Un recorrido intenso: actor, director y dramaturgo, Villanueva Cosse nació en Melo en 1933, estudió en la escuela de El Galpón y en la del legendario francés Jacques Lecoq. En 1972 se radicó en Argentina, y desde entonces ha realizado unos 60 montajes en Buenos Aires y Montevideo, además de participar en casi 20 films, y en series como Los simuladores, Mujeres asesinas y Epitafios.
“Es muy raro, uno nunca se pensó como ciudadano ilustre, o ciudadano a secas”, dice, al recordar la distinción que recibió del intendente de Montevideo hace unos días. “En el fondo, traté de darle importancia al asunto, que la tiene, pero me preguntaba, ¿me emocionaré? Y me emocioné”. Allí estaba su hija, Carolina Cosse, ahora ministra de Industria: “Me gustó tenerla al lado”.
A veces, sin embargo, se “empequeñece” delante de sí mismo: “Son ataques de inseguridad. Allá en Buenos Aires la competencia es feroz, y algo que yo nunca pude ser es sectario. Y nunca pensé que el teatro fuera patrimonio de una iglesia. Frente a esa lucha, yo soy de la iglesia que, en ese momento, entiendo que es mejor para la obra. Hay veces que digo ‘tengo que aplicar realismo’. Y otras son momentos de realismos sublimados. No sé si se da en todos lados, pero Buenos Aires es pendular, reactiva. La época de los teléfonos blancos en el cine, que le llamaban la época de oro, era detestable. Para mí los estilos funcionan como un gran bazar, y uno tiene varias casas para decorar”.
A casa con Brecht
Volver a El Galpón “implica mucho”, desconfianza por las “segundas partes” incluida. “Yo soy alguien que duda mucho, que se critica mucho. Sería el peor espectador de mí mismo. Y por eso no me gusta verme en el cine ni en la televisión. Y tampoco voy a mis estrenos, porque estoy amordazado y vendado, no puedo hacer nada. El estreno para mí es una instancia tóxica, es la primera función, todo el mundo está nervioso, tenso. Y justo me sumo a la segunda, que siempre es la que cae. Así que es un desastre”, admite Villanueva Cosse, riendo.
Esta vez, su patrón de búsqueda se basó en cómo lograr un ejercicio de contradicciones, a partir de una obra que define como política. Le gusta lo que vio en los últimos ensayos “porque se logró otra cosa”, pero eso llegó después de un proceso muy complejo: “Se trata de 25 personas que tienen 25 horarios distintos, y eso implica una tarea de brujo que yo nunca solucioné. He tenido cuatro o cinco intervenciones urticantes, con respecto a cómo debe hacerse teatro, y todos me dijeron ‘qué bien que estuviste’, pero al día siguiente se dio exactamente lo mismo. Hace dos o tres días empecé a ver que se parecía a un ensayo, y que se estaba pareciendo a eso brumoso que tenía en la cabeza. Y lo que veo es algo que tiene ritmo, sobre todo desde el punto de vista de las luces. Es algo que está claro. Como si la obra te cantara las cuarenta. No te va a solucionar la vida pero te va a acercar un material para que te interese”.
Al desacralizar la escena, Brecht desafió a ser conscientes de la sociedad en la que se vive, explorando las variantes del sometimiento y el odio de los opresores. Para Arturo Ui, la parodia que escribió en 1941 como retrato del ascenso de Hitler, Cosse cree que el dramaturgo alemán utilizó el mundo del hampa “porque tiene ciertas reglas y mecanismos de funcionamiento que son similares a las lógicas mafiosas de la política. Son sistemas de poder. Por ejemplo, si leés a Shakespeare, el Duque de Buckingham tiene relaciones con Ricardo III que son del tipo de las de Hitler dándole la mano al que mañana estará muerto. En la saga de los reyes, al íntimo amigo de Falstaff él lo deshereda de la amistad en tres páginas. Así se descubre que Shakespeare es el primer estructuralista de la historia: la estructura es lo único que importa, no los pobres seres humanos. Hamlet no es el centro: ¿no llega a concretar el asesinato por la duda o por su ambición extrema? Había un profesor de literatura que nos decía que cuando Hamlet tiene el puñal, teniendo en cuenta que es un hombre renacentista, y que el puñal forma parte de la mano, ¿por qué no lo mata? ¿Porque duda? ¿O porque está esperando una oportunidad mejor para salir indemne de ese asesinato? ¿Su enfermedad es la duda, o la extrema precaución para lograr lo que quiere?”.
Shakespeare y Brecht son eternos para Villanueva Cosse porque cuentan con una suerte de magia que los convierte en adelantados. Aunque claro, acá también hay espacio para la duda: “Ojalá Brecht sea y no sea eterno, porque eso depende de que el mundo siga siendo lo que es. Si cambia, quizás deje de ser necesario, excepto algunas obras que sobrevuelan por encima del acontecimiento, y son inmortales, como Madre Coraje o Galileo Galilei; en cambio, Santa Juana de los mataderos está muy ligada al aquí y ahora. En términos de nuestras vidas, Brecht es eterno porque nos va a sobrevivir. Pero quizás no lo haga como Aristófanes o Esquilo”.
¿Qué función cumple hoy un teatro como el de Brecht? Para Cosse, en la actualidad el teatro es una cúspide de pirámides, porque “está dirigido a una zona social que se siente influida por esa forma de ver las cosas, y tiene la capacidad de hacerlo porque tuvo el privilegio de tener buenos estudios, que hace que en Brecht encuentren algo más, y que incluso él les sea más cercano que Kant, o cualquiera de los demás filósofos. En ese sentido, creo que es un auxiliar necesario, que nos viene muy bien, y que se trata de teatro puro. Es un tipo que tiene la tradición alemana. Y los alemanes tiene una relación central con el teatro”.
Por eso, le preocupa que el teatro no llegue a todos. “No goza de la adhesión de las clases trabajadoras”, opina, y agrega: “Estamos tan acostumbrados a pensar que la clase media es la clase, y nos olvidamos de los extremos. Eso es muy injusto. De alguna forma, de la misma manera que un pensador, un autor o un poeta, el teatro puede generar —en aquellos que tienen la posibilidad de influir en la polis— que se enriquezcan mentalmente. No es más que eso. Vos fijate que en Argentina desaparece un chico y se preguntan dónde está. Ni se sabe lo que quiere decir ‘dónde está’. Primer desaparecido de la democracia, en el reinado de un presidente elegido por la democracia. ¿Es admisible eso? La dictadura nos obligó a acostumbrarnos a 30.000. 30.000 muertos desaparecidos... Y si alguien lee esto en un diario, y al día siguiente se olvida, está perdido. Antes creíamos que la revolución pasaba por el teatro, y nos equivocamos, pero ahora el teatro puede pasar por la revolución. Hay que dejar de pensar que somos proa de algo”.
La resistible ascensión de Arturo Ui va los sábados a las 20.30 y los domingos a las 18.30 en el Teatro El Galpón (18 de Julio 1618). Interpretada por Héctor Guido, Levón, Marcos Zarzaj, Gisella Marsiglia, Guadalupe Pimienta y Arturo Fleitas, entre otros.