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El maestro de una época: Hermenegildo Sábat (1933-2018)

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“Nubes poluidas de barullo / invaden mi firmamento / y en el mar de mi serenidad / escriben epitafios / convencidas / de mi muerte”, escribía Hermenegildo Menchi Sábat a fines de los 70, evitando que lo sorprendiera el trance del fin y su sombra incierta: en la madrugada de ayer, Sábat murió a los 85 años, cuando aún continuaba trabajando con destreza, gracia y precisión. A lo largo de su vida fue, a la vez, caricaturista, escritor, ilustrador, periodista, fotógrafo y músico. A los 12 años publicó su primer dibujo y después vino todo el resto: trabajó en el diario Acción, donde conoció a Juan Carlos Onetti, a quien fotografió y dibujó en numerosas ocasiones, y al que le dedicó un libro –Pesimista militante (2009)– que reúne 22 ilustraciones en una sucesión de retratos que conmueven, y que acompaña de frases lacónicas del estilo “vivió intimidado y convivió asustando a quienes lo querían”, “Desde ya, escribió y describió al Río de la Plata como casi ninguno de este siglo”. Después integró la redacción de El País, colaboró con Marcha y en 1966 se instaló de manera definitiva en Buenos Aires. Si bien desde hace 38 años acompaña con sus dibujos muchas de las notas políticas del diario Clarín, también publicó en Primera Plana, La Opinión y Crisis, además de reconocidos medios periodísticos y gráficos del mundo, como The New York Times, L’Express, American Heritage, Punch y Globo.

Convencido de que la curiosidad era imprescindible, y de la belleza de dedicar una vida a la búsqueda y la experimentación, este maestro –y referente de grandes ilustradores uruguayos, como es el caso de Mingo Ferreira– inmortalizó a un Carlos Gardel con alitas, un Onetti con la mano quebrada por el cigarrillo, el abrazo entre Ástor Piazzolla y Aníbal Troilo (que se convirtió en un mural del subte de Buenos Aires), pasando por personalidades como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Django Reinhardt o William Faulkner. Menchi se convirtió en un artista de culto, que ha sido nombrado ciudadano ilustre de Buenos Aires y Montevideo, entre una larga lista de premios y reconocimientos.

Influenciado por su abuelo (Hermenegildo Sábat Lleó, pintor y caricaturista), y algunos dibujantes de principio de siglo como José María Cao Luaces, Manuel Mayol, Mario Zavattaro y Málaga Grenet, que integraron la primera época de la revista argentina Caras y Caretas, produjo una obra que llegó a ser apabullante, con logradísimos retratos del mundo jazzístico y tanguero, aunque, para algunos, su gran hallazgo fue su control de la humedad de la acuarela.

En paralelo, desarrolló un importante trabajo editorial. Uno de sus mejores libros, Adioses tardíos (1998), conforma una verdadera clase de escritura y reúne varias notas en las que se refiere a las anécdotas más imprevistas del mundo del jazz, además de vivencias que el autor protagonizó junto a escritores como José Donoso y Onetti, en las que alterna sus reflexiones sobre la condición del artista, y exquisitas biografías de músicos, entre los que se encuentra el desopilante Django Reinhardt, al que le dedica “Fogosas flores de celuloide”, un relato biográfico descollante. Pero también está Abstemios, abstenerse (2004), un inventario parcial de alcohólicos conocidos –Oscar Wilde, Humphrey Bogart, Raymond Chandler, Winston Churchill, William Faulkner, Scott Fitzgerald, Gatica-; Siguen las firmas (2006), un compendio de retratos y textos que dialoga con los artistas, con la pintura, con sus interlocutores; o Que no se entere Piazzolla (2008), una “contribución a la iconografía apócrifa del gran músico”. También fue el autor de la tapa del disco de Piazzolla y Horacio Ferrer de la ópera-tango María de Buenos Aires (1968), y Piazzolla, por su parte, escribió el prólogo al libro de Sábat sobre Gardel, Al troesma con cariño (1978).

A lo largo de su vida, cuando le preguntaban por su trabajo se resistía a responder y aseguraba que sus ilustraciones, su interpretación de las personas y las situaciones que retrataba no tenían palabras. En diciembre de 1972, en La Opinión, Sábat le decía a Osvaldo Soriano: “Hacer caricatura política no implica transmitir una ideología, aunque uno esté cargado con ella. Lo importante es transmitir algo sin palabras. Si el dibujante no lo consigue, ha fracasado”. Para el autor de Georgie dear las palabras mataban el “sentido creador”, el asunto era cómo abordar los hechos: creía que trabajar sin palabras impulsaba la imaginación sobre cómo se vivía determinada situación.

Hermenegildo Sábat (archivo, 2006)

Foto: Ricardo Antúnez

Más de una vez, sus caricaturas, dibujos e ilustraciones periodísticas resultaron incómodas, sobre todo en la época de la dictadura militar, cuando circuló un célebre dibujo de los cuatro dictadores de Argentina (Rafael Videla, Roberto Viola, Leopoldo Galtieri y Reynaldo Bignone) vestidos como viudas. En 2008, fue la presidenta Cristina Kirchner la que se sintió violentada por una ilustración que la mostraba con la boca vendada (“Es un mensaje cuasi mafioso”, declaró Cristina, y él se limitó a decir que ella “carecía de sentido del humor”). Curiosamente, el que salió en su defensa fue Horacio Verbitsky, de Página 12, que dijo: “Con Menchi no”.

Como fotógrafo fue menos conocido, incluso cuando retrató, en los 50, a una mujer que caminaba desnuda por Montevideo en pleno día y, tiempo después, a Fidel Castro en Punta del Este. “La fotografía te da una aproximación a muchísimas cosas, y cuenta con mecanismos que hay que conocer. La pintura es otra historia”, decía, atraído por esos “mecanismos propios, a los que da mucho más trabajo acercarse, aproximarse”.

Se dibujó una sola vez y porque se lo pidieron. “No soy tema de elucubraciones plásticas”, advertía. Entre sus múltiples variantes, Sábat aportó a la picaresca criolla, pudo sonreír con las letras de los tangos, y contó con los elementos que conducen a comprender lo que hacemos y por qué. Y quizá ese sea su epitafio más acertado.

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