Pertenezco a la generación James Bond, así que se me hace medio vertiginoso el ritmo de los reboots del Hombre Araña, ahora globalizado en la distribución local como Spider-Man. Hubo más de 20 años de reposo entre la versión protagonizada por Nicholas Hammond (emitida como serie televisiva de 1977 a 1979, con tres adaptaciones a cine) y los films dirigidos por Sam Raimi y con Tobey Maguire (de 2002 a 2007). Cinco años después surgió una nueva serie de películas dirigida por Marc Webb y con Andrew Garfield (2012 y 2014), pronto cancelada, y la actual se puede decir que empezó en 2016 con la aparición del personaje, ahora incorporado por Tom Holland, en Capitán América: Civil War. Esta es la primera película de una nueva tanda con el Hombre Araña como titular. Los motivos para este último cambio parecen haber sido varios: un desempeño decepcionante en la boletería de la serie con Garfield, la operación de insertar al Hombre Araña en el Universo Cinemático Marvel, y también la de probar con el aspecto más adolescente del personaje.
Con respecto a lo último, hubo una progresión: en cada nueva versión cinematográfica, el Hombre Araña tuvo una apariencia más juvenil y una actitud más chistosa que el anterior. Y si parecía que el flacucho Garfield era la culminación de ese proceso, Tom Holland, que tenía 19 cuando filmó esta película, realmente parece que tiene 15, que es la edad de su personaje.
Hay quien opina que el vuelco fue un intento de crear un sector en el Universo Marvel para captar a un público adolescente que se puede identificar con el tipo de conflictos liceales que aparecen aquí (el bullying que Flash le hace a Peter, la torpeza en el acercamiento amoroso –todavía virginal– a Michelle, la amistad-alianza con Ned –otro de los impopulares del grupo, que oficia también de sidekick gordito de Peter–, el rollo de “con quién iré al baile anual”, etcétera). Quizá sea el caso, pero sólo para algunos tipos de personalidad: tiendo a ver como algo esencialmente pueril la tendencia seudoadulta de Los Vengadores (y tantos otros blockbusters) a esa cosa wagneriana (dioses del Valhalla, conflictos en los que se pone en juego el equilibrio del universo entero, música solemne con orquesta sinfónica estruendosa), y pienso que los más grandes no necesitan certificar su madurez y pueden proyectarse en forma gozosa en una película sobre adolescentes bien hecha y divertida como esta, recuperando algo del sabor de una comedia/aventura quinceañera tipo Volver al futuro.
En este Hombre Araña hay muchos chistes (y muy buenos), y pese a todo lo fantástico, tiene una dimensión mucho más doméstica y con los pies en la tierra. Hay un súper villano, tomado de los comienzos del cómic, pero aquí es, en definitiva, una versión inflada (con súper tecnología) del jefe de una banda de ladrones que, entre otras cosas, roban cajeros automáticos, sin pretensión alguna de llamar la atención sobre sí mismos. Cuando el héroe se desplaza por ahí colgado de sus hilos de telaraña, sus movimientos son totalmente irreales, mucho más veloces de lo que es físicamente verosímil, y parecidos a los de un dibujo animado para niños. De pronto, en un campo de golf, no tiene forma de “volar” como cuando está cercado de rascacielos, y no le queda otra que correr. Durante un par de tramos, su traje artesanal de Hombre Araña es un disfraz muy mal hecho, que hace pensar en Kick-Ass. Luego, Tony Stark (el personaje más ubicuo del Universo Cinematográfico Marvel) le regala un traje más pro y dotado de alta tecnología, pero se trata esencialmente del visual de las historietas de los años 1960, más retro y sencillo, y menos brilloso y oscuro que el de las series con Maguire y Garland. Para usarlo, Peter tiene que sacarse la ropa y quedar en calzoncillos, se tropieza con el pantalón, y si lo hace en un callejón para atender una emergencia, siempre termina perdiendo la mochila, que queda tirada por ahí.
No hay relato de origen, por suerte. Se da por asumido el origen de la serie de Raimi: la picadura de la araña genéticamente modificada y la muerte del tío Ben, quien le habría inculcado a Peter la noción de que “un gran poder entraña una gran responsabilidad”.
De acuerdo con esa perspectiva más humilde, barrial, la narrativa es relativamente distendida y se ocupa de cuestiones personales y de pequeñas historias. Y justamente eso permite construir el momento más sensacional de la película, que es la preparación para el baile estudiantil. Hay una buena sorpresa ahí, que no podría construirse con el ritmo apresurado al que confinan las escenas intimistas la mayoría de los films de superhéroes actuales. Llama mucho más la atención eso, o la carrera del Hombre Araña por los patios traseros de un barrio suburbano, o su vínculo con la tía May, que la parte más estándar de la película, adoptada como emblema (la secuencia en el ferry a Staten Island), que es bastante anodina y aséptica: una catástrofe sin muertes.
En una de las últimas escenas hay, incluso, una sátira al aspecto hi-tech de Los Vengadores, encarnada en la propuesta del nuevo súper traje para el Hombre Araña. Y no sólo eso: más allá del encanto canchero del Tony Stark encarnado por Robert Downey Jr, la primera secuencia (en la que se procesan los vestigios de la guerra interplanetaria mostrada en Los Vengadores) muestra a la agencia de control de daños, comandada por Stark, asumiendo una posición autoritaria y prepotente con la pequeña empresa de Toomes: carente de sensibilidad, injusta y que ocasiona serios perjuicios a la otra parte. Esa situación es la que lleva a Toomes a desencantarse de la vida honesta y trabajadora y a convertirse en criminal. La moraleja de la película corresponde a la perspectiva cínica característica de las últimas décadas, una síntesis dialéctica que incorpora las críticas de la contracultura pero las desvía hacia el conformismo: ya no se pinta a Estados Unidos como un lugar donde hay oportunidades para todos, sino que se asumen las maldades del sistema, pero aun así se concluye que cualquier intento de patear el tablero es intolerable, porque la situación en que estamos sigue siendo preferible al caos que sobrevendría si la estructura quedara seriamente comprometida. De ahí surge otro rasgo maduro de esta película: el villano no es un ser odioso ni un psicópata descontrolado; es muy fácil entender sus razones y empatizar con ellas.
Con esta película, el Universo Marvel diversifica su oferta, no sólo con un superhéroe renovado, sino también con otro espíritu e incluso otras ideas: está, por un lado, la cosa más ampulosa de Los Vengadores, asociada con la imponente megaempresa de Stark, y por otro la perspectiva más “de a pie”, barrial, personal, adolescente, informal, satírica, bienhumorada, del Hombre Araña. Yo me quedo con esta última toda la vida (y asumo que lo harán muchísimos más), varios otros se quedarán con la primera, algunos, con ambas, y apreciarán el sabor de unos Vengadores aligerados y enriquecidos con la presencia del más auténticamente Hombre Araña de los hombres araña. A la larga, toda la plata va a los mismos bolsillos.
Spider-Man: de regreso a casa (Spider-Man: Homecoming)
Dirigida por Jon Watts. Estados Unidos, 2017. Con Tom Holland, Michael Keaton y Robert Downey Jr. Grupocine Ejido; Life Cinemas 21 y Costa Urbana; Movie Montevideo, Nuevocentro, Portones y Punta Carretas; Stella Colonia; shoppings de Colonia, Las Piedras, Paysandú, Punta del Este, Rivera y Salto.