Desde que las mujeres salieron al mercado laboral se empezó a visibilizar el trabajo que antes hacían en silencio y con la complicidad de su entorno: el cuidado y las tareas domésticas. Lilián Soto, una médica paraguaya que investiga en el campo de las ciencias sociales y en particular los derechos de las trabajadoras domésticas remuneradas como consultora del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, vino a Montevideo a exponer su visión en una reunión de ministras y altas autoridades del Mercosur que se hizo esta semana. En entrevista con la diaria conversó sobre el origen de lo que considera la “crisis del cuidado” y los roles que ocupamos los distintos actores de la sociedad en este cambio de mirada sobre el trabajo que no sólo nos mantiene productivos, sino vivos.
A pesar de que en el siglo XX hubo pequeñas reformas, recién en el XXI se dieron las transformaciones más relevantes en los derechos de las trabajadoras domésticas. ¿Por qué le costó tanto a este sector hacer el movimiento?
Primero por las razones de la invisibilidad, por la conceptualización del trabajo doméstico como no trabajo; es decir, la dificultad para colocar dentro de la categoría de trabajo aquello que históricamente han sido tareas naturales de las mujeres de acuerdo a las sociedades patriarcales que han generado este proceso de división sexual, en el que las mujeres se ocupaban de lo reproductivo y de aquello que supuestamente es su extensión: las tareas domésticas y las de crianza. Por otro lado, está la debilidad del sujeto demandante, de las trabajadoras domésticas y de sus organizaciones, que si bien en algún país de nuestra región habían nacido a inicios del siglo XX –por ejemplo, en Argentina, en 1901 se creó la Unión del Personal Auxiliar de Casas Particulares–, muchas lo hicieron al amparo de organizaciones religiosas y con una mirada de otras características sobre el trabajo. Las organizaciones sindicales no tuvieron todo el apoyo necesario para una consolidación porque no se tenía como prioridad el tema de los derechos laborales del empleo doméstico.
Además, es un empleo que concentra múltiples discriminaciones: por género, clase, etnia y raza.
Sí, es un empleo al que se dedican mujeres pobres, jóvenes en general, que están en grupos marginados por la sociedad, como los afrodescendientes en Brasil y en Uruguay, e indígenas en otras partes de Latinoamérica. No es fácil la organización con historias de exclusión, escasos años de educación, migrantes tanto del campo a la ciudad como de otros países que van, en condiciones de vulnerabilidad, a dedicarse a este tipo de empleo. Entonces, todo esto hace difícil la consolidación del sujeto que demanda.
¿Qué fue lo propició el quiebre?
Entre la década de los 80 y los 90 se comenzaron a fortalecer nuevamente las organizaciones de las trabajadoras domésticas, en parte, porque organizaciones muy clave empezaron a modificar su casi silencio al respecto, como la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las organizaciones feministas y las de cooperación internacional. Este gran arco de activistas o personas que conforman entidades comenzaron a ocuparse de apoyar a las organizaciones de trabajadoras, a investigar para generar una suerte de ánimo social que modificara las cosas, en un contexto de la lucha sostenida de las organizaciones sindicales. Yo creo que este conjunto de acciones permitieron que esto comenzara a modificarse en toda nuestra región, y lo vemos en los hechos: hoy en los seis países del Cono Sur [Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay], cuatro tienen igualdad legal, completa, con todos los derechos similares a los de trabajadores de otros sectores.
Paraguay y Bolivia todavía no han llegado a la igualdad ni en papeles.
Paraguay tiene una ley aprobada en 2015 que establece la igualdad de derechos en todos los aspectos –similar a los demás trabajadores– pero una diferencia con relación al salario mínimo, que se va acordando anualmente por decreto de acuerdo a la modificación del Índice de Precios al Consumidor: la ley establece que las trabajadoras domésticas tienen un salario mínimo 40% menor al nacional. En tanto, la ley boliviana de 2003 no establece un límite de jornada para las trabajadoras con ‘cama adentro’. Esas son las desigualdades que aún existen.
Por otro lado, por más que estén acordados por ley, hay que ver si en la realidad los derechos efectivamente se cumplen...
Sí, por ejemplo en cuanto a la desigualdad social. En varios de nuestros países los trabajadores y trabajadoras tienen un nivel determinado de registro y las domésticas un nivel menor, llegando, en algunos casos, a una brecha de más de 30%. Esto nos muestra que hay un esfuerzo enorme que se debe realizar respecto del ejercicio de derechos que están contemplados. Por ejemplo, si se establece que debe existir un acceso a la seguridad social, se tienen que colocar medidas muy claras para que eso sea efectivo, porque de lo contrario es difícil que las trabajadoras se inscriban, y la patronal tampoco es muy afecta a hacerlo. En Uruguay la negociación colectiva se ha colocado como una entidad importante para todo el proceso de reconocimiento de derechos de las propias trabajadoras, y eso también mejora las condiciones de trabajo y de la propia empleadora.
La necesidad de sindicalizarse parece fundamental, pero este tipo de empleo tiene una particularidad y es que, en la mayoría de los casos, las empleadas trabajan aisladas.
Existen varios elementos de dificultad para las trabajadoras: están las condiciones estructurales y las condiciones del propio empleo doméstico. Las estructurales tienen que ver con un menor nivel de educación, un menor conocimiento de sus derechos y la migración; todas estas cuestiones dificultan. Y las condiciones del empleo doméstico, que son estar en un lugar privado, con poca remuneración la mayoría de las veces y en algunos casos en condiciones de pluriempleo, lo que no brinda aquello necesario para la militancia. La militancia requiere algo de recursos, para ir a tocar las puertas de las casas, o, en un fin de semana ir a esperar en la plaza donde quizá vayan las trabajadoras, por ejemplo. Difícilmente las organizaciones puedan hacerlo solas.
¿Cómo se podría apoyar este movimiento?
El apoyo tiene que entender las condiciones de trabajo. Si se genera apoyo de transferencia de conocimiento eso tiene que incluir que las trabajadoras puedan tener contempladas aquellas cuestiones necesarias para cubrir su día a día. Porque participar en las capacitaciones les implica que si dejan de trabajar ese día, dejan de cobrar su jornal –porque en general trabajan por jornales–, entonces hay que prever eso también. La licencia sindical no es la misma que para alguien que trabaja en una empresa con 100 trabajadores, donde su falta de un día se puede suplir sin mayores inconvenientes. Por otro lado, la licencia sindical no existe cuando el trabajo es pluriempleo. Entonces,para propiciar y aumentar la sindicalización hay que entender las condiciones en que se desarrolla este empleo, las cuestiones estructurales de las mujeres trabajadoras domésticas, y a partir de esto hay que hacer un apoyo específico al respecto. En este sentido, las centrales sindicales son clave para esto. Tienen que colocar el tema entre sus prioridades. ¿Cómo es posible que no sea prioridad un trabajo sin derechos, con pocos o con escaso ejercicio de estos? Tiene que ser una prioridad, pero eso significa una modificación de mentalidades profundamente machistas y patriarcales de las dirigencias sindicales, que piensan exclusivamente en otro tipo de trabajo: en los trabajos productivos y no en aquellos que históricamente se han considerado un trabajo reproductivo.
Aún cuando lo reproductivo es un paso necesario para lo productivo.
El cuidado de la vida es uno de los elementos centrales. Nadie puede tener una actividad como sujeto social si no tiene comida, alimentación, ropa limpia. Todo esto da paso a la posibilidad de realizar otras actividades. Entonces: ¿por qué debería tener mayor valor cuánta carne y cuánta soja producimos? La reproducción en forma adecuada de la vida implica los cuidados y las tareas domésticas. Es un cambio de paradigma importante que se está produciendo: pasar de pensar en el mercado de las cosas a pensar en las personas.
Vos sostenés que también existe una falta de apoyo por parte de la investigación y la academia para dar cuenta de esto, del valor del trabajo doméstico.
La academia y los centros de investigación en América Latina han comenzado a producir material, aunque falta muchísimo. Hoy, cuando se habla del empleo, se estudian mucho más otros tipos de trabajo. Por eso creo que hay que hacer una inversión mucho más grande en el tema de conocimiento y generación de conocimiento de las realidades del empleo doméstico, porque este proceso de transformaciones afecta a muchísimos ámbitos de nuestras sociedades. En los años 60 comenzó un ingreso masivo de mujeres al mercado de trabajo, y ahí se empezó a gestar la pregunta de quién las sustituía en las tareas domésticas; hasta entonces, un sujeto invisible. Hoy, cuando ya no hay una sustitución gratis, explotada o invisible del trabajo de las mujeres en las casas –que hasta ahora era supuestamente natural– y el trabajo doméstico está visibilizándose, tenemos las crisis del cuidado. El silencio ante la explotación o la escasez de derechos ya no está, entonces se genera otra mirada hacia el tema de los cuidados. Hay que generar sistemas de cuidados, de corresponsabilidad, pensar en lo que significa el empleo doméstico en la economía. Se está estudiando cuánto del Producto Interno Bruto (PIB) produce el trabajo doméstico, cuál es su peso, tanto del remunerado como del no remunerado; se están haciendo las encuestas de uso del tiempo, quién trabaja y cómo utiliza su tiempo. Se están viendo los datos con más claridad, y todo esto genera modificaciones de muchas características. Estamos en un momento en que estas modificaciones son clave y en la academia podemos dar cuenta de esto, no sólo con seriedad, sino con sistematicidad.
¿Qué pasa con las tareas domésticas de las trabajadoras que realizan las de otros?
Es uno de los elementos centrales en las cadenas globales de cuidado. Prácticamente la mitad de las mujeres que migran se dedican al trabajo doméstico y los trabajos de cuidados. Cuando hay flujos migratorios para la empleada doméstica –como existe en muchos países de nuestra región; de Paraguay hacia Argentina, de Perú hacia Chile, de Costa Rica hacia Nicaragua– se generan vinculaciones para todos los que quedan detrás de esas mujeres que migran para cuidar a personas en otro país. En esto es clave pensar en políticas públicas, pero no exclusivas de un país, sino regionales. Porque cuando una sociedad es más desarrollada (entre comillas) y está en condiciones de pagar cuidados, atrae a personas de una sociedad más hundida económicamente, pero las consecuencias son una crisis del cuidado muy importante en el país de origen, que puede llegar a significar que niños y niñas no accedan a sus derechos. El abordaje tiene que ser integral y global. Hablamos de sociedades globalizadas, y la globalización no es exclusivamente la de los capitales; tiene que ser una globalización de los derechos y de políticas que aborden estos temas de manera integral.
¿Los sistemas de cuidado pueden ser una solución?
Son clave para todo lo que significa entender que la responsabilidad en los cuidados no es exclusiva de la familia –y de las mujeres dentro de esta–; que la crianza, los cuidados, interesan a la sociedad en su conjunto, a la comunidad, a la empresa y al Estado, porque se trata de nada más y nada menos que la reproducción de la vida, y por ende de la fuerza de trabajo. Una sociedad no puede decidir responsabilizar a las mujeres y, cuando hay dinero, a las mujeres pobres. Uruguay es pionero en esto, pero es un debate que se está dando en toda la región, uno de los elementos centrales de modificación de estos paradigmas. Lo que implica construir políticas nacionales de cuidados en los diversos países es, justamente, asumir esas modificaciones.
¿Pensás que las bases de este movimiento que está ocurriendo son lo suficientemente fuertes como para sostener los cambios políticos y económicos que se están viviendo en la región?
Creo que se fortalece cada vez más, porque se producen cambios conceptuales, no sólo un tipo de planteamiento. Esto tiene un pensamiento detrás que acompaña y que se produce a partir de la acción. Entonces creo que en tanto se fortalezca eso, tendrá bases sostenidas. Hay que ver cuál es la evolución del empleo doméstico. Si es realmente el último recurso de mujeres pobres que no tienen otra opción, o es una necesidad que puede ser desarrollada por las personas con absoluta libertad, bajo condiciones adecuadas de derechos. Cuando los derechos sean iguales y el ejercicio sea igual, recién podremos responder eso.