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Foto: Juan Ignacio Aréchaga

El piquetero de Francisco

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El 20 de diciembre de 2001, el estado de sitio dictado por el presidente Fernando de la Rúa dejó un saldo de 39 muertos y 600 presos a disposición del gobierno de Argentina. Juan Grabois era uno de ellos. Por entonces, era un estudiante de derecho más o menos suelto pero comprometido con la tragedia argentina, en su momento cumbre. Estaba protestando en la Plaza de Mayo.

Poco después, en ese contexto de asamblea permanente y miseria a cielo abierto, fundó junto a un grupo de “cartoneros” (recicladores urbanos) y otros jóvenes el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), que se proponía organizar a los que se habían caído del sistema y darles herramientas para trabajar. Para sobrevivir.

Hoy tiene 34 años, es abogado y forma parte de la dirección de la Central de Trabajadores de Economía Popular (CTEP); según sus palabras, “una organización de perfil sindical que agrupa a un nuevo sector de los trabajadores que no tiene patrón, en general con un nivel de precariedad alto”.

Si bien su figura pública ha venido creciendo sostenidamente en paralelo a su organización, su notoriedad reciente se debe a dos circunstancias: su amistad con el papa Francisco y sus peleas con algunos de los periodistas más famosos de Argentina. Horacio Verbitsky lo acusó de pactar la paz social con el gobierno de Mauricio Macri a cambio de la sanción de la ley de emergencia social de 2016. Jorge Lanata, por su parte, lo tildó de extorsionador, de kirchnerista, de lucrar con los pobres y de defender a los curas pedófilos, luego de que Grabois lo denunciara por la violación de los derechos básicos de un niño de 11 años que admitía, en su programa de televisión, que había robado y asesinado. Según Grabois, Lanata estaba operando a favor del gobierno por la baja de la edad de imputabilidad en el Código Penal.

Su padre, Roberto Pajarito Grabois, fue un importante dirigente de la juventud peronista de los 60, fundador del Frente Estudiantil Nacional (FEN), quien, luego de entrevistarse con el propio Perón durante su exilio en España, se unió a la agrupación Guardia de Hierro en el proceso de trasvasamiento generacional peronista. Aquella agrupación era muy cercana al por entonces superior provincial de los jesuitas Jorge Bergoglio, quien les encomendó a sus principales referentes el traspaso de la Universidad del Salvador, de control jesuita, a una asociación civil.

La relación personal de Juan Grabois con Bergoglio comenzó a mediados de los 2000, cuando, por diversos conflictos que mantenía el MTE, el entonces cardenal de Buenos Aires colaboró con algunas gestiones y discursos públicos referidos a la trata de personas y el trabajo esclavo. Hoy Juan es consultor del Consejo Justicia y Paz del Vaticano y mantiene un contacto fluido con el sumo pontífice. Algunos lo llaman “el piquetero de Francisco”.

En esas encrucijadas se mueve Grabois, descolocando a quienes quieran encasillarlo: católico y de izquierda; radicalizado y dialoguista; opositor al kirchnerismo y al macrismo; joven de clase media que habla por y se siente parte de los más pobres entre los pobres. Entre todo eso, su voz es cada vez más escuchada en cada uno de los conflictos políticos y sociales que, a semanas de las elecciones legislativas de medio término, abundan del otro lado del Río de La Plata.

“En 2001 tenías muy cerca a la realidad, salías a la calle y veías a los pibes de la villa revolviendo la basura. Bastaba acercarte a hablar y compartir dos mates para ver cuáles eran sus problemas. Uno de los más graves que tenían los cartoneros era la persecución policial y la organización casi mafiosa de la actividad, que aunque no era ilegal tenía un alto nivel de precariedad: cosas elementales, como que a muchas compañeras no las dejaban entrar a los baños de los bares. Parece increíble: el único lugar donde se trataba como seres humanos a nuestras compañeras era McDonald’s. Entonces empezamos a hacer algunos acuerdos con bares, a enfrentar un poco a la Policía por el tema de las coimas y además armamos una especie de guardería para los niños. Todo eso se fundó en 2002 con el MTE. Después se fueron articulando otras actividades, como la venta ambulante, formando lo que nosotros empezamos a llamar la economía popular: los excluidos del mercado laboral que nosotros entendíamos que eran un fenómeno estructural del capitalismo contemporáneo y no simplemente el resultado de la crisis. Iba a haber una reactivación, pero con esa reactivación no todos se iban a reintegrar al mercado laboral”.

La idea era que había un sector prescindible de la economía.

Exactamente. Un sector de la población que no tiene razón de ser desde la lógica del capital. Es población excedentaria que ni siquiera está pensada como la vieja idea del ejército de reserva, que servía para moderar los salarios. De los 20 millones de personas de la población económicamente activa, sólo ocho millones están en relación de dependencia. ¿El resto qué hace? ¿Se rasca las pelotas? No, están en la economía popular.

De hecho, es un fenómeno que también aparece en otras capas de la sociedad; Uber, por ejemplo, o los famosos “emprendedores”.

Hay un fenómeno de “des-empleización”. Es decir, la relación entre el empleado y el empleador deja de ser el paradigma de las relaciones sociolaborales. Eso, en los sectores medios, impacta con un cuentapropismo precario, cada vez más precario y cada vez más angustioso. En los sectores populares es mucho más terrible la cosa.

¿Cómo se plantea la CTEP la diferencia entre los asalariados formales y el sector al que representan, que algunos han llamado “el pobretariado”?

La división entre los trabajadores, que no es una división política e ideológica sino social, hay que reconocerla porque es un dato de la realidad. Hay una distorsión, si se quiere, en la distribución de la masa salarial y, muchísimo más entre el conjunto de la clase trabajadora. Ahí hay algo que saldar. Porque, en definitiva, el futuro que le espera a gran parte de los compañeros del sindicalismo es este. Porque el trabajo asalariado con plenos derechos es una raza en extinción. Y porque además lo que se termina dando en algunos casos es menos una disputa por la plusvalía de los capitalistas que por el presupuesto público. Los compañeros que laburan juntando la basura para una empresa privada no están sacando plusvalía: están haciendo que esa empresa consiga más fondos públicos. Esto no sucede en todos los casos, por supuesto. Lo que está claro es que los sectores privados que generan renta en la Argentina siguen siendo los extractivistas y agroexportadores, y es muy difícil plantear por qué en otros países se nacionalizó el petróleo y acá no se puede nacionalizar el campo, que es el recurso principal. En definitiva, si esos recursos no logran redistribuirse para garantizar que todo el mundo tenga un trabajo digno, en algún momento en la Argentina no va a haber salario social complementario que alcance.

¿Cuál es la expresión política de este sector?

La CTEP en particular y los movimientos sociales en general no tienen representación política en la Argentina. En el mejor de los casos, está fragmentada, pero ninguna toma la agenda de las tres T, tierra, techo y trabajo, que es la que levanta el papa Francisco, por ejemplo. En Argentina, los pobres son, aunque grande, una minoría social. Y los recontrarepobres, una recontra minoría, que además no tiene ninguna inserción por fuera de sus propias fronteras: a nadie le importa mucho lo que pasa en ese mundo. O sí, pero como en el informe de Lanata, con una representación distorsionada y morbosa, sádica, fetichista, que impide entender la realidad. Todo eso profundiza las pulsiones más retrógradas y fascistas en los sectores medios y en los trabajadores, sobre todo. Un tipo como yo, que no se plantea como alguien que ayuda a los pobres sino como parte del movimiento de los pobres, está condenado al repudio de un sector amplio de la sociedad.

¿Por qué la negociación e incluso el enfrentamiento rindió más frutos con el macrismo que con el kirchnerismo, según tus comentarios?

Porque el kirchnerismo tenía, aunque muy mala, una política para el sector. El macrismo no. Es un problema que no sabe muy bien cómo abordar, que en la cabeza de sus economistas en algún momento se va a resolver por alguna razón que no saben explicarte bien, y en la cabeza de su personal de seguridad es algo que hay que contener. Eso, sumado a que ningún militante popular puede simpatizar con la orientación general del gobierno, genera muchísima más unidad. Entonces, entre la fuerza que da la unidad y la falta de una política para el sector, se pueden negociar mejor las migajas. Porque siempre estamos hablando de migajas. Propuesta Republicana no tiene una estructura territorial salvo en algunas villas de Capital. Ellos hacen otra cosa: salen por la tele. Con ese mundo de la marginalidad, su objetivo no es ni siquiera que los voten. En la medida en que no los jodan demasiado, están dispuestos a entregar algo.

Verbitsky, entre otras voces del kirchnerismo, los acusó de pactar en secreto la paz social con el gobierno de Mauricio Macri.

Está demostrado que esa acusación, que además es medio pelotuda, es falsa, porque no creo que haya participado en más quilombos en mi vida que a partir de ese momento. Tuvimos 182 presos a nivel nacional, hicimos jornadas de lucha en todo el país. Pero si yo tuviera el voto para negociar la paz social hasta 2019 a cambio de que todos los compañeros tengan un salario social complementario, lo firmo mañana. No tengo ningún problema. Para mí, la paz social es un valor, no un disvalor. Porque no es que estamos en un escenario de preestallido revolucionario que va a cambiar la sociedad. La discusión de fondo, en definitiva, es eso de cuanto peor, mejor. Y para nosotros no, cada día en el que un compañero la está pasando mal es peor. Porque además, nosotros no tenemos otra prenda de negociación que la paz social. Así como el proletario no tiene otra cosa que vender que su fuerza de trabajo, los excluidos no tienen otra cosa que vender que la paz social, para decirlo en términos burdos.

Para muchos sectores de izquierda, la iglesia es más un obstáculo que un aliado en sus reivindicaciones. Hay tres puntos centrales: el aborto, los homosexuales y las relaciones de la jerarquía eclesiástica con distintos sectores de poder. ¿Vos cómo te parás frente a eso? ¿Y qué cambios generó Francisco en esa discusión?

Mirá, en general, en los sectores de izquierda no trotskista, el cambio fue muy grande, porque empezaron a leer y escuchar lo que decía Francisco, cosa que antes no hacían con Bergoglio. Sobre las críticas a la Conferencia Episcopal, o sea a la jerarquía de la iglesia católica argentina, yo las comparto. Eso no te hace ni más ni menos católico. El tema del matrimonio igualitario no es tan así, porque habemos muchos católicos que estamos de acuerdo. El tema del aborto es el más complicado, porque ahí se meten cuestiones antropológico-teológicas. Si yo pienso que a partir de la segunda semana de la concepción hay un alma y esa alma tiene el mismo valor que tu alma, no puedo no defender esa creencia. Hay dos grandes líneas de pensamiento respecto del aborto: la línea de la salud pública, que es la que plantea que muchas mujeres, que en su mayoría son pobres, mueren por abortos clandestinos. Y después está una ideología que, para sintetizarla, plantea que uno tiene soberanía sobre su cuerpo y todo lo que haya adentro de su cuerpo: la línea del individualismo posmoderno de izquierda, que llega a extremos tales como plantear que uno podría disponer libremente de sus órganos, incluso venderlos. Ahí hay una discusión filosófica, y en general lo lamentable es que tanto los pequeños grupos que están a favor de eso como los pequeños grupos que están extremadamente en contra de eso no piensan demasiado, sino que repiten lo que dicen otros y no tienen en cuenta un elemento fundamental, que es la perspectiva de clase. No creo que hoy la prioridad en el movimiento popular sea discutir ese tema. Yo tengo un montón de compañeras que son proaborto de las más diversas índoles, y no voy a discutir ni me voy a pelear ni van a dejar de ser mis compañeras por eso. Entiendo que no son asesinas de niños, como dicen algunos fanáticos, y ellas entienden que yo no soy un patriarcal asesino de mujeres.

¿Qué opinás de la desaparición de Santiago Maldonado, más allá del reclamo por su aparición?

A mí me parece que se están atravesando ciertos límites, no solamente en el accionar de las fuerzas de seguridad (que cíclicamente se pasan de rosca), sino en el discurso público y oficial sobre el tema. A veces es deseable cierta dosis de hipocresía, de decir “vamos a investigar”, “no vamos a permitir”, etcétera. En este caso, parece que [dieran a entender que] han estado extraordinariamente bien en hacer esa barbaridad que hicieron. Y más aun –yo conozco bastante bien la cuestión mapuche– cuando se ha hecho un montaje mediático para instalar la idea de que hay un foco guerrillero en la Argentina. Se ha puesto a un muchacho como Facundo Jones Huala, al que conozco bastante, que es un buen pibe pero es bocón, agrandado y vanidoso, como si fuera un terrorista consumado. Están generando un escenario para justificar la militarización de un sector de la Patagonia. ¿Qué pasó en este caso puntual? Yo creo lo que dicen los compañeros de Santiago: que se lo llevó la Gendarmería. Espero que aparezca, pero ese pibe no se fue a pasear por Entre Ríos. Es un tema grave.

Tomás Rodríguez Ansorena

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