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Bienvenidos al paleomuseo

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Las cálidas vitrinas de madera añeja y noble repletas de restos, los frasquitos traslúcidos pero obnubilados por un líquido amarillento en el que fluctúan especímenes no identificables, el tono terroso vagamente tétrico que atraviesa los cuadros aglomerados en la pared, dispuestos en polvoriento estilo salón: todo en esta Introspectiva, de Alejandro Turell, grita naturalismo del siglo XIX, taxonomía de antaño, gusto por el gabinete de curiosidades, naturaleza momificada. Introspectiva es una retrospectiva curada por el propio artista, que reúne piezas de toda su producción anterior (iniciada en 1982): mira atrás, como cualquier retrospectiva, pero, según su definición, con una pizca de metatextualidad que se renueva sí misma: efectivamente, las etapas de su carrera no están marcadas, no hay cartelitos que adviertan sobre títulos, series o años, el conjunto está dispuesto en la galería para que sea percibido en forma de instalación. Es un montaje que niega la historia de sus piezas, o por lo menos su cronología, revitalizándose necesariamente, y en definitiva tratando su material como las mismas obras tratan a sus sujetos, en forma paraarqueológica, como hallazgos de un “científico melancólico”, según la definición que de Turell dio Carolina Lara. Paradójicamente, para construir su simulacro (en el peor de los casos) o su traducción poética (en el mejor) del rigor científico, el artista desmantela varios límites y reglas, utilizando la apertura total en cuanto a estilos (del realismo casi courbetiano a lo naïf), a calidad (de cuadros significativos a otros francamente olvidables), a técnicas (de la pintura en sus encarnaciones acrílicas, oleosas o acuarélicas al readymade, que nunca es, huelga decirlo, industrial). De hecho, hay dos mesas, sostenidas de modo ficticio por unos pequeños troncos de los que está brotando musgo (casi la revancha de la bios sobre este repertorio de telarañoso embalsamamiento general), y sobre esas mesas ocho cajas, dentro de las cuales se puede ver, a través de vidrios, la acumulación de un sinnúmero de huesos, flechas, piedras –talladas o no–, ramitas (¿para rabdomancia?), flautas y pinceles arcaicos, etcétera. Turell juega a montar, tratando de desmontarlo, un pequeño museo de la antigua y olvidada museificación positivista. En este Trocadero miniaturizado y errático conviven imágenes de animales comunes vivos o muertos, (quizá) desaparecidos o morfológicamente “prehistóricos”, artefactos y pura naturaleza, mientras que en varios lugares de la muestra asoma la figura de una especie de mono-hombre, muñeco darwinianamente informado y culturalmente formado (¿el Retrato de Cézanne, de Francis Picabia?, ¿King Kong?, ¿2001: Odisea del espacio?, ¿El planeta de los simios?). Aparece tridimensional, de reducidas dimensiones, como si hubiera salido de un diorama liliputiense, cabalgando un tiburón, armado y mirando de costado, caminando sorprendido con hueso y mate en las manos, pintado en pareja, en una suerte de caminata a la Masaccio o apenas perfilado sobre un fondo terroso. Es evidente que Introspectiva aguijonea conceptos candentes como los de origen, reproducción, azar o descomposición, pero siempre “bajo vidrio”, en actitud cautelosamente paleontológica.

No explicitados, ecos ecológicos retumban de todas maneras en la sala, ya que los materiales de las piezas son, en tanto indeterminados, formas de vida salvajes por un lado y civilizaciones perdidas por el otro. Y de hecho, la preocupación ambientalista aflora abiertamente en el texto que acompaña la exhibición: “La antropización del paisaje, de la naturaleza, de la fauna, de la flora, de sus equilibrios, en las últimas tres o cuatro décadas, ha cobrado tal magnitud que nos interpela”. Turell confía, evidentemente, en “esos investigadores que son los artistas y los científicos” para reforzar la memoria y poder proyectar un futuro (siempre anterior): baraja los naipes de unos y otros, labrando una sugerente Wunderkammer que superpone el pasado propio con el de la tierra y que, sin embargo, queda envuelta en una niebla nostálgica, inquietantemente fósil.

Introspectiva, de Alejandro Turell. SOA Arte Contemporáneo (Constituyente 2046). Hasta el 10 de agosto.

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