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Dave Chappelle. Foto: Mathieu Bitton

De pie sobre los puentes quemados

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Al final de Equanimity –uno de los dos especiales de comedia de Dave Chappelle; el otro se llama The Bird Revelation, que Netflix puso en el aire casi sin avisar el domingo 31–, el artista responde a la ovación del público dejando caer su micrófono en el escenario. Como saben quienes están familiarizados con los códigos gestuales más elementales del hip hop, eso se llama mic drop y es una suerte de festejo tras una performance memorable o definitiva, para fastidio de los sonidistas, ya que la caída no es nada beneficiosa para el micrófono.

Hay distintas versiones sobre quién inició ese ritual –que hasta Barack Obama ha realizado–, pero aparentemente tuvo su origen en el mundo del stand-up, cuyas fronteras con el hip hop siempre han sido muy porosas. No es para nada extraño que Chappelle, tal vez el comediante más identificado –junto a Chris Rock– con la cultura del hip hop, culmine su espectáculo con un ostentoso mic drop, pero aquí tal vez haya algunos significados extra, ya que al comienzo de Equanimity el humorista anuncia, sin dar muchos detalles, su intención de “irse del casino mientras está ganando” y abandonar nuevamente las presentaciones en público.

Hay que recordar que Chappelle desapareció de los medios en 2005, en su momento de mayor popularidad y perdiendo un contrato de 50 millones de dólares para continuar su programa televisivo The Chappelle’s Show (cuyos sketches pueden verse en Youtube y son tan memorables y absurdos como los de Monty Python o el argentino Cha Cha Cha), y que tardó más de una década en regresar con dos especiales para Netflix –The Age of Spin y Deep in the Heart of Texas–, estrenados simultáneamente en marzo del año pasado. Se sabía que su contrato lo obligaba a un especial más, pero no que sería lanzado el último día de 2017 ni que, nuevamente, vendría por partida doble, sumando cuatro estrenos en menos de diez meses (todo un récord para el stand-up, cuyos artistas generalmente pulen y explotan la misma rutina durante años). La difusión de las actuaciones por Youtube (algo que Chappelle ha obstaculizado estrictamente, prohibiendo hasta la tenencia de celulares en sus shows) ha forzado a los comediantes a aumentar su productividad, pero aun así, muy rara vez son capaces de preparar más de un espectáculo anual. Como para soltar muchos micrófonos.

En realidad, sólo estos dos últimos especiales fueron pensados y escritos durante 2017, ya que Deep in the Heart of Texas era la filmación de un show de 2015, y The Age of Spin, la de uno de 2016. Cuando estos se estrenaron, algunos detractores del cómico –que los tiene, y fervorosos, pero ya llegaremos a eso– lo acusaron de estar atrasado no sólo en el estilo de su humor, sino en las referencias directas que utilizaba. Estas críticas no corren para Equanimity y The Bird Revelation, que repiten las características formales de los dos previos –el vestuario de Chapelle es básicamente el mismo, pero el primer show se realizó en un teatro de grandes dimensiones, y el otro en un club de comedia pequeño– pero cuya temática es rigurosamente actual. De hecho, y cortando grueso, se podría decir que Equanimity tiene como ejes las reacciones adversas que el regreso de Chappelle produjo entre algunos militantes de los derechos trans y en el primer año del gobierno de Donald Trump, y The Bird Revelation trata más bien de la oleada de denuncias de acoso que se levantaron alrededor del hashtag #MeToo, y del lugar de los humoristas en este mundo. Como se ve, temas de muy estricta actualidad (el segundo show fue filmado hace menos de un mes) y mucho más concretos y políticos que lo que Chappelle había sido nunca, lo que en cierta forma es el punto más débil de los especiales, haciéndolos mucho más perecederos que sus trabajos clásicos de principios de siglo. Pero aunque no se trata de lo más perdurable o gracioso que haya hecho, tan sólo hacerlo como lo hizo es una declaración de principios. O de guerra.

“Todo es gracioso hasta que te pasa”

Es muy difícil definir si estos shows son superiores, similares o inferiores a los que Netflix subió en marzo, porque son parte de una continuidad y, de hecho, buena parte de Equanimity, como se dijo, responde a las reacciones –generalmente positivas, pero algunas muy hostiles y virulentas– que aquellos especiales causaron, y reflexiona sobre ellas. Se puede decir, sí, que son menos graciosos, porque toda la aproximación del artista a sus monólogos es menos humorística y más discursiva. Más allá de cuán guionados hayan sido los textos, da la impresión de que este Chappelle más melancólico y, tal vez, de despedida, es más parecido al performer catártico de sus primeros intentos de retornar, que se hizo famoso por espectáculos de tres o cuatro horas, en los que conversaba en forma interminable con su audiencia –monologaba, en realidad–, leyendo fragmentos de libros y tratando de comunicar su crisis en relación con el mundo del espectáculo de una forma. Hace recordar (por lo que se cuenta, ya que nunca hubo un registro –al menos oficial– de estas presentaciones desproporcionadas) al Lenny Bruce del final de su carrera, que en vez de hacer comedia se dedicaba a leer las actas de sus problemas judiciales y a hacer análisis sociopolíticos sobre los turbulentos años 60. No fue la mejor ni la más incisiva faceta de Bruce, y tampoco Equanimity y The Bird Revelation son la mejor puerta de entrada a la comedia de Dave Chappelle.

En algunos momentos, el comediante parece haber adoptado la filosofía fatalista de “si se fue el balde, que se vaya la cadena”, y aunque suele abrir el paraguas como precaución, muchas veces termina diciendo cosas que podrían arruinar su carrera (tal vez por eso Netflix estrenó estos especiales en una época del año en que la gente está más distraída). El discurso de Chappelle es ante todo conciliador y empático hacia las personas trans ofendidas, hacia las mujeres de Hollywood y hacia los votantes blancos pobres de Trump; se podría decir que es un discurso antigrieta, por usar la ya sobreutilizada pero gráfica metáfora argentina, pero esa empatía reflexiva (en varios momentos explica que las críticas y las acusaciones de transfóbico u homofóbico lo hicieron revisar por qué algunas cosas le parecían particularmente atractivas para su humor, y cómo hay un elemento de incomprensión y crueldad en todo el humor efectivo) nunca cae en la disculpa o el arrepentimiento que hoy en día parecen de rigor cuando se cruzan las fronteras de la sensibilidad subjetiva, sino que prefiere redoblar la apuesta, e incluso aventurarse en el territorio minado de relativizar los supuestos crímenes de Kevin Spacey y Louis CK, con argumentos que sin dudas van a levantar revuelo, pero fundamentados y que no parecen basados en la conciencia gremial ni en alguna solidaridad machista.

Los dos especiales terminan también con dos rutinas particularmente extremas, riesgosas y extensas, aunque con resultados disímiles. En The Bird Revelation, Chappelle culmina narrando un episodio bastante canallesco de Pimp (1967), de Iceberg Slim, el amoral libro de memorias de un proxeneta que fue un texto de culto en el ambiente del hip hop de los años 80 y 90, y al que Chappelle reconoce como uno de sus favoritos. El resumen de la anécdota de Pimp es demasiado largo y, cuando termina, no queda del todo claro por qué el comediante la trajo a colación, a pesar de su argumentación de que la historia es una metáfora de la vida en el capitalismo actual. En cambio, la no menos extensa rutina final de Equanimity es mucho más rica, ya que Chappelle narra la historia de Emmett Till, un adolescente negro que fue brutalmente torturado y asesinado en 1955 por un grupo de racistas, acusado de propasarse verbalmente con una mujer blanca. El linchamiento de Till fue un fuerte símbolo de la violencia racial y uno de los hechos iniciáticos del movimiento por los derechos civiles que terminó con la discriminación institucional en Estados Unidos (incluso Bob Dylan compuso una canción sobre aquel crimen): Chappelle lo utiliza como ejemplo de cómo algo horrible, si se lo encauza e interpreta correctamente, puede ser movilizador y tener resultados positivos; pero también observa –con un humor de equilibrista (para dar una idea, hacer comedia a partir de ese caso es tan delicado como si aquí se hiciera a partir del asesinato de Liber Arce)– que Till fue no sólo víctima del racismo, sino también de un falso testimonio de agresión sexual.

Chappelle no es el único ni el más extremo de los comediantes caminando sobre la cada vez más angosta cornisa del humor, pero tal vez sea el único capaz de alcanzar la meta ideal de los comediantes socialmente críticos: influir limitadamente o hacer reflexionar sobre cuestiones públicas candentes mediante su humor y su discurso. Es decir, ese gran rol ambicioso que desempeñaron en su momento George Carlin, Bill Hicks o, renuentemente, Richard Pryor, y para el cual hay pocos aspirantes capacitados en la actualidad, ya que el genial Doug Stanhope es demasiado amargo y nihilista para alcanzar una popularidad real, Louis CK está desactivado al menos por una década debido a su conducta personal, Aziz Ansari y Amy Schumer han demostrado que quieren asumir ese papel pero les falta la gracia necesaria, y el retornado Jerry Seinfeld siempre ha preferido bordear los conflictos con su humor más amable (aunque los conflictos lo han estado buscando). Eso deja a Chappelle en ese raro y solitario lugar desde el que todo lo que diga va a ser objeto de controversia, pero al mismo tiempo su calidad de comediante, su cualidad de portavoz de minorías y la autoridad que le da su extraña carrera hacen que no se lo pueda ignorar o quemar en la pira con facilidad. Aunque por momentos él mismo parece dispuesto a rociarse con nafta y prenderse fuego para dejar claro su punto de vista.

El gesto final de Chappelle parece, más que un simple mic drop, una de esas irreales escenas del cine de acción atorrante, en las que el héroe arroja una granada hacia atrás y sigue caminando, indiferente al infierno de explosiones que surge a sus espaldas suyo. Si The Bird Revelation y, sobre todo, Equanimity marcan una nueva despedida suya –ya sea temporal o definitiva– del mundo de la comedia, el tipo se va con un estallido, no con un suspiro. En estas semanas se verá en qué medida se escuchó el estruendo.

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