Para la generación de los baby boomers, es decir, la de la explosión demográfica que Estados Unidos vivió después de la Segunda Guerra Mundial, la figura de Ray Kroc es en cierta forma equivalente a las de Bill Gates, Steve Jobs y Mark Zuckerberg para la generación X o los millennials. Es decir, se trata del hombre con una visión empresarial y comercial -parcialmente propia y parcialmente ajena- tan novedosa y efectiva que lo hizo pasar no de la miseria a la simple riqueza, sino de la clase media al círculo áureo de los archimillonarios. Si bien no fue el creador del emporio McDonald’s -el nombre original de la película, “El fundador” (The Founder), es irónico, porque fue una atribución que se autoasignó Kroc a pesar de que no era en absoluto cierta-, fue el dueño de la franquicia y el responsable de haber convertido a la cadena de comida rápida en un imperio nacional que luego extendieron al mundo entero Michael R Quinlan y Jack M Greenberg, sus sucesores en la presidencia de la compañía.
Pero así como a Jobs, Gates y Zuckerberg se les suele dar crédito individual y absoluto por méritos parciales (e incluso ajenos), Kroc, el modelo del empresario de los años 60, también fue un notorio usurpador de logros de otras personas. En su caso, de los hermanos Richard y Maurice McDonald, auténticos inventores tanto del sándwich de hamburguesa que asociamos con su apellido como del sistema de cocina y producción que permitía que el precio de sus productos fuera ridículamente bajo (al menos en sus días) y que los pedidos estuvieran listos en menos de un minuto. Esto se debió, básicamente, a un rapto de genialidad práctica de Richard Dick McDonald, un hombre que sin tener nada remotamente parecido a estudios de marketing, organización laboral o siquiera relacionados con la gastronomía, ideó -inspirado en las cadenas de montaje industrial de Henry Ford- el método de división parcial de tareas que permitía tener en la mano una bolsa de comida rápida recién elaborada, casi enseguida después de haberla pedido. Además, diseñó los legendarios “arcos dorados”, hoy en día uno de los logos empresariales más conocidos del mundo, así como el concepto de combinar la atención de los empleados con el puro autoservicio, en una sinergia de notable eficacia. Sin embargo, todo este brillo conceptual no le fue suficiente para impedir que un impetuoso y perseverante oportunista como Ray Kroc se aliara con él para ampliar el alcance de sus ideas y luego despojarlo del logro final y hasta de su apellido.
Una historia llena de atractivos suficientes -el “sueño americano” hecho pan y carne, el riesgo visionario, la traición- para ser llevada a la pantalla grande por John Lee Hancock, un director de bajo perfil, que recién llega a una superproducción con esta Hambre de poder, que cuenta los años del ascenso vertiginoso de Kroc (Michael Keaton) y su relación con los hermanos McDonald (Nick Offerman y John Carroll Lynch). Es inevitable pensar a priori, sobre todo al comienzo de la película, en algunas de las películas de Paul Thomas Anderson centradas en la obsesión por el poder individual y el mito del éxito estadounidense -películas como Petróleo sangriento (2007) o The Master (2012), ambas más o menos basadas en personajes históricos y ambivalentes-, pero las pretensiones de Hancock son bastante más terrenas y se concentran en el relato de la historia en forma más convencional. Fieles a su tradición de férreo control de calidad, los responsables actuales de McDonald’s exigieron que la película se ajustara estrictamente a lo que se sabe de sus hechos fundacionales y de la historia de la cadena, y de hecho se ha destacado la exactitud histórica de lo narrado, así como la perfecta reconstrucción de época (el restaurante original de los hermanos McDonald fue reconstruido a la perfección, como si hubiera sido transportado en el tiempo, y todo el film es como una inmersión directa en el Estados Unidos de los años 50 o en la idea que tenemos de este).
Pero ser históricamente veraz no significa contar la verdad, ni siquiera quiere decir contar nada. Si Hambre de poder narra a la perfección la historia fundacional de McDonald’s, es muy ambigua a la hora de dejar en claro por qué contarla. Algunas sutiles guiñadas culturales, rastreadas por los críticos estadounidenses, creen ver una posible sátira al Homo trumpinensis promovido por la derecha actualmente en el gobierno de Estados Unidos, pero la ambigüedad, que es una de las características de la película, hace muy difícil su lectura simbólica o establecer paralelismos culturales. El film no es, en absoluto, un himno al empresario emprendedor y ambicioso, y aunque muestra un gran entusiasmo al presentar las ideas de Dick Mc- Donald y la forma en que las lleva a la práctica, así como al abordar la persistencia de Kroc en la difusión de la marca y su producto, la pintura general es bastante desalentadora en lo humano, aunque en ese distanciamiento imparcial y crítico se pierde la perspectiva de todo lo que connota una historia como la de McDonald’s. Hay contención y una decisión de no incluir o sugerir (¿tal vez por no ser redundantes?) el enorme efecto del modelo McDonald’s en la cultura del consumo y el trabajo -y, por qué no, en la nutrición- del mundo entero. Por poner un ejemplo simplón, es como hacer una película sobre el descubrimiento de Cristóbal Colón que sólo trate de la autonomía náutica de las carabelas y de las relaciones de Colón con los otros capitanes.
Sin embargo, pese a las limitaciones a la hora de explotar el potencial temático y cierta frialdad dramática (por ejemplo, deja para los créditos finales el dato, tal vez previsible y muy conocido por el público estadounidense, de la más cuestionable de las deslealtades -por decir algo- de Kroc), no se trata de una película fallida o falta de interés. Al contrario, la historia de este canalla voluntarioso es atrapante, y Michael Keaton -un actor capaz de ser atractivo y repulsivo al mismo tiempo, y siempre es expresivo- ofrece una actuación antológica, tal vez la mejor de su carrera.
Hambre de poder (The Founder)
Dirigida por John Lee Hancock. Con Michael Keaton, Nick Offerman, Linda Cardellini y Laura Dern. Estados Unidos, 2016.