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Roberto Fontanarrosa. Foto: s/d de autor

Ya una década sin el “Negro” Roberto Fontanarrosa

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Se cumplen diez años desde que se murió el gran Roberto Fontanarrosa, aquel que solía juntarse en el mítico bar El Cairo con esos amigos que creían que “no era morible”. El rosarino fue uno de los mayores narradores argentinos y creó personajes como el épico pampeano Inodoro Pereyra –cuyas frases eran para muchos homenaje y parodia a pasajes grandilocuentes de Armando Tejada Gómez (el de “la cintura cósmica del sur”)– o el sicario Boogie el Aceitoso (que dejó de publicar en 1995), además de ser colaborador creativo de Les Luthiers desde 1980 y de escribir libros de cuentos como El mundo ha vivido equivocado (1982), Usted no me lo va a creer (2003) y La mesa de los galanes (1995). Las tramas barriales, el fútbol y Rosario Central –el cuadro del que era hincha– son algunas cuestiones de un mundo que se ha vuelto universal.

El Negro nació en Rosario en 1944 y, según decía, desde bebé era negro y canalla (hincha de Central). Allí, en la ciudad donde nació y murió, se inauguró una exposición interactiva que celebra su obra, titulada Fontanarrosa... el mayor de mis afectos, en la que se recopilaron dibujos, fotos, objetos, videos y mesas de café, a lo que se suman charlas, dibujantes en vivo, la presencia de algunos de sus amigos y relatos de sus cuentos narrados por reconocidos personajes de la ciudad. En paralelo, la editorial Planeta editó un libro con sus mejores cuentos de fútbol, seleccionados y prologados por Eduardo Sacheri. “¡Qué lo parió!”, diría Mendieta.

Y es que el Negro creó personajes inmortales: entre una larga lista se puede recordar a los mencionados Boogie e Inodoro, al viejo Casale, a la Eulogia (la inspiradora del ya célebre dicho: “Yo no quiero ser irrespetuoso, Eulogia, pero lo que ha hecho Tata Dios con usté es abuso de autoridá”) y a Mendieta; también a los innumerables roles que les asigna a sus amigos, a quienes bautizó “los galanes”, pero quizá su personaje más notorio haya sido el fútbol, al que situó en un lugar de la literatura argentina que hasta entonces le había sido negado. Tanto es así, que en sus relatos futboleros se pueden rastrear ciertas variantes entre la práctica amateur de los veteranos, los grandes clásicos de su localidad, Rosario Central-Newell’s Old Boys, y el fútbol de las ligas menores del interior. Ejemplo de esto es el cuento “Viejo con árbol”, en el que un veterano se dedica a comparar sucesos del partido con las distintas artes. Siempre distante de los círculos literarios, el Negro logró cultivar un público lector culto y popular a la vez, desde sus historias narradas en la mesa de un bar, la reconstrucción de hechos históricos que nunca existieron y la parodia de distintos géneros.

Como tantos recuerdan, el autor de Te digo más... reivindicó las “malas” palabras jugando de local en Rosario, por el año 2004, cuando fue invitado al III Congreso de la Lengua organizado por la Real Academia Española (RAE). La exposición, llena de sus usuales ocurrencias y humor delirante, con el tiempo se ha convertido en una referencia cuando se habla del tema. “Hay otra palabra que quiero apuntar que creo es fundamental en el idioma castellano, que es la palabra ‘mierda’, que también es irreemplazable. El secreto de la contextura física está en la r –anoten las docentes–, porque es mucho más débil como lo dicen los cubanos: miELda, que suena a chino y eso –yo creo que ahí está la base de los problemas que ha tenido la revolución cubana–, quita posibilidades de expresividad”, decía riendo, mientras aseguraba que esas palabras tienen propiedades terapéuticas (en ese entonces, el director de la RAE se apellidaba nada menos que García de la Concha).

Junto a su labor como dibujante y guionista, Fontanarrosa trabajó como actor (aparece en El asadito, de Gustavo Postiglione –1999– y ¿De quién es el portaligas?, de Fito Páez –2007–), escribió, como ya se dijo, novelas (tres: Best seller –1981–, El área 18 –1982– y La gansada –1985–), y aunque nunca incursionó en la dramaturgia, sus textos se han convertido en una fuente de inspiración para incontables puestas en escena. En Uruguay, por ejemplo, esa tradición comenzó en 1988 de la mano de Fernando Toja y su obra ¡Ah, machos! (ahora en cartel en El Galpón), y en 1993 Eduardo Cervieri y Jorge Bolani presentaron la inagotable Fontanarrisa.

En cuanto a su obra, a fines de 2012 se lanzó una demorada reedición, y en 2013 se publicó el esperado Negar todo y otros cuentos, en medio de una disputa por los derechos de autor que tuvo como contendientes a Franco Fontanarrosa –hijo del escritor– y a Gabriela Mahy –su última esposa–. Ella era la que administraba los derechos de Fontanarrosa, y en ese rol firmó un contrato con la editorial De la Flor –que fue tradicionalmente la del rosarino– en el que aprobó esa selección de cuentos. El hijo presentó una demanda y, si bien perdió el juicio, demoró la publicación unos cuantos años.

Su trayectoria como dibujante lo llevó a colaborar con revistas legendarias como Hortensia y Satiricón, y a publicar durante largo tiempo en las páginas del diario Clarín y en su revista dominical. También se destacó como escritor, especialmente mediante cuentos que certificaron su calidad literaria y su mirada audaz. En el último tramo de su vida, una enfermedad neurológica –que comenzó a padecer en 2003– determinó cambios ineludibles en sus procesos creativos. Primero, las letras en los globos de diálogo de Inodoro comenzaron a realizarse mediante un programa de computadora que imitaba sus caracteres manuscritos, y en enero de 2007 anunció que dejaría de dibujar. Falleció a mediados de julio de ese año en una clínica de la ciudad que amaba, Rosario.

Hasta el último momento pensó que la crisis ayudaba al periodismo en general, y en particular al humor, que era el que se dedicaba a llevar la contra. Pero le preocupaba que la crisis se convirtiera en tragedia, y lo traducía en su escritura con una impronta cada vez más colectiva y auténtica. Tanto en su obra como en las entrevistas y las charlas, se puede identificar en Fontanarrosa –con su sonrisa torcida de siempre– a un amigo. Pero un amigo que, incluso estando muy enfermo, parece gritar que la vida continúa y se debe vivir, como en los grandes partidos, con dignidad hasta el final. Ya que “estar solo no es nada”, pero “lo malo es darse cuenta”.

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