Ingresá

Matar a Jesús.

Un panorama latinoamericano

6 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

En la noche inaugural del 21er Festival Internacional de Punta del Este fue homenajeada la familia Barreto, representada en la ocasión por el nonagenario y siempre vigoroso patriarca Luiz Carlos Barreto, su esposa Lucy y su hija Paula. Las decenas de películas que produjeron incluyen hitos del cine brasileño como Tierra en trance (Glauber Rocha, 1967) y Doña Flor y sus dos maridos (Bruno Barreto, 1976). Remitiendo a una categoría de Roberto Rossellini, Luiz Carlos abogó por un cine útil y no fútil. Su manera de entender esa utilidad, sin embargo, es distinta de la del italiano, ya que, terminada la etapa cinemanovista, los Barreto se vienen asociando a un cine de “calidad” entendida como narrativa clásica, valores de producción y asuntos con un ostensible valor cultural, expresamente destinado a un público masivo, y así han construido la más poderosa productora cinematográfica de América Latina.

Corte clásico

El festival abrió con una producción Barreto, João, o maestro (Mauro Lima, Brasil). Es la biopic del gran pianista João Carlos Martins (nacido en 1940) y supera los problemas habituales de ese género al concentrarse en la personalidad compulsiva del músico, en un retrato singularmente poco complaciente (teniendo en cuenta que Martins participó activamente en el proyecto), valorizado por las tremendas actuaciones de Rodrigo Pandolfo y Alexandre Nero, que interpretan al personaje, respectivamente, en la juventud y la madurez. Una de las seis semanas de rodaje se hizo en Uruguay: esto incluye una extensa secuencia que transcurre en este país, pero los montevideanos podrán reconocer también, presuntamente en Bulgaria, nuestro edificio de la Aduana y el estudio de Sondor.

En El último traje (Pablo Solarz, Argentina/España), Miguel Ángel Solá interpreta a un nonagenario argentino que la película describe, en forma cómica pero aparentemente cómplice, con algunos de los estereotipos de lo judío: tacaño, astuto, manipulador, orgulloso, sentimental, tribal. Decide regresar por primera vez a su Łódz natal, adonde no iba desde 1945. Su intención es reencontrarse con el amigo de la infancia que le salvó la vida en aquel entonces, y de quien nunca más tuvo noticias. Abraham aterriza en Madrid y hace en tren el resto del recorrido a Polonia, con una serie de contratiempos que ayudan a rellenar el metraje y motivan situaciones que construyen una dinámica de road movie. Durante el periplo conoceremos su historia y datos punzantes sobre sus padecimientos durante el dominio nazi. La anécdota se basa en el recurso medio empalagoso de hacer que todos los que se cruzan con Abraham decidan pasar por alto su antipatía, le adivinen virtudes y lo quieran lo suficiente para, además de ser gentiles, desear pasar tiempo con él, ir a despedirlo a la estación, esforzarse en convencerlo de que está equivocado en algo, o incluso pedir licencia en el trabajo a fin de llevarlo en auto de una ciudad a otra. El asunto del Holocausto es escasamente novedoso, pero no por ello deja de mover sentimientos con todas sus implicaciones terribles, y además el film lidia con los recuerdos lejanos, los seres queridos perdidos, la condición anacrónica de la vejez, y el reencuentro tras una separación larguísima. Fue quizá la película con más público en lo que va del festival, y la más masivamente aplaudida. Está previsto su estreno a la brevedad en la cartelera comercial.

Ausencia (Claudio Marcone y Liu Marino, Chile) está centrada en el triángulo amoroso entre la chilena Carmen Arriagada, su marido el alemán Eduard Gutike y su amante el dibujante bávaro Moritz Rugendas. Las más de 200 cartas de Arriagada a Rugendas son una referencia fundamental para la historia de la vida privada y de la mujer en una colonia española del siglo XIX. El ritmo es contemplativo, y el tono, relativamente seco. Hay escenas muy interesantes (el día en el campo junto al cazador, y sobre todo el diálogo entre Gutike y el intendente Concha). Los preciosistas planos paisajísticos, aunque poco tienen que ver con el estilo de Rugendas, pueden ser una alusión a su interés por la naturaleza, o expresión lírica de los sentimientos de Carmen. Quizá los abundantes desnudos de la bella actriz Daniela Ramírez busquen expresar visualmente las pulsiones eróticas de Arriagada, pero su estilo delata el origen del director Marcone en el cine publicitario.

Fantasía

En ...y de pronto el amanecer (Silvio Caiozzi, Chile), un escritor, ausente desde 1973, regresa, pasados más de 40 años, a las islas patagónicas de Chiloé, donde nació y creció. Su reencuentro con algunos viejos amigos y con ese contexto a la vez familiar y extraño se va alternando con las imágenes del libro que va creando, mezcla de imaginación fantasiosa y flashback. La idea es interesante, y la acumulación de situaciones termina por transmitir en forma muy convincente una sensación de lo vivido, la nostalgia, lo irrecuperable y el acopio de recuerdos que es el principal encanto de la película. Todo eso queda comprometido por el tono “poético” de los episodios, situaciones y parlamentos, acentuado por el estilo teatral de las actuaciones y la música dulzona y sobreexplicada. El señor lunático que se obsesiona con tomar el sol en sus manos parece una idea de Eliseo Subiela, y es medio primaria la retórica de oponer al poeta romántico, vital y enamorado con el milico frío, seco y malo. Tenemos que simpatizar con el intrépido amante que, en tren de hacer un gesto romántico inconsecuente, pone en riesgo su vida y las de por lo menos tres personas más. El estilo visual es rebuscado, dramatizando incluso los gestos más sencillos (Pancho habla por el celular y la cámara gira a su alrededor; Luciano se levanta de la silla y la cámara se le acerca desde abajo, mostrándolo en un majestuoso contrapicado).

En Averno (Marcos Loayza, Bolivia), una sencilla tarea asignada al lustrabotas Tupah (ubicar a su tío músico para que toque en un entierro) da pie a un periplo fantástico, en el que se cruzan elementos de la mitología aymara y la cultura de masas, tribus urbanas de delincuentes, rutinas de los bares de La Paz, catolicismo e historia. Aparte de buenos momentos de humor y del interés que pueda tener el ejercicio mítico/surreal/absurdo, es interesante ver ese tipo de juego narrativo asociado a un pibe de un barrio marginal. La fotografía es muy cuidada, y la dirección de arte, elaboradísima (algunos de los interiores recuerdan instalaciones artísticas). Hay un complejo juego de símbolos y motivos que se repiten. Todo el trabajo de posproducción sonora, creativo y técnicamente excelente, fue hecho en Uruguay (el diseño de sonido es de Federico Moreira, y la música es de Gabriel Estrada).

Alternativa e invención

El estilo de Matar a Jesús (Laura Mora, Colombia) tiene puntos de contacto con el cine bruto de José Campusano: actores no profesionales, cámara en mano, ámbito marginal, crudeza en el enfoque. Un hombre es asesinado en la calle delante de su hija, estudiante universitaria. Ella alcanza a ver al sicario que se aleja en moto y logra reconocerlo cuando se cruza con él meses después. Decide acercársele para buscar una forma de vengarse. Al actuar como la casi novia de Jesús, sin embargo, ella se termina sintiendo un poco como tal (en un vínculo más afectivo que erótico). Las actuaciones y los diálogos son rústicos, pero el físico y el acento de las personas filmadas rinden una autenticidad muy difícil de emular por actores, y hay mucha fineza psicológica en el trazado del vínculo entre Paula y Jesús. El film es tironeado entre el horror de la violencia y el imperativo ético de contemplar la humanidad del criminal. Hay momentos muy poéticos en traslados en auto, moto o bicicleta, y en la visión de Medellín desde los cerros que la rodean. El uso del sonido es tremendamente creativo (cuando Paula reconoce a Jesús en un baile y entra al baño, la música bailable se detiene en un loop fortísimo hasta que ella vomita, y de pronto regresa a su papel de ambientación sonora naturalista). Hay un toque de manifiesto estético en el hecho de que Paula sea fotógrafa (y sus fotos “ven” tanto a su padre como a Jesús) y en la clase universitaria sobre arte latinoamericano y política. Una película poderosa, valiente, que se juega por una estética totalmente apartada de lo televisivo, realizada con inteligencia y creatividad.

Bio (Carlos Gerbase, Brasil) es una pequeña obra maestra. El título refiere a que es la biografía (ficticia) de un biólogo nacido (como Gerbase) en 1959. La película se concentra en momentos localizados (uno o dos por década de vida), cada uno contado por tres personajes que miran a la cámara, como si fueran entrevistas. Esos personajes nunca se repiten, y la mayoría de la película consiste en sus “cabezas parlantes”. En cada episodio, el relato oral se va alternando en forma ágil entre sus tres narradores, que nunca interactúan ante la cámara. Esa estructura bastante estricta se ve constantemente intervenida por algunos flashbacks visuales y/o sonoros, habitualmente muy breves (y que casi nunca transgreden el principio de que haya una sola persona en pantalla por vez). Muy ocasionalmente, los flashbacks muestran algún aspecto de la historia que se está contando, predomina ampliamente la descripción oral, y jamás vemos al biólogo del que se habla. Al igual que en las entrevistas documentales de Eduardo Coutinho, el espectáculo se bifurca: imaginamos la historia narrada en forma oral, y vemos el festival de rostros y expresiones de quienes cuentan. La biografía tiene, como todas, unos pocos elementos excepcionales y una masa de ocurrencias prosaicas: la fascinación de lo cotidiano bien hallado y contado, alternada con aspectos bizarros, absurdos, bienhumorados, emotivos. Todo ello connotando un enorme placer en el narrar, en contar historias. Aparte de esos elementos, vale acompañar los componentes paramétricos de la realización (los valores de planos, la ubicación de los personajes en la pantalla, las inserciones visuales y sonoras, las apariciones mudas de personajes de un episodio en el otro, las maneras en que a veces los tres personajes que narran están en sincro –es como si se escucharan el uno al otro y se fueran complementando–, pero a veces no, y entonces tardamos en entender qué vínculo tiene lo que cuenta uno con lo de los otros dos (otro factor más de actividad espectatorial). Es una felicidad encontrar en el cine latinoamericano una película como esta, radicalmente creativa y realizada en forma tan magistral.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura