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Arte de alquimia

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Es un triunfo literario convertir el análisis de un expediente de un millar de fojas de la justicia militar, plagado de aberraciones jurídicas y muy mal escrito, en una obra fascinante y de indudable utilidad. Ese mérito, nada menor, le corresponde al abogado Gonzalo Fernández, que lleva a cabo en este libro la vieja tarea pendiente de desmenuzar el proceso de la dictadura contra el general Liber Seregni, que lo mantuvo en injustificado cautiverio durante casi diez años.

“Ignoro en verdad si a esta altura de nuestra sociedad del vértigo, inmersa en la superstición de la modernidad, exitista y entreverada, anestesiada o abúlica de a ratos y esquiva por lo general, el tema puede concitar todavía algún interés”, escribe el autor en la introducción. Pues sí, puede, y esto se debe en gran medida al modo en que presenta ese tema y, como un alquimista, obtiene oro a partir de materia despreciable.

Aunque Fernández hace gala de su versación en derecho y de su especialización virtuosa en lo penal, que son desde hace muchos años hechos indiscutibles, no se trata sólo de una joya pulida para el deleite de los estudiosos, sino de un texto comprensible para un público mucho más amplio, que puede verse incentivado a leerlo por un par de alicientes. En cuanto al contenido, y, como suele suceder con cualquier labor excelente, este libro trasciende su objeto directo y contribuye de distintas formas a la comprensión de la dictadura y del proceso histórico que condujo a ella: “años que nos legaron la lección de las tinieblas, un asco minucioso y la certeza de que la memoria empieza desde el espanto”. En lo referido a la forma, y como prueba la cita que se acaba de incluir, está escrito con una elegancia y un brillo inusuales, que no son adorno superficial de la argumentación, sino que contribuyen a revelarla en toda su profundidad.

En las primeras páginas, la abundancia de adjetivos y de reflexiones sobre la naturaleza de los seres humanos hace temer que el autor no logre sostener esa opción estilística –quizá necesaria para compensar la fatigosa pobreza del expediente citado– en las más de 300 páginas de la obra, y naufrague pronto en reiteraciones y palabrería. Sin embargo, tal cosa no sucede, y se llega al final sin que haya decaído el encanto de la prosa, apoyado en un vocabulario muy amplio y en el conocimiento preciso de los significados, que hace de cada breve comentario una flecha certera, y de cada descripción o imaginación de climas espirituales, un enriquecimiento. A la vez, Fernández se luce al identificar en numerosas citas, con generosidad, los aciertos ajenos en contenido y forma.

Indicios

Hay en este libro, a veces en forma explícita y en otras ocasiones sin llamar la atención sobre ellas, claves que ayudan a entender bastante más que “el enigmático mundo militar”. Al explicar las circunstancias a las que se refieren varios declarantes, el autor repasa, recuerda e ilumina la naturaleza de las relaciones entre el Frente Amplio y el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Al recorrer las idas y venidas del expediente, abre vías de comprensión de los forcejeos entre fracciones militares (y quizá sólo se queda corto cuando, al registrar un extraño freno del proceso en los últimos años de la dictadura, omite relacionarlo de algún modo con los acontecimientos políticos de ese período de accidentada pero gradual apertura).

El afán de ofrecer torpes remedos de fundamentación jurídica desnuda contradicciones esenciales de la dictadura uruguaya, que se expresaron también en la resistencia de los militares golpistas a un liderazgo individual, o en el fallido intento de conectar su desquicio con la aprobación en la consulta popular de 1980. Del otro lado, hay también contradicciones muy uruguayas en los talentosos abogados de Seregni y en el propio general, que oscilan entre el pragmatismo táctico y alegatos idealistas, de nulo efecto previsible sobre aquellos jueces militares, apenas sicarios semiletrados al servicio de sus comandantes. Son, en el bando agresor, criminales que no terminan de aceptar que se han convertido en tales; y, entre los agredidos, exponentes de un Uruguay golpeado que tarda en asumir por completo qué le pasó y, sin llegar a la esperanza de que todo sea un mal sueño, todavía se permite, de vez en cuando, soñar despierto.

Abismos

El moroso y caótico transcurso del proceso contra Seregni no sólo fue sustancialmente absurdo desde el comienzo, sino que estuvo, además, lleno de incoherencias y violaciones de las propias normas de la justicia militar. Se le podría aplicar la etiqueta “judicialización de la política” si no fuera porque, en términos judiciales, se trató de un total mamarracho: fue ante todo, como bien expresa una cita de Guy Aurenche incorporada por Fernández, una venganza de los golpistas contra quien, por no haber traicionado, les enrostraba su traición, convirtiéndose en un reproche viviente.

Los presuntos delitos de los que se acusó a Seregni fueron un muestrario acumulativo del desvarío, que a lo largo de los años sumó cada vez más imputaciones, y condenas cada vez mayores, por lo que había dicho y lo que no había dicho en la campaña electoral –incluyendo una insólita tipificación de irrespetuosidad con un superior por haber criticado en 1971 al gobierno de Jorge Pacheco Areco–, y la asombrosa tesis de que, al haberse reunido antes de las elecciones de ese año con tupamaros, para reprocharles acciones que complicaban el clima de la campaña o procurar que liberaran a alguna de las personas que mantenían secuestradas, estaba incurriendo a la vez en encubrimiento y coautoría de sus acciones sediciosas. No faltaron la supuesta vinculación con la colocación de petardos bajo los muelles de Punta del Este, o la acusación y condena por haber instigado a la usurpación de funciones públicas cuando pidió a la gente que colaborara con el mantenimiento de la limpieza de Montevideo; y el colmo del absurdo estuvo en la consideración de que, al esbozar un plan de defensa de la legalidad si se producía un golpe de Estado, había violado su juramento de respetar y hacer respetar la Constitución y las leyes (cosa que le reprochaban nada menos que quienes habían dado efectivamente un golpe de Estado e instalado una larga y despiadada dictadura).

Al leer este libro hay bienvenidos momentos de humor irónico que alivian la penumbra, como cuando se menciona que, durante una breve libertad provisional de Seregni y cuando este iba a la playa, “un policía acampaba a 20 metros de la sombrilla, acaso por temor a que huyera nadando”, o cuando, a propósito de un fiscal, se comenta que “un piloto militar como él, por lo general perdido allá en lo alto de las nubes, tiene a veces dificultades para visualizar la realidad de la tierra firme. De suyo, además de la ilusión óptica, puede que milite simultáneamente un factor de estupidez natural, eyectándolo al aura de la ficticia gloria”. Pero al mismo tiempo se aprende derecho (incluso en qué circunstancias precisas de actuación se puede considerar que el presidente de la República es el mando superior de las Fuerzas Armadas) y también historia nacional, de la llamada reciente y de la anterior (por ejemplo, y por la vía de parte de un escrito de la defensa de Seregni, accedemos a una breve y didáctica historia de las amnistías en Uruguay).

Es una historia, por supuesto, con muchas sombras y algunas luces. Fernández nos recuerda miserias como la de una Suprema Corte de Justicia cuyos integrantes en junio de 1973 no sólo optaron por permanecer en sus poltronas, sino que muy pronto –como para que nadie pudiera pensar que lo habían hecho para defender desde ellas el Estado de derecho– desestimaron la denuncia de dirigentes del Frente Amplio contra Juan María Bordaberry por el evidente atentado a la Constitución del propio golpe de Estado. O la de Gregorio Álvarez, que dispuso y presenció la tortura de Seregni en Minas. O, como colofón de la infamia, el intento militar de cobrarle a Seregni, tras su liberación, una enorme cantidad de dinero por haberlo mantenido preso (la cifra se redujo mucho, pero se le cobró, y recién le fue devuelta en 1990). Por otra parte, rescata también conductas de un coraje inmenso, como la del juez Daniel Echeverría, que se embarcó, en plena dictadura, en una contienda de competencias por el caso contra la justicia militar. O el papel de la presión internacional, por ejemplo cuando destacadas personalidades de 20 países presentaron a la dictadura un recurso de hábeas corpus (así como la presentación, un poco olvidada, de otro recurso de ese tipo, sobre el final de la dictadura, por parte de altos representantes de los tres partidos habilitados por los militares: el blanco Juan Pivel Devoto, el colorado Julio María Sanguinetti y el cívico Humberto Ciganda).

Por último, este libro tiene la intención confesa de contribuir a la eliminación de la justicia militar, institución residual que violenta inevitablemente la igualdad ante la ley, y a la asunción de sus responsabilidades actuales por la Justicia a secas. Ojalá.

El juicio contra el general Liber Seregni. Otro capítulo de la dictadura militar, de Gonzalo D Fernández. Banda Oriental, 2017. 330 páginas.

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