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Desobedecer las reglas

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Las historias del poeta Okoshi Oshura, encargado de redactar un libro sobre monstruos japoneses; de Tanoshi, amante del emperador; de Miniki, poeta y sensei de un grupo de poetas que poseen poderes y habilidades especiales, y de Neko Wal, un tatuador que es más que un tatuador, entre otras, transcurren en un Japón atemporal, mágico y misterioso, y convierten a El libro de la desobediencia, de Rafael Courtoisie, en un libro distinto y necesario.

Distinto no sólo por la elección del tema, sino también por el diálogo que establece con obras sumamente diversas, que abarcan desde las películas de los japoneses Akira Kurosawa y Takeshi Kitano, o el estadounidense Quentin Tarantino, hasta los libros de los japoneses Yukio Mishima y Haruki Murakami, el italiano Alessandro Baricco e incluso el argentino César Aira y la literatura gauchesca. Necesario principalmente por la búsqueda de una narrativa torrencial y poética, pero sin que esa poesía le dé al relato características herméticas o lo lleve a un alejamiento total de lo narrativo. Queda claro que el autor, además de ser un narrador con oficio, es un poeta de valor. La prosa de esta novela es semejante a un extenso poema, y resulta indudable que el manejo del lenguaje, de la música, de los sonidos y de los silencios por parte de Courtoisie enriquecen la historia y conforman una atmósfera bella e hipnótica.

Además de la calidad de la prosa, las historias, sobre todo en el primer tramo, resultan muy interesantes y se entrelazan entre sí, con un dominio de los tiempos y de las tensiones que lleva al lector a involucrarse rápidamente en el universo que Courtoisie propone. Esas historias llevan intercalados capítulos que las vinculan mediante reflexiones acerca de diferentes temas -principalmente el de la desobediencia, en torno al cual gira el otro tipo de capítulos-, pero no con un enfoque estrictamente racional y filosófico, sino sobre todo desde lo poético, o al menos integrando ambas perspectivas, ambas miradas. El hecho de que esos dos puntos de vista no estén jerarquizados, sino que alternen como dos partes indivisibles de la comprensión y la percepción, hace que la inteligencia de algunos juicios potencie las búsquedas poéticas sobre algunos conceptos, y viceversa.

Sin embargo, y a pesar de la finísima prosa, en lo narrativo hay varios problemas. A nivel estructural, quizá en el último tercio del libro, cuando la intensidad de la trama parece estar en el clímax, los capítulos más poéticos, con reflexiones o divagaciones filosóficas, estéticas y existenciales, que en la parte anterior enriquecían el relato, terminan distrayendo y entibiando la temperatura general de la narración. Incluso hay una inexplicable diferencia entre la forma en que se prepara el desenlace y el modo en que finalmente se da este, como si su importancia hubiera sido dejada de lado. Con respecto a esa preparación, es realmente muy interesante la forma en que el autor usa una especie de montaje paralelo entre los hechos que acontecen en la academia de poesía y el avance de las tropas que van a su encuentro, generando una tensión muy potente, pero que no termina de cuajar en el final.

Quizá los mayores problemas estén en el tono de la narración. El autor parece haber elegido una forma asociada con relatos orales ancestrales, que combina fidelidad a la historia y licencias por parte del narrador, y es en esas licencias donde lo narrativo parece resbalar, ya que no funcionan del todo y producen la impresión de ser un poco forzadas, tanto los momentos de humor como aquellos en los que el autor se aparta del modo más habitual de relatar para aportar comentarios relacionados con lo que está contando. Son notorias las diferencias entre la forma en que el relato fluye cuando el narrador se ciñe a un estilo más convencional, y lo más trancado que parece estar todo cuando intenta salir de ese molde. Obviamente, no es necesario que un escritor deba mantenerse en el molde para que su relato funcione, y ejemplos de esto hay miles, pero en este caso la efectividad y potencia narrativa del autor se adaptan mucho mejor a un registro que a otro, y eso se nota. Este desnivel no afea el relato, ni hace que uno sienta la tentación de abandonar el libro por la mitad, pero a veces corta el fluir de la narración, distrae, y hace que la voz narrativa predomine sobre la historia en sí, cuando en realidad es la historia la que genera más interés y curiosidad.

En definitiva, El libro de la desobediencia es una muestra más de que Rafael Courtoisie es uno de los mejores narradores de su generación y mantiene una saludable actitud de búsqueda en su obra. En este caso, esa búsqueda lo lleva a aciertos y a errores, pero estos últimos no dejan de ser bienvenidos, teniendo en cuenta la gran cantidad de novelas que se publican y han sido escritas en serie, de forma “correcta”, siguiendo fórmulas que alguna vez funcionaron y que ya no lo hacen. El autor desobedece esas reglas que presuntamente aseguran el éxito a nivel narrativo, y eso hace al libro aun más necesario. Se trata de una novela que hay que leer para entender un poco mejor por dónde andan las exploraciones artísticas de uno de los escritores fundamentales de la literatura uruguaya.

El libro de la desobediencia

De Rafael Courtoisie. Hum, 2017. 182 páginas.

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