La relación entre el sexteto Escalandrum –del que forma parte Daniel Pipi Piazzolla, nieto del compositor– y la cantante y actriz Elena Roger –que actuó en el exitoso musical Evita (2012) e interpretó a figuras emblemáticas como Édith Piaf y Mina Mazzini– surgió a partir de una mutua admiración, y de una grata experiencia compartida cuando se cruzaron por primera vez en un recital. Luego, el sexteto (integrado, además, por Nicolás Guerschberg, Gustavo Musso, Martín Pantyrer, Damián Fogiel y Mariano Sívori) y la cantante grabaron su primer disco, 3001 proyecto Piazzolla (2006), en el que buscaron reinventar 12 obras icónicas de uno de los compositores más importantes e innovadores del tango, como fue Astor Piazzolla. Esta noche, a las 22.30, el grupo se presentará en el festival Medio y Medio de Punta Ballena para dar comienzo a tres noches de conciertos. Por eso la diaria conversó con la cantante.
–En lo que tiene que ver con tus interpretaciones de Piazzolla, ¿de qué manera y con cuánta libertad te acercaste para proponer nuevas versiones?
–Las voy haciendo y repitiendo para quitarle la cáscara de lo que uno ya tiene escuchado. Imaginate lo difícil que es abordar el recitado de “Balada para un loco”, por ejemplo, que ya lo escuché miles de veces cantado por Amelita Baltar. Tengo que lograr que tenga un sentido para mí, y hay que imaginarse todo lo que tenés que contar. Los textos de Horacio Ferrer no son simples, todos son metafóricos y es necesario ponerse en el lugar del autor para tratar de entender qué quiso decir. Le tenés que poner imagen a todo, y es un repertorio muy actuado, que tiene temas maravillosos como “La bicicleta blanca”, que tiene una historia hermosa. “Balada para mi muerte” es increíble; Piazzolla y Ferrer murieron, pero escribieron el tema hace muchos años y estaban hablando de su muerte. En ese tema, las melodías de Piazzolla son un infierno, hay mucho arte ahí; los dos eran unos iluminados. Al momento de cantar el repertorio voy redescubriendo cosas y tratando de mirarlas de otra manera.
–Cuando escucho tu versión de “Balada para mi muerte” puedo sentir que estás al borde de las lágrimas. ¿Qué sentiste al grabarla?
–La canción se grabó en la primera toma, y fue la última que grabamos para el disco. En ese momento me invadió una gran emoción porque estábamos en ION [un estudio de grabación emblemático de Buenos Aires, donde grabaron músicos como Atahualpa Yupanqui, Andrés Calamaro, Aníbal Troilo y Piazzolla]. Ese día sonaba todo tan hermoso, y yo estaba sin auriculares, porque se había dado la magia de que yo escuchaba perfectamente lo que tocaban los chicos y podía cantar muy bien. Cuando empecé, pensé en las imágenes tremendas que transmite la letra y me emocioné muchísimo. Después estuve mucho tiempo cantándola, porque esa no era la toma más limpia. No era la toma de la perfección, pero sí la toma de la emoción. Al final, elegí esa porque me parecía que era inusual y creí que valía más lo auténtico.
–Hablando de lo auténtico, con Escalandrum grabaron el disco en un día y medio. ¿Hicieron eso para transmitir espontaneidad?
–Yo no grabé muchos discos, así que no puedo considerarme experta, pero siempre que grabo lo hago en más días. Ellos graban en menos tiempo porque, como tocan mucho e improvisan, cuando graban buscan lo auténtico. Cuando entramos al estudio por primera vez, les dije: “Voy a poner una voz de referencia. Si queda, la dejamos; si no, la regrabo”. Empezamos con “Pájaros perdidos”, y la primera toma salió linda, así que hicimos una más, la escuchamos y a los chicos les gustó y la dejaron. Como hacía tiempo que veníamos tocándola en vivo, ya los teníamos muy ensayados. Otros temas, como “Paraguas de Buenos Aires”, no los habíamos tocado en vivo, y entonces quise regrabarlos. En realidad, no terminé el trabajo en dos días, pero es verdad que 80% de lo que se escucha en el disco fue extraído de segundas tomas.
–¿Cómo surgió la colaboración con Escalandrum y el primer álbum?
–Al grupo lo conozco desde hace mucho. En 2003 conocí a Martín Pantyer –que toca el clarinete bajo– en una obra de teatro y él me habló de Escalandrum. Tocaban desde hacía rato y nunca los había ido a ver, pero me daban satisfacciones. En 2012, cuando estaba haciendo Evita en Broadway, ellos fueron a tocar al club de jazz Birdland para presentar el disco Piazzolla plays Piazzolla. La primera vez que los vi en vivo me encantaron; saludé a Martín, me presentó a Pipi y los invité a ver Evita. En 2014 me llamaron para hacer el repertorio de Mina, che cosa sei? en la apertura del museo Mar de Mar del Plata, pero los músicos que sabían el repertorio estaban trabajando en Buenos Aires y no podían ir. Entonces, al mánager se le ocurrió que lo hiciéramos con Escalandrum. Desde hacía tiempo yo quería cantar la música de Piazzolla, pero no podía encontrar la sonoridad que buscaba. Cuando los escuché me volaron la cabeza y me di cuenta de que ese era el sonido que estaba buscando. Para ese recital tocamos algunas canciones de Mina y otras de Piazzolla. Cuando nos encontramos para tocar no habíamos ensayado nunca juntos, pero en la prueba de sonido salió genial. Fue todo mágico. Después tocamos al aire libre para 3.000 personas y también fue increíble. Había algo en mi intuición que no fallaba, y sabía que teníamos que continuar con esto. Después de un año complicado, porque cada uno tenía sus proyectos, grabamos el disco y empezamos a girar. El año pasado hicimos giras internacionales y estuvimos en Oslo, en el festival de jazz de Canadá, Barcelona, Israel, París, Uruguay y Brasil.
–¿Qué le aportó Piazzolla a la música?
–Es un músico que hizo evolucionar el tango. Fue el primero que mezcló el tango con sus conocimientos de jazz y de música clásica. Fue el primero que tuvo que luchar con la rigidez de decir “el tango es esto”. Era muy criticado, y la gente le decía que no lo llamara “tango”, sino “música contemporánea”; así que después sacó un disco titulado Música contemporánea de Buenos Aires [1972]. Nicolás Guerschberg me contó que cuando fue a la fábrica de Yamaha, en Japón, en un piso tenían partituras de los mayores compositores de la historia: Händel, Bach... Entre ellos estaba Piazzolla. El chabón hizo historia en el mundo pero en Argentina, en su momento, no fue valorado. El Piazzolla que se veía en París era un tipo con una luz increíble, mientras que en las entrevistas que le hacían acá era más denso y oscuro; lo que pasa es que cuando venía a Buenos Aires tenía que luchar con un montón de estructuras, en cambio, se iba a París y era libre.