Esta peliculita británica, que costó menos de seis millones de dólares, fue concebida originalmente para ser lanzada directo en DVD y video a demanda, con el título In the Deep. A mediados de 2016, sin embargo, la estadounidense Entertainment Studios compró los derechos de la obra, canceló aquel modesto plan previsto y la programó para exhibirla en cines en el verano (boreal) de 2017. Fue una demostración de olfato comercial y tuvieron suerte (por ejemplo, con el prestigio que ganó Mandy Moore con la serie This Is Us, difundida desde fines de 2016). Nadie habría previsto la magnitud del éxito: recaudó más de 60 millones (es decir, diez veces el costo de la realización) y todavía falta la taquilla del hemisferio sur, donde recién está siendo lanzada. Esto implica más público que casi todos los títulos independientes de alto perfil de 2017 (incluyendo a algunos oscarizables, como Tres anuncios para un crimen, Lady Bird y La forma del agua), con las excepciones de ¡Huye! y Las horas más oscuras. Tanto es así que ya se prepara una continuación, anunciada como 48 Meters Down.
Los diálogos son pobres y los actores habrían tenido que ser geniales para arreglarse con ellos. Uno desearía que la película omitiera todo lo que parece cumplir la función de que parezca mejor que lo que es: algún simbolismo muy choto (Kate asusta en la piscina a Lisa y esta deja caer su copa de vino, que se desparrama en el agua, lo que alude a la sangre que vendrá más adelante), o el intento de delinear los personajes de las protagonistas, dos hermanas, jóvenes y yanquis, que están haciendo turismo playero en México. Es interesante, para el desarrollo de la acción, eso de que Lisa sea insegura y Kate intrépida, pero las situaciones y los parlamentos del prólogo para exponernos eso y generarle un mínimo de antecedentes a la acción central son burdos (tipo: “Lisa, estamos en México, y vos y yo somos las únicas personas que no estamos en la noche”; corta a terrible fiestonga tropical donde un montón de personas jóvenes, bonitas y bien vestidas bailan divertidísimas, con los brazos en alto y en cámara lenta, al sonido de una canción pop bobota). A veces es mucho más digno asumir la propia precariedad conceptual y pasar directo a la acción.
Las hermanas deciden hacer una excursión marítima que ofrece una zambullida en una jaula desde la que podrán apreciar a los muchos grandes tiburones blancos que infestan la zona. El negocio es sumamente precario, probablemente irregular, y, aunque Lisa tiene altas dudas antes de entrar en la jaula, uno no puede dejar de sentir que son medio tontas al meterse en ese lío (incluso es tonto que se suban al barco sin testigos ni recibo alguno: perfectamente podría ser una trampa para secuestrarlas). En fin: la grúa del barco se rompe y la jaula cae hasta el fondo del mar, a 47 metros de la superficie. A ellas les queda sólo una horita de oxígeno en los tanques, la comunicación radiofónica con el barco es complicada, los voraces escualos acechan a su alrededor y el riesgo de salir de la jaula es aun mayor porque el ascenso debe ser pausado, para evitar embolias potencialmente letales.
El planteo es interesante, sobre todo para quien sabe poco o nada de buceo: quienes sí saben han insistido en una serie de errores respecto de cuánto tiempo de oxígeno les habría quedado a Kate y a Lisa, qué ocurriría con su salud en esa situación, de qué modo hay que lidiar con los tiburones, cuál es el protocolo de rescate y cómo es posible que las hermanas puedan comunicarse (cómo se transmite la señal de una a otra y cómo hacen para escucharla si no tienen nada parecido a auriculares).
Hay que hacer caso omiso de todo eso y vivir la película desde un mundo con las reglas planteadas por la propia narrativa. En esas condiciones, hay situaciones originales, así como un efectivo trabajo de filmación subacuática y de efectos especiales, y da para pasar un buen rato.
Casi toda la acción tiene lugar bajo el agua. Hay escollos, esperanzas que se frustran, pequeños progresos. Salvo los conocedores de buceo que se sientan bloqueados por los errores o quienes tengan un sentido crítico destructivo respecto de los diálogos malos, supongo que todo el mundo sufrirá golpes adrenalínicos y sentirá miedo y angustia, en especial quienes sean especialmente sensibles a algunos de los miedos primarios que esta anécdota maneja.
Hay un recurso narrativo interesante: se generan dos finales distintos, uno sensacionalista y otro más naturalista; uno piensa que todo se acabó, y resulta que no. No me puedo explayar para no quitar la sorpresa, pero el recurso genera un efecto de frustración (positivo en el contexto de una película de suspenso y miedo). La película es muy menor y bastante mala, pero verla no es tiempo totalmente perdido.
A 47 metros (47 Meters Down), dirigida por Johannes Roberts. Reino Unido, 2016. Con Mandy Moore, Claire Holt, Matthew Modine. Movie Montevideo.