El ya veterano productor y guionista de series de televisión Chuck Lorre podría ser el mascarón de proa de toda una generacion de productores y guionistas que nació y dio sus primeros pasos en un formato de televisión ya casi que abandonado –el de las series que estrenaban semana a semana “capítulos cerrados”–, en su caso con productos como Dharma y Greg (cinco temporadas, entre 1997 y 2002) o las ya mucho más exitosas Two and a Half Men (12 temporadas, entre 2003 y 2015) y The Big Bang Theory (13 temporadas, entre 2007 y la final, anunciada para este año), que terminaron por volverlo el formato paradigmático a la hora de ver televisión a fines del siglo XX y durante varios años del XXI.
Lorre, o el “rey de las sitcoms”, como se lo conoce en Hollywood, aprendió como pocos el arte de la comedia en formato de 20 minutos, de capítulo autoconclusivo pero que además construye –apenas, pero construye– una historia mayor. Y a medida que se sucedía la “primavera de la televisión”, y con ella cambiaba la manera de hacer –y ver– televisión, aprendió a modificar sutilmente sus productos y a adaptarlos –modernizarlos– hasta volverlos vigentes y que lograran mantenerse en el top de los ratings. No siempre lo logró, claro. De hecho, una condición que se repite en varios trabajos de Lorre es el no saber abandonar a tiempo, y así es como tenemos cuatro temporadas de Two and a Half Men sin su protagonista, Charlie Sheen (lo que era como imaginar a Los Soprano sin Tony o a The Wire sin McNulty), o las últimas tres o cuatro temporadas de The Big Bang Theory siendo absolutamente herméticas para todo aquel que no la haya seguido desde la primera entrega.
Como sea, ya sea porque se trata del primer producto de Lorre pensado para la televisión moderna (directamente estrenado en Netflix) o porque se encuentra en el cenit de sus propias creaciones (las primeras tres o cuatro temporadas), es muy interesante descubrir El método Kominsky, su nueva serie, que mantiene todas sus marcas de fábrica pero lo encuentra además arriesgándose a entrar en territorios nuevos y desconocidos.
El Método Kominsky es el nombre del lugar donde Sandy Kominsky (Michael Douglas), otrora un conocido actor de Hollywood, imparte sus prestigiosas clases de actuación. Pero aunque las clases –y los alumnos– tendrán participación e importancia en la serie, esta gira mayoritariamente sobre la relación de Sandy con su mejor amigo –y representante–, Norman Newlander (Alan Arkin), quien luego de 43 años de matrimonio con su esposa Eileen (Susan Sullivan) se ve en la tremenda situación de enviudar luego de que ella sufriera un vertiginoso cáncer. Lo último que le pide Eileen a Sandy –quien le presentara a Norman tantos años atrás– es que cuide de él, pero el problema es que el propio Sandy es alguien a quien no le vendría mal algo de supervisión: mujeriego, bebedor y bastante irresponsable (cumple así con casi todos los requisitos de un personaje de Chuck Lorre clásico), terminará encontrando junto al gruñón, sarcástico, deprimido pero aun así encantador Norman una mecánica a lo Extraña pareja –aunque nos encontremos aquí con un Félix más combativo y un Oscar más amable– que será el combustible del humor de la serie.
La serie en estos primeros –y únicos hasta el momento– ocho episodios encuentra un balance más que adecuado entre humor y emoción (hay que reconocer que en los primeros dos episodios se llora tanto como se ríe), balance que se logra además gracias a la tremenda interacción que se da entre Douglas y Arkin. Parece mentira que nunca antes hayan coincidido en nada, ya que la química que se da entre ambos actores confirma esa amistad de tantos años que deben representar. La labor de los dos es ejemplar –sostén absoluto de la funcionalidad de la serie–, pero es Arkin quien se roba cada escena que protagoniza, apoyado en un personaje maravilloso; el gruñón y desencantado Norman Newlander es oro en las manos del veterano intérprete y le saca jugo a cada línea de diálogo. Su ping pong de diálogos filosos y veloces con Douglas es sólo una de las muchas cosas que hacen de El método Kominsky algo digno de ver. No es la única, claro. Hay buenas apariciones secundarias de Nancy Travis –como alumna de Douglas–, de Sarah Baker –como la hija de Sandy y quien lleva adelante el lugar de clases–, de la ya mencionada Susan Sullivan –porque Eileen se mantiene en la serie más allá de su muerte, ya lo verán– y de un rescatado Danny de Vito, que tiene un par de magníficas apariciones especiales.
Lo cierto es que estos pocos episodios funcionan casi como un período de prueba, una pequeña muestra de lo que pueden rendir idea y elenco, que nos deja esperando más. Por ahora, bien ahí.