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Jazz a la Calle, el domingo, en Mercedes. Foto: Juan Manuel Ramos

Cinco escenas de Jazz a la Calle

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1. Ganarse al público

“¿Quieren una más?”, pregunta la cantante de Mingunos, un grupo argentino formado por diez músicos que buscan homenajear a Charles Mingus y reinventar su creación. “¡Sí!”, responde al unísono el público de 700 personas que llenó el teatro 28 de Febrero, donde una placa en la entrada de la sala celebra con orgullo el aniversario de una presentación de Carlos Gardel en el recinto. Durante nueve días, la nostalgia queda atrás y el foco se pone en las nuevas generaciones de músicos que llegan a la ciudad para presentarse en el festival Jazz a la Calle.

Minutos antes, el grupo, formado por músicos menores de 30 años, se había ganado al público: jóvenes sentados en el suelo junto a los estuches de sus instrumentos, niños corriendo en los pasillos y parejas de ancianos que, con sus mejores ropas, escuchaban atentamente. Tras la excelente interpretación de “Better Get It In Your Soul”, en la que el contrabajista Francisco Nava interpretó un frenético solo mientras toda la sala y el resto de los músicos se quedaron en silencio para ver cómo traducía a su instrumento cada nota que gesticulaba, llovieron los aplausos. Finalmente, después de una consulta rápida con los organizadores, Mingunos se lanzó con una hermosa versión de “Moanin’”, que terminó con el público ovacionándolos de pie.

“Nunca me había pasado de terminar de tocar y que la gente se parara a aplaudir”, comentó Nava, con una sonrisa que mostraba su sorpresa. Si bien la amenaza de lluvia obligó a que los recitales se trasladaran de la clásica Manzana 20 (un lugar a cielo abierto frente al río, con capacidad para 3.000 personas) hacia el 28 de Febrero, la actitud del público se mantuvo intacta.

Más tarde, subió al escenario el grupo argentino Kai D’ Raíz, que ya se había presentado el año pasado. Sobre el final del concierto de ese noneto, de músicos también jóvenes, que mezclan jazz con folclore de su país y rock, el trombonista Manuel Calvo resaltó el valor cultural del festival y celebró la comunión que se genera entre los músicos en cada edición. Tras una referencia a la situación política que vive Argentina en la actualidad –“Están cerrando centros culturales y las reformas de [el presidente Mauricio] Macri nos obligan a salir a las calles”–, el músico transmitió optimismo al decir que “la música es muestra de felicidad”. Para terminar con su repertorio, el grupo invitó a Candombá –una cuerda de tambores femenina local– a tocar “Mercedes”, un tema que Kai D’Raíz compuso en agradecimiento a la ciudad anfitriona del festival. Nuevamente, el público aplaudió de pie.

2. Afuera, la lluvia; adentro, jam

Al finalizar los toques en el teatro, la música se trasladó al bar Anyway (ubicado en Manzana 20). Allí comenzaron las jam sessions y la improvisación tomó el protagonismo. Afuera caía una lluvia fina pero insistente –como la que describió Enrique Cadícamo en el tango “Garúa”–, pero adentro llovían las notas que cada músico pulsaba o soplaba en su instrumento. El lugar estaba lleno de personas que comían y charlaban, y que cada tanto hacían silencio para escuchar algún solo que les llamaba la atención. La entrada estaba custodiada por un improvisado patovica, mientras que el escenario parecía estar a cargo de las fotografías de Astor Piazzolla, Amy Winehouse, Louis Armstrong, Luis Alberto Spinetta y Sting en la pared, que daban la impresión de estudiar cada nota que sonaba.

Minutos después de la medianoche, los músicos que tocaron en el 28 de Febrero, junto con otros que peregrinaron hacia Mercedes con su instrumento bajo el brazo, se juntaron en un pequeño escenario que se levantaba sobre el público. Un cuarteto tocaba baladas, pero el sonido que producía la charla de los comensales era el protagonista. Por un momento, parecía no importar si la música se tocaba en vivo o provenía de las grabaciones que se proyectaban en la pantalla antes de que comenzara la jam session.

Luego de una hora, con el recambio de público, un ambiente de mayor concentración en la música comenzó a apoderarse del lugar. Se podría decir que cerca de las 2.00 realmente comenzó la jam session. Al cuarteto formado por batería, contrabajo, piano y guitarra se le sumaron un joven de 20 años con su saxo alto y dos chicas de la misma edad, una con su flauta traversa y otra con su saxo tenor. Parece que, gracias a la inclusión de los vientos, finalmente el público comenzó a prestarle atención a lo que estaban creando los artistas. Afuera seguía lloviendo.

A medida que los standards se sucedían, las mesas frente al escenario comenzaban a ser ocupadas por músicos jóvenes que desenfundaban sus instrumentos y se preparaban para disparar sus notas musicales. Lo que había comenzado como un cuarteto se terminaba transformando en un noneto. Como el escenario queda chico, cuando alguien interpretaba su solo en el micrófono principal, el resto esperaba abajo, coordinando quién pasaría luego al frente. Como si se tratara de un partido de fútbol y los músicos fueran jugadores preparándose para entrar a la cancha, los de abajo escuchaban y calentaban las manos con sus instrumentos.

Es en esos momentos –más que en los toques del escenario principal– cuando uno puede ver que el espíritu del jazz cobra vida. A partir de la improvisación, con los músicos inventando de igual a igual, se crea ese ambiente efímero que muchos prefieren al de las grabaciones de jazz en estudio. La espontaneidad, la sorpresa y la comunicación mediante las notas se contagia desde el escenario, y el público empieza a celebrar cada solo.

Ese contagio logró su efecto: cuando terminó otro standard una mujer de unos 60 años con vestido negro se acercó al escenario chasqueando los dedos al ritmo de una canción. “Es un blues en do”, alcancé a escuchar. Los músicos se miraron entre ellos, sorprendidos y expectantes, al igual que el público, mientras la mujer subió al pequeño escenario. El grupo arremetió con el tema “Everyday I Have the Blues”, una composición grabada por numerosos artistas a partir de los años 30, desde Count Basie hasta BB King. Cuando la cantante lanzó la frase “Whoa nobody loves me, nobody seems to care” (“nadie me ama / a nadie parece importarle”), llegaron los aplausos.

La mujer tenía un modo de cantar que recordaba a Ella Fitzgerald, y si bien la letra transmite un mensaje desolador, le ponía tanto optimismo desde su alegría por haber subido al escenario –donde saltaba, chasqueaba los dedos y bailaba en un espacio reducido–, que a uno se le dibujaba una sonrisa en la cara. Cuando comenzaron los solos, la mujer se sentó frente al escenario con una expresión de felicidad tan marcada que la rejuveneció 20 años. Luego de que cada uno de los músicos hiciera su solo, ella volvió para cerrar el tema. Estallaron los aplausos de los espectadores, tan sorprendidos como los músicos por ese momento de alta intensidad. Mientras la cantante retornaba a su mesa con una sonrisa triunfal, el grupo comenzó a tocar “Spain”, de Chick Corea (emparentada con el “Concierto de Aranjuez” de Joaquín Rodrigo). El espíritu del jazz ya se había instalado en Mercedes.

3. Intercambio a las brasas

Al despertar en casa de Lía –que amablemente abrió sus puertas para alojarnos–, conocimos a Ana, que recibe a músicos y periodistas en su hogar desde la primera edición del festival, en 2007. “En total somos 12 las familias que alojamos músicos”, comentó Ana, y agregó que todos los años trata de aumentar el número; esta vez convenció a Lía. Mientras desayunábamos, Ana nos anunció que la casa de Lía sería anfitriona de un asado improvisado que compartirían músicos de Estados Unidos, Francia, Argentina y Bolivia.

En menos de una hora finalizaron los preparativos y empezaron a llegar los artistas. De un momento a otro, el patio de la casa recibió a los músicos del Perry Smith Quartet, los dúos TONE (la cantante Sarah Elizabeth Charles y el pianista Jarrett Cherner) y Watchdog (la pianista Anne Quillier y el clarinetista Pierre Horckmans), al cuarteto Sur Ecoute 4tet y al quinteto Finisterre. Sentados en el patio mientras caía la lluvia y se despejaba en forma intermitente, los estadounidenses y los franceses, que se veían por primera vez, descubrían al charlar que habían tocado a menudo con los mismos músicos, y la informalidad empezó a tomar protagonismo. Para terminar de romper el hielo, Cherner, que también integra el cuarterto del guitarrista Perry Smith, le contó al resto que el año pasado un músico argentino le prestó su contrabajo para el festival, y que en una noche de jam un contrabajista tiró el instrumento y lo rompió, pero en vez de parar pidió que le trajeran un bajo eléctrico para seguir tocando.

A medida que empezaron a salir el queso provolone, los chorizos y el asado, los músicos hablaban cada vez más entre sí y también hacían preguntas sobre Uruguay. Durante unos minutos, el fotógrafo de la diaria y yo nos transformamos en divulgadores de Hugo Fattoruso, Opa, el candombe, la murga y cómo se compra marihuana en las farmacias. Nos comentaron lo importante que es Jazz a la Calle para ellos y cómo disfrutan del ambiente de comunidad que se genera.

“Vamos a tocar el sábado que viene, pero quisimos venir antes al camping, re improvisados, y como a la noche iba a llover, nos llevaron al club de remeros y nos dieron una habitación”, comentó Damián Carracedo, el pianista del grupo argentino de tango Finisterre, que se presentó en Mercedes por segunda vez. Él y el violinista boliviano Bruno Cuellar llegaron antes que el resto. “La otra vuelta nos quedamos en lo de Ana y flasheamos. Nos llevó en una lancha a conocer una isla de acá cerca; estuvo buenísimo. Esta vez no nos quedamos con ella, pero hoy estábamos en la casa de la persona con la que nos quedamos, a punto de comer pasta, y de la nada nos cayó la llamada de Ana para invitarnos al asado. Estas cosas no pasan en ningún otro lado”, afirmó.

Jazz a la Calle, el domingo, en Mercedes. Foto: Juan Manuel Ramos

4. A clase

Caminando hacia el Auditorio de la Casa de la Cultura, las calles de Mercedes estaban vacías. Parecía que la ciudad guardaba el secreto de lo que estaba sucediendo en el festival. Sin embargo, al llegar al edificio de 1885, construido como templo masónico de la Logia Capitular Armonía, se podía ver que su capacidad para 100 personas estaba colmada.

Durante nueve días, el recinto funciona como anfitrión de las clínicas musicales, donde los músicos que se presentan en el escenario principal dan clases prácticas sobre diversas temáticas musicales. En total son 26 clínicas, a veces hasta tres por día. En la del domingo, el grupo Kai D’Raíz –que se había presentado el día anterior en el 28 de Febrero– explicaba la aplicación de microrritmos a la música latinoamericana, en especial al folclore argentino. Estaban en el escenario con sus instrumentos, mostrando cómo se hace, mientras uno de ellos escribía las partituras correspondientes.

Horacio Acosta, fundador y uno de los organizadores del festival, comentó que el principal objetivo de Jazz a la Calle es la educación, y que por eso las clínicas son una de las actividades más importantes. “Hoy en día, las clínicas han tomado una relevancia tan grande como la del escenario central. Incluso pasa, cada vez más, que hay panelistas o talleristas que ni siquiera tocan en el escenario central. Hay muchísima gente que viene únicamente por las clínicas”, señaló.

Durante las clases, el público, mayoritariamente conformado por gente joven, se sienta junto a sus instrumentos. Algunos toman nota y otros hacen preguntas. Sobre el final de la clase, Kai D’Raíz invita a los asistentes a hacer ejercicios de aplauso para que los conceptos se pongan en práctica. Con la base de las palmas, el grupo se lanza sobre un tema.

5. A la calle

Con la caída del sol, el jazz se transformaba en la banda sonora de las calles de Mercedes. Los músicos se juntaban en una jam al aire libre para reinventar standards y temas actuales. Mientras tanto, los alrededores de la Manzana 20 se llenaban de reposeras y de vecinos que se sentaban en el cordón de la vereda para disfrutar de la música.

“¿Quién quiere tocar?”, preguntó Camila Nebbia, la saxofonista de Mingunos. “Si algún espacio está ocupado, no se preocupen, se lo dejamos disponible. Nos encantaría compartir escenario con todos”, continuó. Desde el cordón, un trompetista levantó la mano, sacó su instrumento del estuche y se animó a pasar al escenario improvisado. Tras unas breves indicaciones sobre los arreglos, el grupo comenzó a interpretar una balada mientras anochecía.

El cielo se terminó de despejar y las nubes se movían como si estuvieran motivadas por los vientos: saxofón barítono, clarinete y trompeta. Mientras tanto, un niño sentado en una reposera estudiaba cada movimiento y escuchaba cada nota con su mayor concentración. También había niños que corrían alrededor del escenario, jóvenes que filmaban con sus celulares y ancianos que tomaban mate en sus reposeras.

A mitad de la última canción, Inti Valentín García, el saxofonista de 20 años que había sido uno de los protagonistas de la jam session de la noche anterior, se acercó con su instrumento al costado del escenario y comenzó a tocar un tímido solo. Al terminar el recital callejero, me acerqué para charlar. García y el pianista me contaron que no quedaron seleccionados en la grilla de este año, pero que quedaron tan encantados con el ambiente de Jazz a la Calle que vinieron con todo su grupo –siete músicos, dos managers y un sonidista– para disfrutar de la experiencia.

El grupo se llamaba La Bandita, y ninguno de los músicos tenía más de 25 años. “Teníamos muchas ganas de venir a Uruguay porque nuestra música tiene mucha influencia de los ritmos uruguayos. Nos encantan Fattoruso, [Ruben] Rada, Jaime [Roos], [Leo] Maslíah, La Vela [Puerca]”, comentaron. Se sumaron a la charla el guitarrista y uno de los managers. “Este año estuvimos ahorrando para comprar una caja y vinimos en el auto con las cosas; el resto del grupo llegó en micro. Hicimos una gira y en diciembre arrancamos tocando en la plaza Matriz, en Montevideo. De día tocábamos en la calle y de noche hacíamos recitales en bares”, comentaron. Luego, la gira siguió por Valizas y Punta del Diablo, antes de llegar a Mercedes.

Los integrantes del grupo se suman a las jam sessions y a los toques callejeros para terminar de conocerse y aprender sobre la personalidad de cada uno. “Toco el saxo porque me gusta improvisar y me da libertad. Ayer sentí que en la jam pude largar un montón de cosas que no habían salido en todo el viaje, y necesito esos momentos. Cuando paso un tiempo sin ir a jams, me doy cuenta de que no puedo dejar de ir, es algo muy terapéutico para mí”, aseguró García.

Al finalizar la charla, el saxofonista dijo que esa noche iría a la jam session “por la revancha”. Cuando llegué al bar, él ya estaba sobre el escenario. En determinado momento arrancó a tocar “Tengo un candombe para Gardel” (que la noche anterior no había podido terminar, porque el resto del grupo no la conocía), y esta vez todo el público comenzó a aplaudir al ritmo del candombe. Uno de los franceses que habían estado en el asado trató de descifrarlo, y me acerqué para explicarle que ese era el sonido del que le hablaba de tarde. Mientras el francés aprendía cómo era el asunto y batía palmas, Inti lideraba la improvisación con una sonrisa imborrable. El espíritu del jazz se instalaba nuevamente. Astor, Amy, Louis, Luis Alberto y Sting observaban.

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