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Calígula en el teatro Circular. Foto: Alejandro Persichetti

La obscenidad del poder

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“Calígula”, de Camus, en la versión de Goldstein.

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Calígula fue un legendario y megalómano emperador de Roma que eligió como emblema personal la recordada frase “Que me odien, con tal de que me teman”. Sus atrocidades se extendieron por vías insospechadas: condujo a su suegro al suicidio, mató a su abuela, tuvo relaciones incestuosas con sus tres hermanas y maltrató y humilló a varios senadores romanos. En él se inspiró la primera obra de teatro que escribió Albert Camus en medio del caos de 1937, y con ella inauguró el período conocido como su ciclo absurdo (al que también pertenecen El extranjero y El mito de Sísifo). La obra muestra a un Calígula quebrantado por la muerte de su hermana y amante, hasta que, finalmente, planea su propio asesinato.

El sábado, el teatro Circular estrenó esta puesta que propone un decidido alegato sobre el poder y sus arbitrariedades, la corrupción y la intriga, con la dirección de Alfredo Goldstein y las interpretaciones de Moré, Paola Venditto, Claudio Castro, Oliver Luzardo, Gustavo Bianchi, Guillermo Robales, Agustín Bequio, Sebastin Martinelli e Ignacio Estévez.

Para el director, Calígula lo tiene todo: no existe riqueza material que le haya sido negada, vive el sexo y el amor y enarbola el poder máximo con el que contaba el imperio romano casi a sus inicios, por eso “le queda aspirar a lo imposible”, que siempre “está más allá de la Tierra”. “Está en la gran naturaleza, esa que nadie puede poseer. No le alcanza con igualarse a un dios, con el que juega y del cual se burla”, plantea Goldstein, y recuerda que en determinado momento se pregunta “¿Qué es un dios como para que yo quiera parecerme a él?”.

Para él, la insatisfacción de Calígula y sus límites insospechados del deseo también implican la destrucción de sí mismo y de los demás. “En este universo sin sentido, en el que ʻlos hombres se mueren y no son felicesʼ, ¿qué le queda a aquel que no aspira a nada que sea realizable? El ensayista Robert Brustein hablaba de la ʻrebelión existencialʼ, unificando en esos términos el teatro de Eugène Ionesco, de Camus, de Jean Genet o de Tennessee Williams. El individuo se siente como en una cárcel, en una suerte de mazmorra desde la cual casi nunca puede ver el sol, y la incomunicación se transforma en una angustia”. Por eso, advierte que Calígula se rebela, pero sus métodos siempre conducen a la arbitrariedad, a la burla de los demás, a jugar con la vida de todos e incluso con la suya, como si en verdad habitara en un gran teatro. “Es un déspota, a veces aniñado, a veces demasiado maduro, siempre consciente de lo que está haciendo, y la tradición de su locura se sustituye a cada paso ʻpor un manejo de director de escena de su trayecto existencialʼ”.

¿Cómo se posiciona, desde el presente, esta insatisfacción humana, esta reflexión sobre el poder, los deseos y la corrupción? Goldstein cuenta que el propio Camus no era partidario de un Calígula regido por togas romanas, incluso cuando Roma fuera una referencia, y por más de que los nombres de muchos de los personajes abreven en la obra de Suetonio, historiador y biógrafo de los emperadores romanos; para él “Roma es Estados Unidos, es Rusia, es Brasil, es cualquier lugar en el cual el despotismo pueda instalarse sin medidas. Por eso apelamos a un Calígula cercano en imagen y lenguaje, porque por algo la pieza se concibe poco antes de la Segunda Guerra Mundial y se estrena a fines de esta. Los fantasmas que asomaron con crueldad extrema en esa guerra levantan la historia de Camus hasta convertirla en una alegoría de los abusos del poder, más allá de cualquier época. La corrupción estaba en esa antigua Roma y pulula en el mundo político de hoy. La poca trascendencia de la vida es la rectora de gran parte de lo que nos sucede aquí y ahora”.

El director recuerda que Camus escribió en un tiempo en el que la filosofía y el drama se fusionaban hasta el punto de poder llegar a sepultar al mismo drama. Pero hoy, cuando “esa filosofía ya no es exactamente la misma y las reflexiones en un texto poseen un impacto y una expectativa distintas en el público, el centro de todo está en que los deseos humanos no han cambiado demasiado. Las ansias de poder están ocultas u obscenamente visibles. Lo repudiable de Calígula, que se divierte con su propia maquinaria mortal, también tiene sus grises. Y de esos grises nos ocupamos hoy, en este confuso y posmoderno siglo XXI”, asevera.

Para el montaje, lo primero que decidió fue apelar a un lenguaje textual muy cercano al espectador contemporáneo, aun cuando mantuvo los parámetros propuestos por el autor. A partir de la traducción, encontró en la cotidianidad un elemento esencial para que la filosofía existencial no se convirtiera en protagonista, sino que lo fuera, esencialmente, la acción dramática. Asegura que Calígula puede transcurrir en la Roma antigua o en la casa de gobierno de cualquier país cercano o lejano, precisamente porque “los que rodean el poder están ahí, al acecho, padeciendo y compartiendo las heridas que asoman en las distintas clases sociales”. Y, junto con los actores, buscó desacralizar el poder, “acercarlo al absurdo, a lo tragicómico incluso, en medio de cierta elegancia de una clase alta que se pone guante blanco para matar o ser cómplice de los asesinatos”.

“La felicidad no vive de la destrucción de los demás”, dice Cesonia, la única mujer de la obra y la amante “más antigua” de Calígula, porque “la felicidad está en jaque en toda la pieza y en toda la versión. La actuación, el espacio, el vestuario, el enfoque: todo apunta a los Calígulas que andan en la mente de muchos y en las terribles realidades de otros. Nada justifica sus acciones, pero todo hombre quiere lo que, en su interior, sabe que no puede tener. Por algo los que creen se inventan dioses poderosos y eternos”.

Por eso, propone que Calígula pasará a la historia, al igual que otros, como un emperador de una crueldad inusitada, aunque su reinado sólo haya abarcado unos tres años. “Pero no hay que olvidar que era la promesa de Roma, que era escrupuloso, querido, venerado... En un permanente juego de espejos, quizás Camus nos quiera mostrar el escorpión debajo de la piedra. Al levantarla, el universo puede dinamitarse...”.

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