Deuce es un término de origen latino-francés derivado del número dos (duo, deux) y popularizado (como, en el castellano rioplatense, “dunga” o “duquesa”) por su uso en los ámbitos del juego y la pequeña economía. Pero el deuce que le da nombre a la nueva serie de HBO The Deuce no hace referencia a ningún juego de cartas, ni es el apodo de un personaje o siquiera está realmente ligado con el doble rol que cumple en la serie James Franco –que interpreta a los dos hermanos gemelos Frankie y Vincent Martino–, sino a cómo se denominaba popularmente, por lo menos hasta los años 90, a la calle 42 de Manhattan, en las inmediaciones de Broadway y Times Square. Es decir, uno de los puntos neurálgicos de Manhattan, pero también uno de los que más han mutado en los últimos 20 años; la calle “Deuce” se ganó su apodo cuando, a fines de los 50, comenzó a convertirse en un barrio rojo, lleno de prostitutas y vendedores de drogas, y en los 70 se volvió el epicentro de la pornografía y los shows más o menos sexuales en vivo. Un ámbito tan sórdido como colorido, radicalmente transformado durante la administración del alcalde Rudolph Giuliani, quien expulsó al mercado sexual de la 42 y la volvió uno de los puntos más cotizados en el mercado inmobiliario; los cines pornográficos y salas grindhouse de películas clase B fueron sustituidos por el mayor complejo de salas de Disney, y el negocio de la oferta de sexo, por uno de los paseos más familiares de la Gran Manzana, en lo que posiblemente sea el mayor ejemplo de gentrificación del mundo, a tal punto que oficialmente hoy la calle se denomina “Nueva 42 Street”, sin faltar una coma a la verdad. La serie que David Simon creó para HBO no es, evidentemente, sobre este sueño erótico de la inversión inmobiliaria, sino sobre cuando la calle era aún la “Deuce” y las cosas estaban tan jodidas que convertirse en el centro de la pornografía estadounidense podía considerarse todo un progreso.
Un paseo por el lado salvaje
The Deuce no especifica exactamente en qué años se desarrolla, pero entre algunas referencias históricas, los autos y la cuidadísima banda de sonido (compuesta fundamentalmente por música soul y funky, con algún pasaje por The Velvet Underground, cuando las acciones pasan de los ámbitos callejeros al universitario), se la puede situar entre 1971 y 1972, momento en que la euforia creativo-cultural que había impregnado a Nueva York de libertad y excentricidad durante los 60 se transformaba en una resaca decadente que volvería a la ciudad las Sodoma y Gomorra del siglo XX y la capital del crimen en Estados Unidos. Aún no habían llegado los clubes sadomasoquistas, el punk, el porno hardcore, la era de las grandes pandillas callejeras, el hip hop, los grafitis, las epidemias del crack y el sida, la era de oro de la música disco, la bancarrota financiera, la no wave ni decenas de procesos violentos, libertarios y extremos que hicieron de Nueva York una ciudad tan excitante como peligrosa.
También era una ciudad ajena para el escritor, productor, director y periodista David Simon, quien, con la colaboración del brillante escritor Richard Price, decidió hacerla tan suya como la Baltimore que hace ya casi 15 años reprodujo para HBO en la ya legendaria serie The Wire (2002- 2008). La relación de exclusividad que Simon ha entablado con HBO desde la miniserie The Corner (2000) es paradójica, porque ninguno de los productos que desarrolló para el canal ha sido un fenómeno de audiencia, o siquiera un auténtico éxito, y alguno, como Treme (2010-2013), casi puede considerarse un fracaso comercial. Sin embargo, The Wire pasó a la historia como una de las mejores series de televisión, y no son pocos quienes la consideran la mejor. Incluso la fallida Treme o la algo ninguneada miniserie Show Me a Hero (2015) fueron reconocidas por su nivel de madurez y escritura fuera de lo común, así que el anuncio de que Simon estaba preparando una serie sobre el surgimiento de la industria pornográfica en la Nueva York de los 70 hizo saltar de alegría a unos cuantos. Alcanza con ver unos minutos de The Deuce para darse cuenta de qué es lo que separa a Simon de cualquier otro de los creadores televisivos actuales y de por qué tenerlo en sus filas es un lujo para HBO, con independencia del ratings que alcance.
La ambientación de época de The Deuce es, al menos por los testimonios documentales, fotográficos y fílmicos que han quedado, tan buena que convierte a otras dos costosas, fallidas y recientemente canceladas reproducciones de la Nueva York de hace unas décadas –Vinyl, de Martin Scorsese, y The Get Down, de Baz Luhrmann– en lujosos parques temáticos con ropas vistosas y canciones atractivas. En cambio, la ciudad de The Deuce –mugrienta, rutilante pero empañada, fétida y vertiginosa– parece haber sido filmada con una máquina del tiempo o recogiendo rodaje descartado de films como Perdidos en la noche (John Schlesinger, 1969), El vengador anónimo (Michael Winner, 1974), The Warriors (Walter Hill, 1979) o Cruising (William Friedkin, 1980). Esto no se debe sólo a la recreación digital de calles, marquesinas y plazas; todo, desde la iluminación y los encuadres hasta el físico de los actores, parece provenir de décadas pasadas, sin el esfuerzo y el énfasis excesivo que hacen perder naturalidad y credibilidad a muchos films de época. Esa cualidad de inmersión hiperrealista y naturalista de las producciones de Simon se conserva a pesar del salto temporal, y apenas es amenazada por las presencias más notorias de su elenco.
Porque tal vez James Franco sea el mayor gancho popular de la serie y su eslabón más flojo; el physique du rôle y el carisma algo drogón y arrogante del actor (además de un aire naturalmente retro) lo convierten en alguien muy adecuado para interpretar a los algo engreídos hermanos Martino, pero también es un actor de presencia un tanto empalagosa –aquí por duplicado– y demasiado conocido para fusionarse adecuadamente y no quedar un tanto despegado de la homogeneidad de rostros nuevos que presenta la serie (algo que le pasaba en The Wire al mucho menos reconocible Dominic West, y a John Goodman en la primera temporada de Treme). No ocurre lo mismo con la otra estrella de la serie, Maggie Gyllenhall, en parte porque no es una actriz tan sobreexpuesta como Franco, en parte porque su rol es de por sí el de alguien que se distingue dentro de su entorno (una prostituta de mayor edad y cultura –y procedente de un estrato más burgués– que sus compañeras de calle), y en parte porque es una actriz tan formidable que logra desaparecer sin problemas en sus personajes. Vale la pena señalar que tanto Franco como Gyllenhall están tan involucrados y entusiasmados en el proyecto –como suele suceder en todo lo que realiza Simon, con o sin rating alto–, que ambos han asumido otros roles además de los actorales, él como director de algún episodio (más que correctamente) y ella como productora.
El hombre de la calle
Aunque tiene un eje temático claro –la explosión de la industria del porno en los 70–, no es fácil definir la trama de The Deuce. Por un lado, hay un emprendedor barman de familia italiana de Brooklyn (Franco), que tras separarse de su mujer intenta superarse económicamente llevando a la práctica algunas ideas que tiene para centros nocturnos y vinculándose con algunos elementos de la mafia de Manhattan. Por otro, hay una prostituta callejera independiente (Gyllenhall), que tiene un hijo al cuidado de su madre y está buscando una forma de abandonar la prostitución (aunque no necesariamente desligarse del negocio del sexo). Alrededor de estas figuras y sus objetivos, hay un enjambre de personajes no menos soñadores, aunque posiblemente con destinos más limitados y fatídicos: prostitutas que descubren la literatura, proxenetas que quieren ampliar su negocio reclutando recién llegadas a la ciudad, policías cansinos que no entienden las leyes que deben hacer cumplir, estudiantes que abandonan los estudios, soldados que vuelven de Vietnam... Una vez más, el universo coral y lleno de ramificaciones que caracteriza a los amplios frescos de relaciones sociales y explotaciones que fascinan a Simon: si en The Wire era el mundo de la droga el que funcionaba como microcosmos social, en The Deuce es el de la explotación sexual, al que se describe con crudeza y erotismo simultáneos.
Las reacciones a los tres primeros episodios han sido elogiosas pero cautas. El grado explícito (o próximo a eso) de algunas escenas sexuales y el hedonismo de los personajes, además de la mirada crítica habitual en Simon sobre las diferencias de clase, claramente no van a congraciar a la serie con las miradas conservadoras. Pero en estos tiempos en los que los extremos se tocan, la palabra “misoginia” ya asomó su fea cabeza varias veces, en relación no sólo con la temática sino también con el espíritu latente en la serie, que presenta muchas relaciones de violencia de género y dominación entre los numerosos proxenetas (los clásicos pimps de ropas ostentosas y peinados ridículos) y sus trabajadoras sexuales. Como si fuera poco, el único horizonte de superación que muchos de estos personajes pueden ver es el de la legalización (¿normalización?) de la exhibición de sus cuerpos como negocio, es decir, la pornografía. O sea que a tabú y tema incómodo, tabú y tema incómodo y medio. Porque además, David Simon seguramente sea uno de los autores de contenido más moral –y marcadamente ideológico– de la televisión (y del cine, si se quiere) estadounidense actual, pero no tiene nada de moralista o de victimizador en piloto automático; los personajes de The Deuce, como los del ámbito de la droga en The Wire, están lejos de ser presentados en términos de blanco y negro, héroes y villanos, o siquiera reducidos a ser víctimas inocentes limitadas a su explotación. Simon tiene demasiado respeto y cariño por sus personajes como para acotarlos a lo que sufren o convertirlos en algún tipo de ejemplo social.
Todavía es temprano para hacer una evaluación total de esta primera temporada de The Deuce (aunque parece haber complacido a los jerarcas de HBO, que ya confirmaron que volverá el año que viene), que bien puede estropearse en los cinco episodios que restan. Pero hasta ahora los resultados han estado a la altura de las expectativas, y con expectativas marcadas por el recuerdo imborrable de The Wire, es redundante aclarar que el nivel de este comienzo ha sido excepcional.