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Rosina Gil. Foto: Filipi Escudine

Una criolla en el Sol

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Rosina Gil es un ave camaleónica que cambia de ciudad tras vuelos ligeros y transforma su tonalidad dependiendo de la experiencia contextual del momento. Mudanzas, escenarios y movimientos oscilan alrededor de un único objetivo: continuar su dedicación a la danza. Luego de un mes de ensayos en Montreal y de haberse aprendido la coreografía, enviada por video, en su casa en Río de Janeiro, se incorporó este mes en Estados Unidos a Volta, el espectáculo con el que se convierte en la primera uruguaya en formar parte del Cirque du Soleil.

Desarrolló su práctica desde temprano en la infancia; con seis años hacía expresión corporal, a los ocho ingresó a la Escuela Nacional de Danza, que siguió hasta los 16, cuando empezó a trabajar como bailarina, y llegó a desempeñarse como primera bailarina del Ballet Nacional del SODRE. Bailó y estudió en España, Paraguay y Estados Unidos, y en 2011 fue elegida por críticos especializados como una de las 100 mejores bailarinas del mundo.

En 2008 ya había trabajado para el Cirque du Soleil, pero en un evento específico, que sirvió para que quedara en una base de datos. En esta oportunidad el Cirque du Soleil buscaba una bailarina clásica con características histriónicas: “Mandé dos videos, uno con la parte de actuación y otro con la parte técnica del ballet. Fui pasando por etapas de selección hasta que me eligieron”. Volta –el espectáculo fue noticia en estos días por la trágica muerte en escena de un acróbata– se inspira en la sensación de los deportistas extremos de desafiar las convenciones de lo establecido. “Me toca un acto que se llama flatland, que es una disciplina en BMX, en las bicicletas, y se fusiona con el break dance; es un dúo. Mi compañero utiliza la bicicleta y yo hago lo mismo desde el lenguaje del ballet”, cuenta.

Asegura que le gustaría traer a Uruguay los conocimientos que está adquiriendo, y que tiene un espectáculo en mente para debutar como coreógrafa después de la experiencia con el circo. “Por las noches estoy escribiendo y buscando información. Hacerlo allá sería mi sueño, y si después lo puedo llevar al mundo, mejor. Esa sería mi próxima meta”, dice. la diaria aprovechó un corte entre sus extensos ensayos para conversar con la bailarina desde la carpa montada en Tampa, Florida.

–Venís de bailar con la compañía de Deborah Colker, en Brasil. ¿Cómo fue esa experiencia?

–Fue súper intenso, y vivir en Río de Janeiro también. Lo que más me gustó fue trabajar desde cero para el último espectáculo de ella, Can sin plumas, leer el poema, poner puntos de vista en común y hacer improvisaciones. Fue un cambio muy enriquecedor, porque yo siempre había hecho más que nada ballet, y tuve que aprender danza contemporánea. También había una pared de escalar y una rueda gigante donde teníamos que bailar; fue necesario que me animara a lo nuevo no sólo desde lo creativo, sino también a nivel físico.

–Es muy diferente al plano de representación que se trabaja en el ballet clásico.

–Sí, las historias que se trabajan, los temas, son muy diferentes. En el ballet casi siempre aparece lo romántico o la realeza, las princesas, el cisne, mundos fantásticos, mientras que en el contemporáneo se abarcan temáticas o mundos actuales, más reales. Yo no me puedo sentir identificada con lo que siente una princesa: nunca viví en un castillo, nunca pertenecí a la realeza. En Can sin plumas se habla de la miseria del ser humano, de lo que debería ser inadmisible, como, por ejemplo, que la gente no tenga agua en las favelas; trata de la crueldad de lo real: no hay nada de mágico o de fantasía. También me tocó hacer el protagónico de Belle, sobre una mujer que practica la prostitución por placer. Eso significó meterme en otros roles, en otra cabeza.

–¿Cuál es la temática en Volta?

–El personaje principal nace con el pelo azul y por eso sufre bullying. Tiene plumas, entonces los niños se ríen de él. Mi personaje es la madre, que es bailarina; ella le plantea que él es hermoso de la manera que es y le demuestra que en la danza encontró una manera de sentirse especial. De alguna manera, es lo que me pasó a mí. Cuando era chica se reían de mi nariz, y cuando empecé a hacer danza vi una forma de encontrarme única, feliz y bella haciendo lo que estoy haciendo.

–¿Hay mucha diferencia entre el acondicionamiento físico del ballet y el entrenamiento con Deborah?

–Se fue incrementando, porque el ballet nunca lo dejé. Sí quise seguir sumando otras disciplinas, como el hip hop. Deborah lo propuso porque quería agregar cambios de dinámica en los movimientos, utilizar en el espectáculo lo que podría considerarse una evolución de la danza hoy. La danza de la calle, que ha llegado a niveles de excelencia.

–¿En el circo cómo funciona?

–Acá intento continuar ese camino de aprendizaje y no esperar a que nadie me dé las direcciones de lo que tengo que hacer; es un poco autodidacta. Igual, también hay entrenadores que te hacen rutinas específicas para determinadas piruetas que querés hacer. Aparte, están abiertos a que se aprendan nuevas disciplinas, por ejemplo, aéreas; hay unas chicas que hacen bungee, que usan arneses en los costados de las caderas y suben y se agarran de un trapecio. Todos mis compañeros acá practican más de una disciplina, eso es una característica de los artistas circenses.

–¿La edad en las bailarinas clásicas determina el curso de su carrera?

–Depende mucho de vos, de cómo te mantengas y del grado de excelencia que quieras compartir con el público. [María Noel] Riccetto está al cien por ciento y tiene 37. Va en cómo te manejes y hasta cuándo quieras bailar clásico. Yo ahora tengo 34 años, pero ya desde antes tenía una inquietud por bailar e interpretar otro tipo de personajes. Cuando estábamos en el SODRE hicimos Un tranvía llamado deseo y fue un pie para que me diera cuenta de que quería hacer personajes de gran complejidad y contar otro tipo de historias que me permitieran moverme de otra forma.

–¿Cómo ves los últimos años del Ballet Nacional del SODRE?

–Desde que llegó Julio Bocca la gente empezó a ver los espectáculos, hay bailarines uruguayos que están en altos niveles. Acá [en Tampa] hablo del SODRE y la gente sabe de qué estoy hablando; eso antes no pasaba.

–¿Cómo influye la experiencia en el circo en tu proyección como coreógrafa?

–Ver que un proyecto a gran escala es posible, es motivante y te permite pensar que puede ser real. Me pasó cuando vi la sede central del circo, una máquina gigante con un montón de pisos en el que en un piso están los creativos, en otro los vestuarios, los músicos, y la cantidad de castings que hay alrededor del mundo. En Volta hay artistas de 25 nacionalidades.

–¿Se pierde la sensación de nacionalidad al vincularse con gente de lugares diversos?

–Sí, totalmente. Acá es como una familia, estás todo el día, viajás, dormís en el mismo lugar. Además, es algo que percibo desde hace un tiempo: sí, tengo un sentimiento, soy uruguaya, pero todos somos de todos lados. El lenguaje es importante también; todos hablan en idiomas diferentes e intentamos comunicarnos.

–En ese sentido, el lenguaje corporal y la danza colaboran. Por ejemplo, en el Cirque du Soleil no se usa la palabra en los espectáculos.

–No, es todo corporal. El chico con el que bailo en el dúo es japonés; durante los ensayos en Montreal fue fascinante observar cómo él se relacionaba con el coreógrafo, como trataba a su intérprete, cómo se vinculaba conmigo. Lo compartí con él, le dije que su manera de ser y su cultura eran una forma más de aprendizaje.

–¿Pensás que es más importante la disciplina que el virtuosismo?

–Sí. Si vos no tenés disciplina todo se evapora; es muy difícil llegar a un nivel técnico alto y es muy fácil perderlo. No podés dejarte estar. Es algo de todos los días; si te dejás estar las cosas se desvanecen. Eso me lo enseñó Giovanna Martinatto, primera bailarina del Ballet del SODRE, que ahora se retiró. Me acuerdo de muy chica escucharla decir: “La persistencia es lo más importante”. Yo lo veía en ella: todos los días hacer las clases, todos los días levantarse temprano, y ahora, más que nunca, lo estoy viviendo en el circo. Tengo que estar continuamente generándome esa disciplina. Todo depende de una, y eso lo estoy viendo ahora, de grande, porque en el ballet vos siempre tenés tus profesores, tus maestros, y podés decir este maestro no es tan bueno o este no sé qué, pero eso es mentira: después te das cuenta de que lo que importa es uno mismo.

–¿Eso lo ves reflejado en tus nuevos compañeros?

–Totalmente. Parecen superhéroes. A veces me pregunto cómo es posible que uno camine en un hilo a diez metros de altura. Y sí, es posible. Son todos seres humanos. Es tu mente la que hace que llegues a hacer cosas que parecen imposibles; sos vos la que lo hace posible, pero tenés que creer en eso y estar dispuesta a tener esa disciplina. Ante la frustración, nunca hay que parar de intentar.

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