Pensar en El guardaespaldas es pensar en la noventosa película de Kevin Costner y Whitney Houston, pero hay que reconocer que la figura del hombre empleado para proteger a otros incluso a costa de su vida es una que ha sabido reiterarse a lo largo de la historia del cine y la televisión.
Sacando al Frank Farmer que encarnó Costner, tenemos otros ilustres ejemplos, como Frank Horrigan (Clint Eastwood), el protagonista de En la línea de fuego (1993), o Michael Bryce (Ryan Reynolds) obligado a proteger al asesino interpretado por Samuel L Jackson en The Hitman’s Bodyguard (2017). Más cercano geográficamente estaba el taciturno Rubén (Julio Chávez) en la argentina El custodio (2005) y acompañamos durante dos temporadas al televisivo Christopher Chance (Mark Valley) en la serie The Human Target (2010), lejana adaptación de la historieta homónima.
La idea de alguien capaz de dar su vida por otro, las tensiones que se pueden dar entre protegido y protector en medio de un entorno hostil, la extrañeza de generar una cotidianidad en esa atmósfera enrarecida son caldo de cultivo para que la ficción regrese una y otra vez al tema. Sin embargo, Bodyguard no se queda sólo en eso, sino que abre la cancha en otras direcciones que terminan por enriquecer aun más el producto.
Una noche cualquiera, el policía metropolitano británico David Budd (Richard Madden) vuelve a casa con sus dos hijos pequeños en el tren. La actitud de un pasajero le llama la atención y pronto contacta a la inspectora de a bordo, quien le confiesa que hay una alerta de bomba terrorista a bordo. Budd se pone en movimiento y termina por encontrar a una mujer árabe con un chaleco bomba a punto de estallar(se) en un baño.
Pero allí donde muchas películas de Liam Neeson nos han enseñado que la cosa se soluciona a los golpes, acá pasa algo muy distinto: el policía confiesa ser un ex soldado, uno que estuvo en Afganistán, donde la pasó bastante mal, y que no quiere que nadie más muera por esa guerra. Así que en un intensísimo giro, Budd hará todo lo posible por salvar su vida, la de la mujer y la de cualquiera que esté en el rango de la bomba. El incidente nos presenta al personaje y ya propone las características de la propia serie, en la que nada se va a solucionar como uno espera.
No hemos contado gran cosa. Lo anterior apenas si ocupa los primeros 15 minutos de los seis episodios de una hora que dura esta estupenda serie de la BBC (en Netflix), y son simplemente el prolegómeno de lo que la serie verdaderamente va a tratar: la buena acción de Budd le genera un ascenso: ser el guardaespaldas de la polémica ministra del Interior Julia Montague (Keeley Hawes), quien está ascendiendo políticamente a toda velocidad, para disgusto de sus rivales (e incluso compañeros).
Así, Budd se verá involucrado en un juego que claramente lo supera. Si bien es un estupendo profesional entrenado para proteger a la dirigente, hay muchas más cosas en juego. La ministra enfrenta a todo y a todos: tiene enemigos dentro de la Policía, el servicio secreto e incluso entre la gente del primer ministro. Esto dispara una intriga política en la que Budd será usado como peón y que no le ahorra –además de todo– tener que ponerle el cuerpo a las balas (literalmente) en un par de virulentos atentados sobre la ministra (con quien, para colmo de males y en un guiño a la película de Costner y Houston, comienza a tener una relación demasiado personal).
Aunque muy probablemente los picos de tensión de la serie estén en sus extremos –al inicio y al final–, el guion tiene los correspondientes giros –algunos muy sorpresivos– como para impedir que uno se relaje, aunque sea brevemente. Cuando parece que entendemos para dónde va la serie, ya sean el contexto o el accionar de sus personajes cambian de manera sorpresiva.
Eso es un gran aliciente para disfrutar de una historia compleja y muy bien construida. Allí se ve la mano del creador de Bodyguard, el escritor Jed Mercurio, quien fuera responsable durante más de cinco años la serie policial Line of Duty, es decir, un hombre que entiende muy bien como funciona la alta política de seguridad británica.
El protagónico absoluto recae sobre Richard Madden, quien puede –por fin– recuperar la gloria y popularidad a la que lo había lanzado su participación en Game of Thrones en la piel de Robb Stark. Luego de su rol en una de las más aclamadas series de los últimos tiempos, Madden tanteó otros proyectos con menos suerte –entre ellos se rescata la miniserie histórica Klondike– y parecía que su cuarto de hora había terminado. El éxito de esta Bodyguard ha hecho sonar su nombre como posible sucesor de Daniel Craig en los zapatos de James Bond.
Aquí Madden se brinda por completo a un personaje complejo, que vive en la piel los estragos de la guerra (en más de un sentido) al mismo tiempo que trata de asomar la cabeza dentro del fango político que lo va hundiendo más y más, episodio a episodio. Un retrato político muy poco amable para una realidad británica enrarecida por los cambios recientes.
Dentro de las opciones de Netflix, esta es una muy puntual, contenida y contundente. Una miniserie tensa, entretenida y muy bien realizada.
Hay fundamentos
» A pesar de que uno podría creerlo un cliché, la trama romántica entre guardaespaldas y política se basa en un caso real, aunque se trató de la esposa de un ministro con un custodio.
» Los reconocidos periodistas de la BBC Andrew Marr, John Pienaar, John Humphrys y Laura Kuenssberg participan en la serie, interpretándose a sí mismos.
» El éxito crítico de Boyguard disparó pretensiones de segunda temporada. Madden y Mercurio se han reunido para desarrollar en conjunto una nueva aventura para David Budd.