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Esos viejos fantasmas

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“Malestares en la ciudad, cinco noches de analistas en la polis”.

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A estas alturas parece una obviedad señalar que el psicoanálisis, en aquellas zonas donde persiste, terminó por reclamar para sí el lugar de uno de los últimos bastiones de cierto viejo humanismo (es decir, el que englobaría a aquellas filosofías que asumen la existencia de una “naturaleza humana” o una “esencia” de lo humano y que, epistemológicamente, se apoyan una u otra forma de correlacionismo poskantiano). Por eso no es de extrañarse que en un libro como Malestares en la ciudad, cinco noches de analistas en la polis (que reúne las ponencias de las cinco primeras mesas del ciclo Analistas en la polis, celebradas de agosto de 2015 a marzo de 2016, con participación de psicoanalistas en gran medida lacanianos) deje entrever, aquí y allá, cierta vocación de resistencia o, por mirarlo desde otro punto de vista, una cualidad de cosa arrinconada que, por suerte, sirve de causa de cierta efervescencia –por medio, digamos, de ese “mal estar” invocado por el título– en la retórica y las ideas.

A la vez, la lectura de los 15 textos que integran el libro termina por confirmar algo que lamentablemente ya sabíamos de antemano, es decir que entre los defectos de la propuesta (de algunas de sus ponencias, para ser justos) iba a aparecer esa ingenuidad anticientífica o anticientificista que muestra, como una marca ideológica clara, el temor (y la incomprensión o la ignorancia) ante un discurso capaz de dar cuenta de lo biológico con una marca ideológica clara y que, en este libro, se nota especialmente bajo la forma de una hostilidad hacia la ciencia (aunque no queda claro si se está hablando de la ciencia en tanto institución, conjunto de prácticas, horizonte de presupuestos, gnoseologías, metafísicas) que encuentra su momento menos feliz en los primeros textos. Estos, agrupados en la mesa “La medicalización de la infancia”, remiten al urgente problema del diagnóstico y medicación a la ligera del llamado Trastorno por Déficit Atencional con o sin Hiperactividad en tantos niños, y el gesto encuentra su punto álgido en el texto de Mathias Zitto, que pasa de hablar de “biopoder” y “ciencia que niega la muerte [...] y administra la vida” a concluir que “el sujeto queda aplastado”. Es decir: mediante una simplificación o incluso de una caricatura de la ciencia, se arriba a una defensa a ultranza y acrítica del “sujeto”, como si se confirmara que, después de todo, los psicoanalistas deben esforzarse –para persistir en su condición de psicoanalistas, claro está– por seguir creyendo en viejos fantasmas y espejismos.

Las cosas mejoran más adelante en el libro, con textos mejor escritos, más evidentemente críticos y lúcidos. Entre ellos cabe destacar “Sodomizar al rey”, de Ana Grynbaum, que propone, entre otras cosas, una lectura de gran interés de una escultura (“Not dressed for conquering”) de la austríaca Inés Doujak. El de Grynbaum resulta el mejor de los textos compilados: es claro e inteligente, y no parece animado por esa pasión retórica de la resistencia de la que hablaba más arriba (o por la sensación de que lo que habla es más bien cierto lenguaje, una maraña de sobreentendidos y seudotecnicismos oscurantistas). En efecto, independientemente de la postura adoptada por la autora, sea cual sea, su texto se aleja de las caricaturas y simplificaciones, y triunfa tanto a la hora de problematizar los interrogantes que van siendo planteados como a la de responder a ellos.

Otro de los textos de especial interés es “La ficción sexual, el dimorfismo mentiroso”, de Fernanda Ramos Monza, que, al igual que el de Grynbaum, pertenece a la mesa “Género y discursos abyectos”. En este caso llama la atención cierto deseo de sobredecir o hipersignificar, que retóricamente se resuelve en reiteraciones, aclaraciones entre paréntesis, cadenas de sinónimos y énfasis diversos, los que parecen a veces asumir que la audiencia comprende cierta postura ideológica y simpatiza con ella, antes que argumentar o seguir el hilo del argumento (por ejemplo, al comentar “nuevamente la tecnología al servicio del hombre heterosexual o cis-hombre”; el énfasis es mío); en cierto sentido, entonces, sus puntos débiles son los mismos de los primeros textos: por ejemplo, se señala que los anticonceptivos y la ingesta de testosterona (en hombres trans, por ejemplo) son tecnologías que alteran la subjetividad, pero se evita pensar que esa subjetividad no es menos química que la testosterona y los anticonceptivos (y que por lo tanto se termina prefiriendo una química natural a una artificial, en un gesto ideológico que podría parecer a contrapelo de otras maneras de entender “lo natural” en el texto).

A la vez, el texto es especialmente sugerente en su planteo de la invisibilización del hombre trans: “Frente a la imposibilidad del reconocimiento, del acceso a lo masculino, una mujer masculina será tildada de lesbiana o marimacho, no de trans [...; las] formas de velar el bio-sexo implican la no existencia como varón trans”. Sin duda, el texto de Ramos está entre lo más interesante que ofrece el libro, en el sentido de provocar la respuesta y el diálogo.

También en ese conjunto entran el primero de los dos textos del apartado “Memoria y dictadura”, a cargo de Carlos Etchegoyhen, que trae a colación, por medio de la antropóloga francesa Nicole Loraux, el concepto de amnistía como parte esencial de la vida de la polis y su fértil articulación –en un libro lleno de juegos de palabras, como cabe esperar de los lacanianos– con el término “amnesia”. En la mesa siguiente (“De fármacos y falopas”) se destaca la ponencia “Drogas y otros yuyos: el psicoanálisis en la era prohibicionista”, de Guzmán Baez, así como, ya en el último apartado del libro (dedicado a la música en la ciudad), “Relato de un viaje en ómnibus”, de Edh Rodríguez, que piensa el rol de la música y la imagen personal en relación con la construcción de comunidades urbanas: es un texto sugerente, con no pocos pliegues de significado, que reclaman más de una lectura.

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