada Olivera, la autora envió un poema en el que explora las alteridades de su personaje. “Nina, Marlene, Wendy, Lola o como quieran llamarme. / Puedo inventarme nombres. / O puedo olvidarme también de quién soy. / Puedo terminar la botella. / Puedo hacerte un service completo. / Puedo invertir en mi porvenir. / Puedo estar sola. / Conmigo. / Puedo empuñar igual un revólver. / Y decidir. / Mirarte a los ojos. / Y decidir. / Puedo no necesitar. / O tal vez sí. Lo mismo da. / Que alguien piense. / Que no valgo la pena. / Lo mismo da. Porque acá estoy. / Porque soy persona / Antes que todo. / Porque doy a luz. / O no. / Porque escribo. / Existo. / Porque soy”.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura