Ingresá

Diego Bianki. Foto: difusión s/d de autor

Gran artista y pequeño editor

5 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Es ilustrador, diseñador, autor multipremiado y publicado en varios países del mundo. También es uno de los responsables de Pequeño Editor, que se dedica a “libros ilustrados para pequeños lectores y grandes curiosos”, creada por él y Ruth Kaufman en el estudio de su casa de Colonia, que este año cumple 15 años.

El sol de la mañana atravesaba las últimas hojas de la parra y se acomodaba en las paredes de la casa, las baldosas del jardín, el aljibe, dos esculturas del pájaro loco y la ventana del estudio. Diego Bianki (nacido Bianchi) despejó la mitad de una pequeña mesa para apoyar las dos tazas de té de marcela y anacahuita recogidas de su jardín.

–Empecemos con una pregunta filosófica: ¿por qué decidieron hacer libros?

–Es una pregunta difícil, porque es un lugar difícil el de hacer libros. Lo siento una responsabilidad. Cuando hago un libro tengo un compromiso conmigo, con mi trabajo, con los editores y con los lectores. Es una actividad que se desarrolla como trabajo y está dentro de un contexto laboral, comercial, económico, de país, y así sucesivamente. Hay un montón de prerrogativas y de presiones que pueden hacer que el interés particular que uno tiene sufra las coyunturas. Resulta muy difícil, a veces, poder sostener ese estoicismo de responsabilidad, porque también estás haciendo un trabajo, que tiene que llegar a una librería y al gran público. Lo que trato de hacer es pensar que ese libro va a quedar en manos de otras personas. Eso me implica analizar concienzudamente un montón de cuestiones que me interesa resolver, mostrar y dar a conocer al lector. Por otro lado, vivimos en un mercado saturado de libros. Cuando con Ruth Kaufman decidimos fundar la editorial, nos propusimos hacer libros que no fueran los característicos del mercado.

–¿Esa es la apuesta?

–Esa es la apuesta: realizar libros con un espíritu artesanal, en el sentido de cuidar los detalles de esa creación. Por otro lado, también hay que pensar que no se puede hacer tantos libros; eso es una falacia que genera el mercado. Hay una cinta de producción, una hegemonía editorial que marca tiempos y prioridades comerciales. Las grandes editoriales editan al año, dependiendo del país, entre 20 y 40 libros, y eso genera una dinámica que se impone en librerías donde los grandes consiguen mayores espacios y pueden negociar mejores descuentos. La situación condiciona a los sellos más pequeños, que apenas editamos entre cuatro y ocho libros al año.

–¿La elección del nombre Pequeño Editor tiene que ver con eso?

–Sí, tiene que ver con conservar un espíritu. Nos apropiamos del genérico y le dimos una vuelta de tuerca con el logotipo, buscando hacer algo divertido y apuntando a los jóvenes.

–¿Cómo llegaron al logo [con imágenes de un sombrero y un gorrito de los que salen piernas, y que puede hacer pensar en un padre seguido de su hijo]?

–Bueno [risas], yo me pongo a trabajar en libretas de contabilidad, que corto en cuadraditos. Garabateando, y pensando en personajes tan pequeños que eran tapados por sus gorros, llegué a esos dos. A los ilustradores nos encanta ponerle patitas y caritas a todo [risas].

–¿Y la concreción de la editorial?

–Nos mudamos a Colonia en 1999. Vinimos con dos niñas pequeñas y con trabajo de Argentina, pero al año nos quedamos sin trabajo. Yo ya había estado en la situación de editar libros de manera alternativa, no para una editorial, sino en proyectos propios. Había ganado cierta experiencia y estaba más atrevido, así que un día le dije a Ruth: “¿Qué tal si hacemos una editorial?”. Armamos una carpeta con el proyecto, fui a ver a gente de una imprenta en Argentina y conversamos sobre compartir el proyecto. Ellos se sumaron, y en octubre de 2003 presentamos los primeros cinco libros en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. Así lanzamos la colección Fuelle.

–Le dan gran espacio a la gestión cultural. ¿Qué significa esa tarea?

–Ah, es fundamental. Vivimos haciendo cosas. Desde los comienzos del proyecto tuvimos un muy buen apoyo de la prensa, que fue fundamental para instalar nuestro nombre, así que en 2010 nos decidimos a desarrollar una fuerte gestión cultural en torno a nuestros títulos. Con el tiempo nos dimos cuenta de que era la herramienta que nos identificaba, buscamos mejorarla para hacerla rendir, y nos fue muy bien. Descubrimos que era muy importante para darnos a conocer, para interesar al lector, a los funcionarios de las instituciones, a los libreros y a los feriantes. Gracias a varios proyectos de gestión cultural y a algunos premios recibidos, nos posicionamos muy bien en ferias internacionales, y hemos vendido derechos de publicación de nuestros títulos en Hungría, Corea, Francia, Alemania, Brasil, Libia, Turquía, México, Chile y Colombia, entre otros países.

–Hicieron varios eventos que tuvieron gran repercusión.

–El primero fue en 2010, se llamó “El arte desarma tu cabeza” y hoy sigue dando vueltas. Se hizo, desde México para abajo, en casi todos los países de América Latina. En España estuvo en Madrid y Barcelona, y se replicó en Los Ángeles hace unos días.

–Rompió cabezas.

–Sí, y nos propusimos viralizar esas propuestas. Hacerlo y darlo a conocer. Es la manera de que se genere ese efecto de réplica que hace que las cosas sigan funcionando solas, que estemos hablando acá y nuestro nombre siga dando vueltas. Hicimos otro proyecto que se llamó “Libro árbol, un libro que se planta”. Era un volumen que venía con semillas en la portada. La propuesta era hacer interactuar la promoción de la lectura y el cuidado del ambiente, por medio de una propuesta editorial. Fue una edición especial, hecha con papeles artesanales realizados a mano y con una tirada muy pequeña, cuyos ejemplares se donaron a escuelas y bibliotecas. También realizamos un video que, una hora después de ser publicado, tenía más de 20.000 visitas: eso causó que muchos medios de prensa quisieran saber del proyecto, desde China hasta Estados Unidos, y desde Le Monde al Huffington Post o Newsweek, por nombrar sólo algunos. Empezaron a sonar los teléfonos.

–Lo experimental está muy presente en su catálogo. Proponen reglas de juego que potencian las capacidades lúdicas de los lectores, con libros que cruzan el umbral de los géneros. Les dan un lugar importante a la innovación y al impacto de la propuesta gráfica. ¿Hay algún libro que sientas especial de la editorial, que particularmente te guste o haya dado mucho trabajo?

–Todos dan mucho trabajo. Están los que dieron mucho trabajo y satisfacciones, y los que dieron satisfacciones y no tanto trabajo. A Quiero ver una vaca le guardo mucho cariño. Lo hicimos con un texto del poeta Enrique Fierro y convocamos a una pareja de artistas de Rosario para que hicieran secuencias fotografiadas de sus objetos. Ellos hacen teatro de objetos inspirados en Alexander Calder. Trabajamos con un gran amigo y fotógrafo, Marcelo Setton, y salió un libro bellísimo que fue un fracaso de mercado. Fue una apuesta arriesgada, fijate que salió hace 13 años.

–Pero ustedes tienen varios libros en los que aparecen objetos. ¿Qué te parece que pasó con ese?

–Sí, Rompecabezas, por ejemplo, pero ahí ya tenía claro cómo hacer llegar el objeto al lector. Cuando uno va a definir las imágenes del libro, está definiendo al lector que lo va a leer. Quiero ver una vaca es un libro para entendidos. Al principio, lo compraba gente vinculada con el diseño y la ilustración. A muchos el pingüinito que protagoniza las imágenes no les gustó, pese a que está realizado a partir de un recurso ingenioso: los artistas resignificaron la perillita del cajón de un mueble para crear ese personaje. Cada malvón tiene su maceta, como dice el dicho. Algunos lo apreciaron, pero la mayoría no lo llevó. Rompecabezas, si bien tiene una parte experimental importante, ya tenía la experiencia de este y de El paraíso viviente. Cuidé que fuera una estética con la que el lector pudiera identificarse, y funcionó bien.

–¿Están trabajando en alguna novedad?

–Estamos en la búsqueda de una nueva propuesta lúdica, y de poner la cabeza en otro lugar. Trabajando con otros, con bonitos desafíos, en un proyecto de libros desarmables con los que se pueden crear escenarios, con una historia y modulitos para armar personajes. Tenemos mucho entusiasmo. Seguimos buscando maneras de encontrar espacios en el mercado, en nuestros intereses creativos y en las posibilidades de asociarnos con otros. La editorial nació en este escritorio; miro sobre mi hombro 15 años atrás y me pongo contento; pienso que valió la pena.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura