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Un monstruo viene a verme.

La tristeza monstruosa

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Estrenada con cierto retraso en nuestro medio, y posiblemente sin mucho entusiasmo, Un monstruo viene a verme fue, a pesar de las generalmente buenas reseñas recibidas y del prestigio de varios de los nombres relacionados con la película, un tremendo fracaso de taquilla en Estados Unidos y España (países coproductores del film), y una absoluta ignorada por unos premios Oscar que bien podrían haberle reconocido alguno de sus múltiples méritos. Esto puede ser algo injusto, pero al mismo tiempo tiene una lógica comprensible.

A pesar de que no es una película difícil ni transgresora, y mucho menos violenta, Un monstruo viene a verme, del director español Juan Antonio Bayona -conocido sobre todo por su inquietante film de horror El orfanato (2007)-, puede recordarles a muchos el cine de autores como Michael Haneke o incluso alguna cosa de Lars von Trier, en el sentido de que, aunque uno reconozca la buena calidad, la expresividad y la potencia del film, hay que tomar muchos resguardos antes de recomendarlo.

¿Por qué? Porque Un monstruo viene a verme no sólo no es una película orientada al público infantil o adolescente -como se podría creer a partir del afiche o los trailers-, sino que es un film triste e incluso directamente desolador. No es que incluya esa clase de elementos dramáticos que han hecho a generaciones enteras llorar como magdalenas en determinadas escenas de Bambi, El rey León o Buscando a Nemo, sino de una tristeza que es el cimiento mismo y el corazón de la obra. Una tristeza más próxima a la de obras maestras de oscuridad vestida de cuento de Disney, como La tumba de las luciérnagas (Isao Takatha, 1988), El mundo mágico de Terabithia (Gábor Csupó, 2007) o Desde mi cielo (Peter Jackson, 2009), todas películas de gran calidad y enorme contenido humano, pero de una intensidad emocional que podría ser excesiva para un público muy joven o que haya creído que, por sus libertades visuales, se trata de una cosa más liviana. Y todas esas películas fueron, además, fracasos de taquilla.

En este caso, hay una historia particularmente triste y real detrás de Un monstruo viene a verme, o para ser exacto, detrás de A Monster Calls (un monstruo llama), el más adecuado nombre de la película en inglés y de la novela en la que está basada. Aunque ese libro es obra de Patrick Ness -autor de la trilogía de fantasía para adultos Chaos Walking y guionista/creador de Class, la serie de televisión derivada de Doctor Who-, el argumento de Un monstruo viene a verme es de la notable escritora y activista social Siobhan Dowd (1960-2007), que lo concibió después de que se le diagnosticó un severo cáncer de mama que terminaría llevándola a la tumba. Sabiéndose con escaso tiempo y energía para escribir el relato que había imaginado -y que ya había sido vendido-, Dowd le propuso a la editorial (Walker Books) y al ilustrador Jim Kay que otro escritor desarrollara la historia; Walker Books propuso a Ness, que era otro de sus autores, y aunque este respetó el argumento general que se le transmitió, el hecho de que no tuviera que escribir acerca de un problema propio -como era el caso de Dowd- le permitió darle cierta perspectiva a lo narrado, y el resultado fue el primer libro en ganar simultáneamente las medallas Carnegie y Greenaway -los dos principales galardones de la literatura infantil británica- para texto e ilustración. Premios merecidos en lo que se refiere a la calidad de la escritura y los dibujos, pero discutibles en cuanto a que se haya considerado al libro una obra orientada hacia el público infantil, porque Un monstruo viene a verme y la película que inspiró tratan, esencialmente, de la muerte, el duelo y el cáncer.

Golpe a golpe

Por lo general, las películas sobre protagonistas preadolescentes están orientadas a un público coetáneo del personaje principal o menor que este. Sin embargo, en este caso -y adecuadamente- la película se estrenó en Estados Unidos como “PG-13” (es decir, que la asistencia a sus proyecciones de menores de 13 años sólo se autoriza si están acompañados por un mayor responsable) y “Apta para mayores de 12 años” en Uruguay. Esto tiene sus motivos: el film cuenta la historia de Conor O’Malley (el pequeño y expresivo Lewis MacDougall), un esmirriado chico inglés de 13 años cuya madre (Felicity Jones) está enferma de algo que nunca se menciona expresamente pero cuya naturaleza es evidente. Como si fuera poco ese cáncer de su madre, Conor también tiene que lidiar con la ausencia de su padre (Toby Kebbell), un bohemio cálido y bienintencionado que vive en Estados Unidos, separado desde hace tiempo de Conor y su madre. La relación del niño con su estricta abuela (una Sigourney Weaver que está mejor que nunca) es conflictiva, y en su colegio es víctima del bullying constante de un grupo de repelentes compañeros más fornidos que él. Con semejante realidad, no es raro que Conor dé rienda suelta a su imaginación, que toma forma en la presencia de un monstruo -un árbol antropomórfico- que todas las noches, a las 12.07, se hace presente para contarle una historia distinta que, de alguna forma, le informa tanto sobre la naturaleza de ese “monstruo” como sobre sí mismo.

El monstruo es muy expresivo, aunque se parece mucho a una versión gigante del Groot de Guardianes de la galaxia. Cuenta con la voz rasposa de Liam Neeson, y cuando narra sus dos primeras historias, la película pasa de la filmación naturalista con algunos efectos visuales a la plena animación, inspirada en las ilustraciones para el libro de Jim Kay y en un estilo de dibujo -pictórico, de colores planos y con diseños que parecen emerger de los cómics más “artísticos”- realmente deslumbrante, más cercano al cine de animación europeo que a cualquier cosa de Hollywood. Pero toda la película, incluso cuando Bayona no se apoya en la espectacularidad de su monstruo y de lo que lo rodea, tiene un refinamiento visual similar, con planos y detalles de objetos que van mucho más allá de lo funcional y que, si no quedaran un poco opacados por los efectos especiales, dejarían ver más claramente la mano de un director puntilloso, en busca de un estilo propio dentro de lo espectacular (como Peter Jackson o Guillermo del Toro, cuyas influencias son sensibles en varios pasajes). La música del compositor Fernando Velázquez, simple y emotiva, también le otorga un plus de refinamiento al asunto.

Con tantas virtudes formales, hasta podrían soslayarse los elementos dramáticos, o ser presentados en forma relativamente atemperada. Pero tal vez no sea ni la presencia explícita de la enfermedad ni la compleja relación con la muerte lo que hace de Un monstruo viene a verme una película difícil de asimilar, sino más bien su honesta negativa a proponer soluciones compensatorias o moralejas edificantes. Si se puede extraer un significado simple de las historias que narra el monstruo, es solamente que nada es simple y que nada es en blanco y negro. De hecho, aunque hay una profunda moral en su concepto central, hay muy poca voluntad de positividad educativa: los problemas no desaparecen, no se tienden puentes sobre las brechas entre los personajes, e incluso la catarsis destructiva (y hasta la violencia) son propuestas -en un par de escenas memorables- como recursos válidos ante lo desproporcionado de una tragedia personal. Se podría decir que Un monstruo viene a verme no es un film sobre la aceptación del destino y los ciclos vitales, sino sobre la aceptación de la rebeldía individual y la furia contra esos ciclos.

No hay golpes bajos, porque toda la premisa es un golpe lo bastante contundente como para hacerlos innecesarios; tan sólo el exceso de intensidad, énfasis y foco en su sección final -que, siguiendo la máxima de Miles Davis de que “menos es más”, sería más efectiva si les permitiera a sus personajes (y a los espectadores) tal vez no una evasión pero sí una distracción, un respiro o un punto de vista tercerizado-, evita que Un monstruo viene a verme consiga redondear su claro objetivo de ser una película tan grande como el hombre-árbol al que debe su nombre. De todas maneras, es una obra efectiva, sensible y por momentos hermosa. Y, definitivamente, no para todo público.

Un monstruo viene a verme (A Monster Calls)

Dirigida por Juan Antonio Bayona. España/ Estados Unidos, 2016. Con Liam Neeson, Sigourney Weaver, Lewis MacDougall y Felicity Jones. Life Cinemas Alfabeta; Movie Montevideo y Portones.

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