¿Existe un “estilo David Foenkinos”? Novela a novela, ciertamente, el francés, nacido en 1974, parece renovarse y, tal vez, si su nombre no apareciera en las portadas, sería difícil adjudicar a un mismo autor libros como La delicadeza (2009), Lennon (2010) y Los recuerdos (2011). Un rasgo recurrente, en todo caso, es la experimentación formal (nunca demasiado radical, hay que decirlo) y la tensión, a menudo presente en sus obras, entre verdad y representación, historia, literatura y memoria, que se resuelve (o se complejiza) en un manejo diestro de los formatos biográficos, autobiográficos y puramente ficcionales.
Su última publicación a la fecha, La biblioteca de los libros rechazados (editada en su idioma original el año pasado bajo el título Le mystère Henri Pick), no es, en este sentido sobre todo, una excepción. El argumento (el argumento central, por lo menos) es desde un principio atractivo: una joven pareja (formada por una editora en ciernes y un novelista frustrado) descubre, en la biblioteca municipal de Crozon, el pueblo natal de la chica (ubicado en Finisterre, Bretaña, al extremo occidental del territorio francés), una sección exclusivamente dedicada a albergar aquellos manuscritos que las editoriales no han querido publicar y que sus autores llevaron a ese lugar como prueba última de su existencia, similar a la que de hecho existe en Vancouver en homenaje a la biblioteca de obras inéditas imaginada por el escritor estadounidense Richard Brautigan en su novela The Abortion: An Historical Romance 1966 (1971). Recorriendo las estanterías pobladas de sueños frustrados, los protagonistas encuentran una novela bellísima escrita, aparentemente, por el dueño de la pizzería del pueblo (el Henri Pick del título en francés), de quien su viuda dice que jamás leía y que nunca le escribió siquiera una carta. Ese hallazgo es el que echa a andar la trama, que se desarrollará a veces como un misterio a lo Agatha Christie, a veces como comedia de enredos y por momentos también como melodrama.
En comparación con su obra anterior, Charlotte (2014), que fue leída por algunos críticos (entre ellos, Elisabeth Philippe) como una estrategia para alcanzar la “credibilidad literaria” (premios, presumo, y en ese sentido fue un éxito, ya que le valió en su país el Renaudot y el Goncourt de los Estudiantes), La biblioteca... parece más un juego literario, una pieza al estilo “¿Qué sucedería si...?”, emparentada con algunas ficciones de Milan Kundera que parten de una base cómica (y, en varios casos, cercana al absurdo) y van tomando tonos mucho más oscuros a medida que la lectura avanza y las psicologías de los personajes se van revelando como más intrincadas (La despedida, de 1972, tal vez sea un ejemplo). A diferencia de los personajes de su maestro checo, los de Foenkinos no parecen (al menos a primera vista) ser demasiado complejos, ni logran despegarse del todo de las páginas. No obstante, que sean un poco estereotípicos no actúa en detrimento de una obra que explota esas características al máximo y, a partir de una suma casi desmesurada de clichés (el artista introvertido y socialmente incómodo, el bibliotecario taciturno, la editora ambiciosa, el crítico resentido), se convierte en una narración entretenida que, pese a su aparente simpleza inicial, se resuelve en forma compleja, con una trama llena de vaivenes y giros inesperados, así como de momentos de ingenioso humor.
En una deliberada mezcla de nombres reales (desde editoriales como Gallimard y Grasset a páginas literarias como Le Figaro Littéraire o el programa de televisión La Grande Librairie, desde Michel Houellebecq a Laurent Binet, desde Bernard Pivot a Frédéric Beigbeder) envueltos en situaciones ficticias pero casi siempre verosímiles, La biblioteca... funciona como una irónica crítica al mundillo literario (no sólo parisino), con su búsqueda incansable de la novedad y del éxito instantáneo, su deificación del autor y de su biografía (piénsese en el reciente caso de Elena Ferrante, por ejemplo), sus tejemanejes y armados de marketing, y sus egos, inquinas y rencores. Mediante un uso astuto de las notas al pie de página, que salpican ocasionalmente el texto ampliando algunos pasajes, comentando situaciones o agregando información, y que parecen darle una tonalidad más “seria”, la última novela de Foenkinos es además una interesante deconstrucción del éxito personal del autor, que ha sabido aplicar estrategias para utilizar a su favor las reglas de juego del actual mercado editorial (al que le interesa sobremanera la posibilidad de adaptaciones cinematográficas, y parece exigir por ello tramas potentes basadas en hechos históricos, una prosa ligera combinada con contenido moralizante, y momentos entrañables).
Foenkinos se mueve con libertad en los vaivenes entre (si es que acaso puede pensarse así) la “alta” literatura que no vende y el entretenimiento que no gana premios, entre una prosa casi ingenua, poblada de lugares comunes, y una gran capacidad para presentar una personalidad en pocas líneas, entre la “profundidad” de ciertos temas existenciales y la “llaneza” de una simplísima historia de amor y desencuentros. De este modo, con una galería de personajes atractivos y sus siempre cambiantes pasados, la novela es también un delicado alegato a favor de la imaginación y de las mentiras que nos contamos para sobrevivir.