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Julián Ubiría. Foto: Andrés Cuenca

Penguin Random House Uruguay lanza un “Mapa de las lenguas” hispanoamericanas

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Tras múltiples fusiones, compras y absorciones, el grupo Penguin Random House (PRH) se ha convertido en una de las dos mayores empresas editoriales del mundo, con más de 250 casas editoriales y distribución en los cinco continentes. A la reciente adquisición del sello de Ediciones B, la filial uruguaya sumó una novedad: hoy lanza el Mapa de las lenguas, una apuesta de Alfaguara y Literatura Random House para fomentar la circulación de sus autores hispanoamericanos. Los primeros en editarse fueron dos argentinos: el escritor de culto Daniel Guebel y la viuda y albacea de Julio Cortázar, Aurora Bernárdez; los demás serán mexicanos –entre ellos Mario Bellatin–, españoles, cubanos, colombianos y chilenos. En diálogo con la diaria, el director literario Julián Ubiría conversó sobre esta nueva propuesta y la situación del autor nacional.

–Con tantos sellos, direcciones y recambios, ¿cómo se organizan?

-A nivel global de las publicaciones en español hay direcciones editoriales en España, México y otros países. Y si bien no funcionan como sellos independientes, cada una cuenta con cierta autonomía. De modo que hay momentos de coordinación, y la programación editorial es conjunta, pero después los equipos trabajan por separado. Obviamente, acá las condiciones son otras, porque somos tres los que llevamos todo. Ahora se va a sumar una dirección editorial de Ediciones B, porque queremos preservar la identidad de los sellos. En Uruguay es más complejo, porque acá editamos bajo pocos sellos: somos Alfaguara, Aguilar, Sudamericana, Debate, Taurus, Debolsillo –a veces editamos Conecta, que es un sello más empresarial–, Grijalbo, que es más bien de autosuperación, inspiración y análisis, y Literatura Random House. No publicamos, por ejemplo, Plaza & Janés, que es de las grandes novelas internacionales y best sellers, y no usamos el sello. Sólo distribuimos. Lo que editamos acá es Alfaguara y Literatura Random House, Montena y los sellos infantiles, Debolsillo y algunos ensayos.

–En lo que tiene que ver con la edición, ¿cómo es el vínculo con Buenos Aires?

-Tenemos una coordinación editorial desde España, y con Buenos Aires hay contacto cotidiano. Para la planificación nos encontramos dos veces al año y marcamos las grandes pautas, por ejemplo el Mapa de las lenguas, las grandes apuestas del grupo; tratamos de contarnos los libros importantes, o los que creemos que tienen posibilidad de internacionalización, pero después cada país decide. En la editorial hay tres maneras de que ingresen títulos: los que editamos nosotros mismos, algunos autores internacionales que imprimimos acá por cuestiones de volumen, y los que importamos desde Argentina y España. Por eso, muchas veces los autores argentinos están acá, y de España llega todo el catálogo. Ellos manejan 1.200 novedades por año y nosotros cerca de 700, no estamos tan lejos. Igual, nuestro plan se parece mucho al argentino por cuestiones de idiosincrasia.

–¿La edición de autores uruguayos se ha mantenido o ha caído?

-Creo que cada vez crece más. En lo que tiene que ver con literatura infantil de autor nacional, no ha parado de crecer desde que estoy en el mundo del libro, y eso ya venía de fines de los 90. Se sigue instalando y cada vez hay más opciones, variedades y líneas editoriales. En no ficción, siempre que mires los más vendidos vas a encontrar libros uruguayos que están ligados a un tema coyuntural. En ficción nacional creo que hay un resurgimiento: los 90 fueron una gran década para el autor uruguayo, con libros que conmovieron y marcaron el campo, como los de Fernando Butazzoni, Mario Delgado Aparaín o Tomás de Mattos. Después siguieron Daniel Mella, Gabriel Peveroni y otros, y luego empezó a decaer. Creo que también respondió a cierto cambio en el gusto de los lectores con intereses más literarios. Si bien no hay estudios que lo comprueben, parece que hubo un corrimiento hacia una literatura procedente de otros lugares, que siempre había estado pero que se acrecentó a nivel más popular. Y también algo más exótico, fenómenos como los de Sándor Márai o Irène Némirovsky, que también respondieron a muy buenos aciertos de Salamandra y Anagrama. Creo que ahora se está volviendo. Ha habido libros muy interesantes, hay muchos autores en la vuelta, se organizan actividades. Son ciclos.

–¿Ustedes tienen margen para arriesgarse por un autor que, a priori, no saben cómo funcionará?

-No lo hacemos tanto. Quizá podríamos empezar a hacerlo más. Si mirás a los autores de Alfaguara, pertenecen a una generación más bien consolidada. Hay que ver qué posibilidades tenemos con Literatura Random House.

–¿Y en literatura infantil? Han editado a Alejandro Ferreiro y Pedro Peña, por ejemplo.

-Sí, y ahora estamos editando uno de Analía Sivak, que es una argentina muy interesante; hay libros de Virginia Brown, que viene de antes pero también es una apuesta súper interesante y muy distinta. Lo de Ferreiro está buenísimo, también lo de Peña, y ahora publicamos una novela de Horacio Cavallo [El diario ínfimo de Nicolás]. La idea siempre es explorar y buscar posibles talentos.

–¿Qué rubro dirías que tiene más peso en el mercado uruguayo?

-Creo que en cuanto a volumen es lo infantil-juvenil, y en los libros para adultos la no ficción es la que hace la diferencia. El anillo de los lectores de literatura es evidentemente más chico que los demás; por eso, los libros que hacen el número no son literarios. Se da en toda Latinoamérica, no es una particularidad de Uruguay. Pero bueno, a nosotros nos gusta publicar literatura, y forma parte de lo que hacemos como editorial.

–¿El Mapa de las lenguas responde a un interés en fomentar la circulación de autores en el continente?

-Exacto. Tiene que ver con lo que hablábamos de los libros de narrativa, que tienen exponentes interesantes y repercusión en el país de origen. Aunque parece que un grupo editorial como este debe ofrecer la posibilidad de que los autores circulen, eso es muy difícil. El mapa de las lenguas surge con la voluntad de que haya una comunicación. Por eso el subtítulo, “Literatura que viaja”. La idea es que los libros circulen entre los países, y ojalá que los autores también puedan participar en ferias y encuentros. Uno podría pensar que en este mundo digital todo está conectado, pero si bien todas las obras están en e-books, la realidad es que en el mundo hispanohablante nunca han tenido gran cabida. Por eso, la propuesta del Mapa es coordinar entre las direcciones editoriales de cada país, que cada una comparta sus apuestas y haya acuerdos. Cada país configura su propio mapa, donde hay autores de todo el grupo excepto de su propio país. El mapa de Uruguay no tiene uruguayos, y lo mismo pasa con los demás: la idea es que circulen los libros en papel, y que se vuelvan útiles para la prensa, los libreros y los interesados. De Aurora Bernárdez, por ejemplo, muchos saben que es la viuda de Cortázar y la albacea de sus derechos, pero quizá no saben que escribía o qué tipo de literatura hacía. En ese caso, el mapa es un documento que también abarca la noticia biográfica, la reseña del libro y comentarios de prensa. Cristina Rivera Garza es una suerte de experimento literario entre el ensayo y la novela, dedicado a Juan Rulfo, su obra y su proceso de trabajo; y además se incluye a Mario Bellatin, que ya se editaba por acá, pero que es para algunos iniciados; también se publica a la cubana Legna Rodríguez Iglesias, una voz nueva, que no es la habitual que uno puede asociar con la literatura cubana. Nosotros empezamos ahora, pero el grupo ya arrancó en 2015 con esto, como una estrategia de comunicación más que editorial.

–¿A qué uruguayos han elegido en los demás países?

-Han viajado Hugo Burel y Claudia Amengual; este año viaja Milton Fornaro con La madriguera. Y a medida que vayamos publicando nuevos títulos, la idea es que también viajen autores más jóvenes.

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