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Imperfecta, pero absolutamente necesaria

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En la tapa del libro: el óleo Autumn Zephyr (“Céfiro otoñal o de otoño”), de Catherine Abel, la pintora autodidacta australiana nacida en 1966 que creyó conveniente actualizar, con sus mujeres angulares y seductoras, el estilo art déco de la polaca Tamara de Lempicka. La operación editorial no es inocente. Con Una imagen perfecta, el volumen de Dorothy Parker (1893-1967) que tenemos entre manos hace algo tan tentador como evitable: aggiorna sus twenties obligándolos a tener la textura no ya de Lempicka –contemporánea de Parker–, sino de Abel, nuestra contemporánea. La operación editorial parece interesada en crear un puente entre Parker y nosotros que la vuelva atractiva, descifrable, legible, idea que mantiene el prólogo de Rosario Peyrou: “Maitena, la dibujante argentina, dijo en una carta supuestamente dirigida a Dorothy Parker, que sirvió de prólogo a una edición de las obras completas de la escritora: ‘Yo te acabo de descubrir. Y me alegra haber tardado tanto; si te hubiera leído mucho antes tal vez nunca habría dibujado mis historietas de mujeres. Tú ya las habías escrito’”. Si el futuro lector se había saltado la referencia a Catherine Abel, Maitena lo está esperando para tranquilizarlo, porque más que una semidesconocida poeta, escritora, crítica teatral y literaria de medios como Vanity Fair, Vogue o The New Yorker en sus momentos de gloria, Dorothy es la Maitena de los años 20. Lo dice la propia argentina, ¿y quién podría desconfiar de quien supo definir los vicios y virtudes de la mujer rioplatense tan agudamente como ninguna?

Antes de leer una palabra de esta estadounidense de pluma y lengua afiladas, ya se dijo mucho al lector: en primer lugar, que Parker necesita filtros, texturas, imágenes contemporáneas para entenderla; una operación que hace agua por varios lados. Quizá nos diga también –y esto la descorazonaría o la haría desternillarse de risa, con ella nunca se sabe– que el fin de sus derechos de autor fue, sin otra cosa que la sostuviera, el principal estímulo para su publicación: una nueva autora freebie (algo que nos es dado sin pagar por ello, en general como marketing de productos) que mantiene de la lógica freebie el poco valor agregado y, además, un desacomodo temporal (las siete décadas que nos separan de ella). Quizá esta última hipótesis sea sólo desmesura y sobreinterpretación, pero nuestra escritora jugó siempre con ambas cosas y, como pequeño homenaje, quise también jugar aquí.

Tras un prólogo que nos relata su periplo vital (la escritura, sus maridos, su militancia por los derechos civiles, sus vicios) y nos asegura, tranquilizándonos, que “Parker no hace concesiones, sus retratos de hombres y mujeres son igualmente inclementes y nunca cae en la idealización ni el en maniqueísmo frecuentes en cierta literatura femenina de fines del siglo XX”, y que cierra con “el gran crítico Edmund Wilson” y su (in)satisfactorio homenaje –“Ella no es Emily Brontë ni Jane Austen, pero ha superado muchos dolores para escribir bien, y ha puesto en lo que ha escrito una voz, un estado de ánimo, unos pocos momentos de experiencia humana que nadie más que ella ha expresado”–, llegamos a Parker en la traducción de Pilar Puig (en general correcta, salvo por algunos errores que comprometen la lectura, como el cambio en la primera línea del relato “El señor Durant” de “diez días” por “diez años”).

La antología incluye 11 relatos, escritos entre 1922 y 1938, que sintetizan eficazmente las variantes de ese humor corrosivo que hizo de la escritora la “mujer más ingeniosa de Nueva York”, pero también el entramado de fineza compositiva (la palabra que se implanta como instrumento quirúrgico, que penetra la trama y la transforma, que es siempre centro) y de hiperelaboración de historias comunes (una mirada extrañada se instala en ellas para transformar lo usual en otra cosa, algo que fue tachado, sin fundamento, como tendencia a “temas estrechos”). La edición de Banda Oriental se abre, como la colección de relatos completos de Penguin Classics, con “Una imagen perfecta” (Such a Pretty Little Picture, 1922), aunque no se mencione el texto de referencia, los títulos originales o los años y revistas en que fueron publicados. Se mantiene así, felizmente, la entrada al universo parkersiano por ese cuadrito familiar tenso, esa “bonita imagen pequeña” (la traducción al español cubre con un término categórico la pequeñez y patetismo del original) que esconde, desde una oprimida óptica masculina, microviolencias familiares y supremacías: el relato de un hombre inútil (no puede arreglar nada en su casa) que “empieza a pensar que algo afeminado debía existir en su falta de interés por aquellas cosas” y sueña, estérilmente, con una fuga. A esta sátira, contenida y fría, sobre la pacífica vida en los suburbios, la felicidad hogareña, la masculinidad segura, la feminidad sometida y el amor paterno, le seguirán otras más o menos violentas, siempre ingeniosas, sobre el racismo solapado de las clases pudientes (“Arreglo en blanco y negro”), los mecanismos que envuelven al alcoholismo (“Una rubia imponente”), la soledad y el ansia (“Una llamada telefónica”, uno de los mejores de la colección), las miserias que ciñen la caridad de la adopción (“El pequeño Curtis”), la violencia del aborto (“El señor Durant”). Dorothy hincó un diente militante a usos que pocos se atrevían siquiera a mencionar, como señala Regina Barreca, la guerrera prologuista de la edición de Penguin, con el añadido de que “cuando Parker va por la yugular, es generalmente una vena que contiene sangre azul”. Cierra la antología “La liga” (“The Garter”), una de las muestras más contundentes del estilo punzante y obsesivo, y un monólogo sobre un tema microscópico –la ruptura de la liga de un personaje llamado Dorothy Parker en una fiesta– que le permite trabajar la obsesión, la construcción de la propia imagen, la libre asociación, el peso de cada una de las palabras. La cita es larga, pero lo vale: “¿Qué se debe hacer en un caso como este? ¿Qué hubiera hecho Napoleón? Tengo que mantener la cabeza fría. Tengo que ser práctica. Tengo que tramar un plan. Tengo que evitar el pánico a toda costa [...] Lo único que se me ocurre es quedarme sentada aferrada a la media para que no se me deslice por el tobillo. Sólo permanecer sentada, sentada, sentada. Es un futuro prometedor. Vendrá el verano con todo su brillo, el amargo otoño, y el viejo y alegre rey del invierno; y yo voy a estar aquí sosteniendo esta maldita cosa. El amor y la fama me pasarán por el costado, y nunca conoceré la sagrada y maravillosa alegría de sostener un cuerpo caliente y diminuto en mis brazos agradecidos”.

La publicación en Uruguay de esta antología es más bienvenida por lo que contiene (las tramas intensas y desesperadas y la garra de su escritura) que por lo que excluye (otras tramas intensas y desesperadas, el fraseo original). Banda Oriental ofrece a los lectores una prosa nueva para el ámbito hispanohablante –ya que su narrativa se conoció completa por Lumen, en 2003, y su poesía por Nórdica, recién en 2013–, de una de las más sólidas escritoras que parió Norteamérica.

Una imagen perfecta, Dorothy Parker Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2018. 155 páginas.

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