Anoche, con una función especial de apertura de La quietud (Pablo Trapero, Argentina), se inició la 18ª edición del Festival Internacional de Cine de Montevideo (Monfic). Todas las funciones serán en las salas del Movie Montevideo y se extenderán hasta el domingo 21. El Monfic suele ser la ocasión para una dosis concentrada de preestrenos de varios de los títulos que, dentro del perfil maduro-artístico, son potencialmente taquilleros, valorizados por el visionado concentrado y comparativo, característico de los festivales, y con la oportunidad de asistir a un precio de entrada reducida. También suele tener una cantidad de títulos interesantes que no tienen prevista una exhibición regular.
Se exhibirán 37 películas, planteadas en seis ciclos: argentino, documental, europeo, iberoamericano, nacional e “internacional” (es la categoría menos específica, porque allí se entrevera una producción estadounidense oscarizable como Nace una estrella –de Bradley Cooper, con Lady Gaga–, con producciones europeas, y las únicas presencias extraoccidentales –de Israel y de Corea–). Es especialmente prometedor el ciclo argentino, que contará con las nuevas realizaciones de Carlos Sorín, Lorena Muñoz y Benjamín Naishtat. Las pocas películas que pude conocer con antelación pueden servir como muestra del interés y de la variedad de las opciones ofrecidas.
El infiltrado del KKKlan (BlacKkKlansman, Estados Unidos) es uno de los títulos-estrella: es el regreso de Spike Lee a su salsa, con su consabida agudeza cuestionadora y la militancia asumida que no esquiva exponer contradicciones e incertidumbres. Está basada en un caso real tan increíble que le da al film un tinte un poco absurdo, y que contribuye a un tono levemente cómico, satírico, jocosamente irreverente, que convive con pasajes y reflexiones dolorosos. Ese conflicto de registros se usa en forma productiva para generar distancia de reflexión y volcar la película, por momentos, hacia el ensayo cinematográfico, incluidas unas cuantas líneas sobre cine y racismo. Cuando uno quiere acordar, esas reflexiones ya enchastraron a la película que estamos viendo: ¿un cuento catártico, o la tomadura de pelo a la irrealidad de la catarsis? (Sábado 13 a las 17.00 y a las 21.50; miércoles 17 a las 19.00, viernes 19 a las 22.00).
Custodia compartida (Jusqu’à la garde, Xavier Legrand, Francia) lidia con una ex pareja, recién separada, que disputa la tenencia del hijo púber. El estilo riguroso, distanciado, nunca nos pone (salvo al final) en la perspectiva de alguno de los personajes. Sin música y sin un uso de la cámara que nos oriente sobre qué perspectiva tomar, y sin un conocimiento directo de las circunstancias previas (más allá de lo que declaran las abogadas de una u otra parte en la primera secuencia), dependemos totalmente de las situaciones que veremos y de las expresiones vívidas de un trío fenomenal de actores protagónicos (sobre todo el niño Thomas Gioria). La historia y los personajes atrapan, pero el estilo es la estrella: hay que ver cómo el director Legrand (es su ópera prima) se maneja para pasar una cantidad de información mostrando tan poco, y apreciar la poesía seca inherente a esa opción. Y cómo (¿paradójicamente?), desde esa distancia helada y formalista, muestra tanta comprensión y compasión por los personajes. La tensión de la secuencia final podría servir de lección para muchos realizadores de cine de terror. (Sábado 13 a las 19.40, martes 16 a las 21.50, sábado 20 a las 17.15).
Hay muchos puntos en común entre Custodia compartida y la británica Lady Macbeth (William Oldroyd, Reino Unido). Ambas son óperas primas, asumen el mismo paradigma estilístico (mucha planimetría, elipsis abruptas, casi nada de música) y lidian con la opresión a la mujer. Quizá Lady Macbeth esté menos resuelta en su curva emotiva, pero es temáticamente más compleja, ya que el espectador debe enfrentar la incomodidad de que la víctima se convierta en victimaria, y no una simpática y justificable tipo Thelma y Louise (Ridley Scott, 1991), sino una mala de verdad. Además, la cuestión de género se cruza con la de clase y la de racismo. Es una adaptación de la novela Lady Macbeth de Mtsensk, de Nikolay Leskov (1865), trasladada a la Inglaterra del siglo XIX. La película mira ese entorno (¿o el mundo todo?) en forma cruel: los personajes que no son una basura total (y algunos de los que sí lo son, pero son menos fuertes, avivados o suertudos) terminan destrozados. (Domingo 14 a las 19.35, lunes 15 a las 16.50).
Chavela (Catherine Gund y Daresha Kyi, Estados Unidos/México/España) es un documental sobre la vida peculiar e intensa de la cantante mexicana (nacida en Costa Rica) Chavela Vargas (1919-2012). Junto a la carrera propiamente musical, la película aborda las dificultades de Chavela con su familia por su actitud masculinizada, luego la constitución de su imagen pública como “mujer más macha que los más machos”, y la importancia enorme que tuvo para las lesbianas en México. El retrato es vívido, emotivo y bien estructurado, la música es imponente, y merecen destaque algunas frases llenas de poesía dichas por Pedro Almodóvar, Miguel Bosé y la propia Chavela. (Viernes 12 a las 19.10, lunes 15 a las 15.35, jueves 18 a las 17.35).
La casa junto al mar (La villa, de Robert Guédiguian, Francia) tiene una estructura teatral: la súbita enfermedad de un veterano lleva a que se reúnan, en la paradisíaca ensenada mediterránea en que vive, sus tres hijos ya sesentones. Toda la película transcurre en ese lugar, con un grupo delimitado de personajes. La reunión es el disparador de algunos eventos presentes, y también nos lleva a hurgar y descubrir paulatinamente hechos del pasado. El esquema es medio vetusto y se desnuda fácilmente como una fórmula para generar escenas dramáticas. Por suerte, también hay reflexiones interesantes sobre las diferencias generacionales y los cambios ideológicos, y la intromisión de la cuestión de los refugiados gira la anécdota hacia un lado inesperado y lleno de resonancias metafóricas sobre el futuro de Europa. (Viernes 12 a las 19.20, domingo 21 a las 19.30).