Se sabe que Stephen King es un monstruo, y no nos referimos a las criaturas horripilantes que pueblan sus libros, ni a sus ventas de cientos de millones de ejemplares (sin embargo, superadas en menos tiempo por otros escritores fantásticos como JK Rowling o, irónicamente, su imitador Dean R Koontz), ni a su gargantuesca bibliografía (56 novelas y más de 200 relatos), o siquiera a su inquietante caripela angulosa –que ya ha aprovechado para interpretar roles menores (y generalmente siniestros) en varias películas–, sino al hecho de que parece ser más difícil de matar –al menos en términos de vigencia– que Drácula y un lobizón combinados.
Exitosísimo desde su primera novela, publicada en los años 70 (la perfecta e innovadora Carrie, de 1974), King atravesó las décadas de los 80 y 90 haciéndole honor a su apellido, como rey absoluto de la ficción de horror, aunque sin estar completamente confinado a ella, y sólo en la primera década de este siglo pareció que su poderío narrativo y su capacidad de renovarse y fascinar se atenuaban y daban señales de fatiga. Pero en el lapso de los dos últimos años, el interés por la obra del autor de El resplandor –tanto la de hace añares como la actual– parece haber resurgido con más fuerza que nunca, o tal vez la ausencia de nuevas ideas recordó a algunos productores audiovisuales el poder popular de su escritura, y los demás se dedicaron a copiarlos. En todo caso, desde la excelente y abigarrada La niebla (Frank Darabont, 2007) no se producían adaptaciones decentes de los textos de King, más allá de algunas películas a media asta como la remake de Carrie (Kimberly Peirce, 2013) o la de la originalmente floja Cell (Tod Williams, 2016).
Pero de pronto 2017 trajo un aluvión de productos relacionados con sus trabajos; ya se emitió una primera temporada de una adaptación televisiva de La niebla, se está emitiendo la versión en diez episodios de Mr. Mercedes, y se estrenó el comienzo –aparente– de una franquicia basada en La Torre Oscura. Para el resto del año se anuncian también otra serie de su autoría –Castle Rock, la primera parte de un díptico sobre It– y las versiones cinematográficas de Gerald’s Game y de 1922. Una saturación que hasta para los admiradores de King puede ser un tanto excesiva, sobre todo si se tienen en cuenta resultados tan poco atractivos como los de la versión de La Torre Oscura dirigida por Nicolaj Arzel o la directamente espantosa –en cuanto a su abominable calidad– remake televisiva de La niebla. Sin embargo, Mr. Mercedes es otra cosa, y es sobre todo el mejor intento hasta el momento de acoplar el estilo de King al siglo XXI.
El futuro es asesinato
Frecuentemente se subvalora a Stephen King como un simple vendedor de best-sellers y julepes, pero el tétrico estadounidense es un artista mucho más elaborado de lo que suele admitirse. En efecto, es un autor de estilo simple, tanto en su prosa como en la construcción psicológica de sus personajes, pero su espectro de recursos y la efectividad de estos no resulta para nada despreciable. No es casualidad que, gran fan del rock’n’roll, King lo sea de bandas como AC/ DC, The Ramones o Metallica, ya que se lo podría considerar el equivalente literario de esos grupos. Si bien su escritura carece de experimentación formal, introspecciones subjetivas, temáticas rupturistas o un estilo particularmente definido –aunque el formato de Carrie (imitación de una biografía oral) era muy novedoso en su momento–, y ni siquiera se puede calificar a su sencillez de minimalista o elíptica, posee una contundencia y una fuerza poco frecuentes, así como una gran capacidad descriptiva para lo violento y lo horrible que suele utilizar para producir terror, pero no exclusivamente para este género, como ha demostrado ya muchas veces a partir de su serie de nouvelles llamada Las cuatro estaciones (1982), que diera origen a tres de sus adaptaciones cinematográficas más elogiadas –Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986), Sueños de libertad (Frank Darabont, 1994) y El aprendiz (Bryan Singer, 1998)–. Sin embargo, esta efectividad suele debilitarse, no tanto cuando King sale del terreno de lo macabro, sino cuando tiene demasiado espacio y libertad para explayarse; en sus obras más ambiciosas y extensas, como La danza de la muerte (1978), It (1986) y el extenso ciclo de La Torre Oscura, suele caer en la desmesura, lo excesivamente adolescente y el descontrol narrativo, no obstante lo cual estas tres obras son simultáneamente de lo mejor y lo peor de su enorme bibliografía y se balancean entre la grandeza épica y lo que vulgarmente se llama “irse al carajo”.
Algo muy similar pasa con las adaptaciones audiovisuales de sus libros, en las que no necesariamente la fidelidad a sus textos volcánicos es sinónimo de calidad. Son excelentes ejemplos la magnífica y bastante libre adaptación que Stanley Kubrick hizo en 1980 de El resplandor (1977) –rechazada y detestada por King– y la adaptación al pie de la letra del mismo libro en 1997 por parte de Mick Garris, en forma de miniserie, que hacía explícitos todos los fallos y pasadas de rosca que contenía la novela original y que Kubrick había difuminado, optando por una sutileza que no es la mayor característica del prolífico escritor.
Así, entre la enorme cantidad de adaptaciones de sus obras (más de 50 películas y unas 30 series o miniseries), las mejores suelen ser las que conservan el tono áspero y la violencia de su escritura, pero a la vez controlan sus desbordes sentimentales o sus exageraciones. Aunque todavía faltan muchos episodios para que sea válido plantear un juicio definitivo, Mr. Mercedes, basada en su novela homónima de 2014, es una excelente demostración de cómo llevar a King a la pantalla. La trama, que estrictamente es la de un policial hardboiled y no la de una historia de horror (aunque tiene elementos siniestros en abundancia), gira alrededor de Bill Hodges (Brendan Gleeson), un policía retirado que deviene detective al ser desafiado y acosado por el Mr. Mercedes del título, un asesino psicótico autor de una masacre –realizada con un Mercedes Benz con el que atropelló a un grupo de desocupados– que Hodges no había conseguido resolver cuando estaba en la Policía, a quien ahora enfrenta en un territorio desconocido para él: internet.
Algo que puede notar cualquiera con sólo mirar la ficha técnica o un afiche de Mr. Mercedes es que, en términos de elenco, la serie dispone del equivalente histriónico de la delantera del FC Barcelona: cualquier película o programa de televisión que cuente con el irlandés Gleeson y la estadounidense Mary-Louise Parker como protagonistas tiene medio partido ganado antes de jugar. Tanto el actor (el Robert Mitchum de este siglo) como la actriz son intérpretes exquisitos, de un carisma controlado y una expresividad enorme, capaces de dotar de numerosos matices a las personalidades un tanto esquemáticas de sus personajes. Además, la elección de Gleeson, de 62 años, y de Parker, una década menor, para los roles protagónicos y románticos tiene mucho que ver con una lectura que el casi septuagenario Stephen King deja en evidencia casi desde la elección temática, y que se refiere al choque generacional entre personajes criados en la cultura del siglo XX y otros más jóvenes, pertenecientes a la civilización informática. Un tema que en cierta forma King ya había tratado en su despareja novela Cell (2006), que era una evidente ficcionalización del pavor del autor por los teléfonos celulares. Ahora parecen desvelarlo la invasión de la privacidad y el acoso virtual, ya que Mr. Mercedes (Harry Treadaway) es, además de un asesino serial, un auténtico troll, cuyos conocimientos de informática lo hacen capaz de torturar psicológicamente a sus adversarios y víctimas.
El resumen de la trama puede resultar moderado para los acostumbrados a la febril imaginación sangrienta de King, pero las obscenas –tanto en el sentido sexual como en el de su violencia y morbo sádico– animaciones que Mr. Mercedes le envía al detective interpretado por Gleeson están entre lo más chocante y perturbador que haya creado el autor en su larga carrera, y la tensión no se establece mediante el misterio (desde el principio se sabe quién es el asesino y cuáles son sus intenciones), sino mediante el contraste del veterano detective y sus aliados con un antagonista que, a pesar de su sadismo y psicosis, es también un personaje humano y patético en sus traumas familiares y sexuales.
Mr. Mercedes, desarrollada por el experimentado productor televisivo David E Kelly y producida por el propio King, está siendo emitida por el canal Audience, de difícil acceso en nuestro medio, pero el entusiasmo crítico que está despertando hace previsible que a la brevedad pase a ser programada por alguno de los canales internacionales de cable o de streaming. En todo caso, es una oferta muy atractiva y removedora en su crudeza, que presenta a un Stephen King rejuvenecido y actualizado en forma paradójica, ya que por una vez parece querer alejarse de la eterna adolescencia de sus historias, para hablar sobre el mundo moderno desde la óptica de la madurez.