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Los Saltimbanquis. / Foto: Federico Gutiérrez

El cupletero de antes

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“El carnaval se está poniendo un poco solemne”, dice a la diaria la historiadora Milita Alfaro, coordinadora del diploma en Carnaval y Fiestas Populares de la cátedra UNESCO de Carnaval y Patrimonio. “La incorrección política, el machismo, la xenofobia, la homofobia, que fueron una constante en el carnaval montevideano, ahora efectivamente están cediendo frente a un nuevo tiempo y nuevas formas de encarar lo cómico. La corrección política es algo muy nuevo, es un discurso muy, muy fuerte, y eso efectivamente tiene un impacto fuerte en los repertorios. Hay una cantidad de cosas que no se pueden decir, y no estoy segura de si es porque la gente está convencida o porque queda mal. El año pasado, La Gran 7 (LG7) salió a contracorriente de todo ese discurso, con un planteo que me parecía interesante como elemento de debate. Decía: ‘en la fiesta/ cada cual que haga de su murga un pito/ en la fiesta no hay delito/ más que la solemnidad’”.

“Me río de mí misma”

Claudio Ramos, director responsable del grupo de humoristas Bergoglios, asegura que su conjunto es “obrero de la inclusión”. En el Desfile Inaugural por 18 de Julio incluyeron “al Payaso Pildorita, que es un artista callejero, y a una chica campeona de juegos paralímpicos. Tenemos a nuestra compañera Ro Sosa, que es una chica trans, y para nosotros es una mujer más y la tratamos como tal”. En un momento del espectáculo, los actores de Bergoglios están caracterizados como obreros de la construcción. El capataz da órdenes, les dice a unos que descarguen un camión, a otros que armen andamios, y en eso Sosa dice: “Yo llevo la manguera”. Esto desata la risa de su compañero de escena para remarcar la alusión. En otro momento, el personaje de Sosa se arrima por detrás a otro para susurrarle algo y lo “apoya”. Para ella, no hay nada incorrecto o incómodo en este tipo de humor. “Toda la vida nos reímos del gordo, del flaco, del borracho, del rengo, del mellado, del tuerto, del ciego, y también nos reímos de los maricones. ¿Por qué no llamarlo así, como toda la vida se lo llamó? Yo no le veo nada malo, me río de mí misma”. Sosa agrega que no se siente agredida “en ningún momento” del espectáculo. Incluso opina que “la gente estaba esperando un humor así, viejo, de antes. Creo que al traer un humor así se le devuelve algo a carnaval”. Para ella, el tema pasa por la educación: “Tenemos que aprender a diferenciar cuando nos reímos en la calle de cuando estamos haciendo humor. Son dos formas de reírse. La gente tiene que empezar a saber la diferencia entre reírnos sanamente de determinados temas y reírnos con hipocresía. La diferencia está en la intención”.

En carnaval, las polémicas sobre la estructura de los espectáculos suelen ser extremas. Durante años, los fieles de Momo discutieron si técnicos y actores de teatro podían sumarse a su fiesta. En la categoría parodistas, primero se debatió si estaba bien hacer una parodia para reír y otra para emocionar, y luego en qué orden presentarlas. En negros y lubolos, la inclusión de bailes de hiphop y los cortes en el sonido de las cuerdas de tambores fueron tema de discusión por considerarse “afrentas” a la memoria de los esclavos. En murga se debatió si era más válido el estilo de La Teja y su compromiso político que el de la Unión y su humor picaresco; si la Antimurga BCG era murga o si había que expulsarla del Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas. En los últimos 15 años hubo dos debates: murga tradicional vs. murga joven, y si había que limitar los minutos que un cupletero podía hablar, para que los conjuntos cantaran más.

En cada caso, lo nuevo se percibió como algo que venía a arrasar con lo anterior, un ultraje a la historia. Los defensores de lo tradicional fueron acusados de necios y refractarios a cualquier progreso. La polémica actual tiene una diferencia sustantiva con las anteriores: en esta participa la Intendencia de Montevideo con su intención de potenciar las políticas de género que se impulsan desde el Parlamento. Del otro lado, buena parte de los carnavaleros siente que se intenta eliminar una forma de hacer humor, a la vez que lo perciben como una censura.

La despedida 2017 de LG7, un conjunto al que siempre se destacó por su humor elaborado, se burlaba del empuje de la corrección: “Miralo al carnaval/ tan con su chiche nuevo/ dicen que hay cosas pa tratar en serio/ que no sé qué, también que no sé cuánto/ que si hago un chiste de esos/ se muere de espanto”. El texto también señalaba el cambio de espíritu que se está dando en febrero: “Se puso muy fifí y fue quedando fofa/ si te hacés el gracioso/ la fiesta se te enoja/ tenés que estar atento a lo que estás diciendo/ pa no ver la tarjeta roja”. Y remataba: “Carnaval/ pareciera ya no ser el lugar/ en que se tome licencia/ la ética y la decencia/ para dejarse llevar”.

Batería de Los Saltimbanquis. / Foto: federico gutiérrez

Uno de los autores de esa despedida fue Adrián Salina, histórico platillero y letrista de LG7, quien asegura que “hay una especie de censura moral sobre tocar ciertos puntos, y si tenés ganas de hacerlo, más vale que no salgas, o tenés que salir dispuesto a pelear. Hablamos del humor de brocha gorda, el humor de carnaval”. Para él, en el fondo hay un tema cultural: “La sociedad debería ser capaz de soportar un carnaval grotesco y aberrante. El clic es saber lo que es carnaval, que no es un lugar para ir a buscar valores; nunca lo fue. En todo caso, se está perdiendo el valor de ser lo suficientemente maduro para poder desdoblarse en un mes y en un ambiente, y tener el resto de las actividades con la otra cabeza”.

Christian Font es cupletero y letrista de Los Patos Cabreros y antes lo fue de Diablos Verdes, además de ser director responsable de Demimurga, conjunto que hoy no compite. Su reflexión va en un sentido similar al de Salina: “El pensamiento hegemónico me molesta en cualquier situación. Hay algo del humor de barrio que no busca satisfacer a colectivo alguno, que me parece que tiene que tener lugar, como lo tienen que tener las propuestas que deconstruyen. Eso hace la riqueza del género murga y del carnaval como expresión. Ahora hay una coyuntura muy favorable a deconstruir, que olvida la historia”. Según Font, se está ignorando “la naturaleza del ámbito carnavalero, que es la transgresión”.

Los Saltimbanquis. / Foto: federico gutiérrez

Por otro lado, Jimena Márquez, letrista de la murga Momolandia y de los humoristas Cyranos, dice que “el empuje de los temas de género trajo una modificación muy grande, sobre todo en el humor”, pero su valoración es positiva: “Hay un montón de temas que ya no nos permitimos ni nos interesa utilizar para hacer humor con ellos. Ha cambiado muchísimo el tratamiento de la mujer en carnaval y para qué se la usa en los espectáculos”.

“La corrección política le ha traído al carnaval una necesidad de trabajar más el humor, de sofisticarlo más, si ese fuera el término adecuado”, analiza Ana Laura de Brito, periodista del programa Colados al camión y que fue jurado alterno en el rubro Textos e Interpretación del carnaval 2012. “Antes no había pruritos a la hora de hacer humor, pero hay colectivos que en ese sentido son más vulnerables a la hora del estereotipo. El problema es entender que es gracioso burlarse de determinado estereotipo como forma de construir el humor”. Ella afirma que parte de la discusión es individual: “Se trata de ver cómo manejar esa hipocresía que todos llevamos. El humor es válido por su calidad y no por hacia dónde está dirigido. Se puede hablar con humor de los homosexuales, se pude hablar con humor de los obesos, de los políticos, pero hay que ver hacia dónde se enfoca”. De Brito ejemplifica: “Hablar de Luis Alberto Lacalle [en un espectáculo de carnaval] y decir que es borracho es usual, es fácil. Si lo criticás por la política es una cosa, pero si lo estás disminuyendo porque entendés que es alcohólico, en realidad es un golpe bajo. Cuando buscás hacer humor con un homosexual y lo caracterizás como un estereotipo que no es el real, tampoco me parece válido”.

Oficial

Según confirmaron desde la Intendencia de Montevideo (IM), el reglamento de Carnaval no cambió nada sustantivo para 2018, y el jurado no fue aleccionado para penalizar algún tipo de humor. La única novedad, según la directora de Cultura de la IM, Mariana Percovich, es que en diciembre el Parlamento aprobó la Ley Integral de Violencia Basada en Género. “Ahora hay una ley que no permite determinado tipo de violencia; si me siento agredida por un chiste que hacen y considero que me atacaron, tengo derecho a decirlo”, comentó. Además, remarcó que no hay objeciones a que se haga humor sobre ningún tema: “El punto, exactamente, es cómo se plantea”, señaló. Percovich citó el informe de la UNESCO Patrimonio, creatividad, cultura y género, escrito por la relatora especial de la Organización de las Naciones Unidas en derechos culturales, la activista iraní Farida Shaheed: “La concreción de derechos culturales equitativos implica que las mujeres y las niñas tengan acceso a todos los aspectos de la vida cultural, participen y contribuyan sobre una base de igualdad con los hombres y los niños. Esto incluye el derecho a determinar e interpretar el patrimonio cultural de manera equitativa; decidir qué tradiciones, valores o prácticas culturales deben mantenerse intactas; cuáles deben conservarse modificadas y cuáles deben descartarse por completo”. La directora de Cultura explica que de este texto se desprende que la tradición no alcanza para justificar un hecho cultural si en la práctica discrimina o denigra. “Esta es la reflexión y el debate en que estamos, y es algo que trasciende largamente al carnaval”, afirmó.

Milita Alfaro plantea que hay un público que disfruta del chiste grueso, pero que en general el público carnavalero “está bastante consustanciado con todas estas cuestiones que tienen que ver con el respeto a la diversidad y con la condena a la violencia de género. Todo eso está muy presente en la agenda social, y mucha gente se siente identificada. Y si en carnaval se dicen cosas que contravengan ese discurso, es bastante problemático”. Font reafirma: “Hay una especie de público que opera sobre el carnaval y sobre cualquier otra cosa, que es como la Stasi [Ministerio para la Seguridad del Estado alemán] de la moral y la moralina bienpensante, y donde te salgas de esa línea se te condena de inmediato”.

El temor a esa suerte de linchamiento público ha generado casos de autocensura. Lucas Pintos, director responsable de Cayó la Cabra, menciona un ejemplo: “Tal vez, cuando estamos creando tenemos una idea, pero después decimos: ‘Esto no, porque alguien se puede ofender’. Una vez, teníamos ganas de que un personaje dijera: ‘Abran los ojos, ustedes no quieren ver nada’, y que después de decir eso agarrara un bastón de ciego y se fuera. Después pensamos: ‘A alguien le va a afectar, y van a venir a decirnos...’ Entonces lo sacamos”.

Desfile de Carnaval, frente al Parque Hotel. / foto: CDF, s/d de autor

Diego Bello, hoy cupletero de Los Saltimbanquis y figura máxima del carnaval 2009, cuando hizo reír al público con una frase tan naíf como “vos no sos normal”, defiende la existencia de distintos tipos de humor: “Me parece buenísimo que existan distintas vertientes, y capaz en algún punto logran coincidir. Creo que tenemos que compartir escenarios y, definitivamente, el público es el que define”. Luego plantea que, como en otras discusiones, el paso del tiempo y la opinión de los espectadores va a llevar todo a un punto de equilibrio: “Va a pasar, como en muchas cosas, que después de un envión potente, el público mismo va a ir acomodando lo que está bien, lo que gusta y lo que no”.

Justamente Los Saltimbanquis tienen un cuplé sobre el “cupletero de los 80”, un emblema del humor de brocha gorda, interpretado por Claudio Rojo. Coro: “Parece noticia vieja/ que renunció el vicepresidente/ se hicieron todos los chistes/ pero fue un hecho sin precedentes”. Cupletero: “Queriendo aportar el mío/ y espero que a mal no se lo tome/ le dicen huelga de hambre/ porque seguro a escondidas come”. La murga lo acusa de irresponsable, de grosero, de caminar al borde del abismo y caer. Pero sigue. Solista: “No ha sido muy transparente/ el caso de nuestra senadora/ transfiguró varias firmas/ era una tránsfuga la señora”. Coro: “Que el final no deteriore/ la lucha que su figura encarna”. Cupletero: “Una mujer atrapada/ dentro del cuerpo de un gordo chanta”.

El personaje asegura que rinde bien porque de noche pasa “a whisky, mercas y trolas”, y que en Los Saltimbanquis siempre se respetaron los derechos de las minorías: “Se sabe que en esta murga/ se apoyó siempre a los travesaños”.

Niños disfrazados en el Carnaval de 1916. / foto: CDF, s/d de autor

Hasta que llega el punto en que el conjunto decide rehabilitarlo, le plantean “reformar su comicidad/ para que haga bien a la sociedad”. El mecanismo es darle picana, una descarga eléctrica cada vez que se arrime al doble sentido. Pero todo es imposible, el hombre no está dispuesto a cambiar. Allí su compañero de escena, justamente Diego Bello, hace la siguiente reflexión: “El diagnóstico es tajante, no habrá rehabilitación porque el cupletero de antes se entiende en su condición. Su época y circunstancia no se pueden repetir a fuerza y perseverancia. Pero no tenemos que olvidar su existencia y su legado, porque fueron mil noches de carcajadas desbordando los tablados”.

El tiempo y el público dirán si eso que suena a homenaje al cupletero de antes no es, también, homenaje y despedida a una forma de entender y de hacer humor.

Reglamento

El reglamento del concurso de carnaval hace una sola referencia al tipo de humor de los espectáculos, al definir el rubro Textos e Interpretación: “En este rubro se considerarán la calidad de todos los textos utilizados por los conjuntos, ajustándose a las definiciones y características de cada categoría, priorizando la sutileza, la picardía y el doble sentido por sobre lo grosero y lo soez, así como el espíritu carnavalero que es esencia del mismo”. También tiene dos referencias a la temática de género. La primera viene desde fines de la década de 1990: “El jurado podrá otorgar menciones especiales para componentes o técnicos destacados en las distintas categorías, las que pueden ser individuales o colectivas. Deberá tener en cuenta muy especialmente, al otorgar las menciones, el reconocimiento al mejor espectáculo que promueva la igualdad de género”. La segunda también viene de aquellos años, pero fue reescrita para este carnaval y establece sanciones económicas, entre otras medidas, para quienes utilicen animales vivos, hagan propaganda político-partidaria, utilicen los símbolos patrios, o para aquellos que hagan “alusiones o referencias agraviantes a la condición de género, grupo étnico o identidad sexual que impliquen una incitación al odio o fomenten violencia según la normativa vigente al respecto”.

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