Cultura Ingresá
Cultura

Vicio en Washington: “El vicepresidente (Vice)”, dirigida por Adam McKay

4 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

El vicepresidente, es una película de acción política, en forma explícita. Cuenta la biografía de Dick Cheney, vicepresidente de Estados Unidos de 2001 a 2009, considerado el vicepresidente más poderoso de la historia estadounidense, el verdadero poder detrás de la presidencia de George W Bush. A través de su figura se cuenta la manera en que se debilitaron varias de las premisas de lo que se consideraba democracia (respeto por los derechos humanos, por la privacidad de los ciudadanos, acotamiento del poder del Ejecutivo por los demás poderes, tratamiento mínimamente respetuoso de la información pública).

Las cuestiones son serias y la película deja un sabor bastante amargo, pero el tono es irreverente. Uno se ríe de la personalidad nada carismática de Cheney y de su torpeza social, en contraste con tanto poder y tanto éxito. Uno se ríe, también, del torrente de creatividad cinematográfica, que viola constantemente los códigos de “transparencia” de la narrativa clásica y desnuda sus artificios, aunque lo hace siempre al servicio de una tesis, con lo que esos recursos funcionan más como chistes o como artificios didácticos que como transgresiones modernistas a lo Jean-Luc Godard. Hay de todo: los comentarios en voz over que ironizan y analizan los eventos, que incluso dialogan con los espectadores, y que son oriundos de un personaje cuya naturaleza comprenderemos recién hacia el final; flashforwards; futuros alternativos (incluso un falso final hacia la mitad de la película); ilustraciones actuadas de hipótesis sobre qué habrá pasado a puertas cerradas en determinada ocasión, o literalizando alguna figura de lenguaje, por ejemplo, cuando el encargado de marketing (un cameo de Alfred Molina), vestido de maître de restorán, ofrece a los comensales (miembros del Ejecutivo), en forma apetitosa, una serie de posibilidades eufemísticas para referirse a prácticas que, si fueran aludidas con su nombre común (“tortura”, “intervención no-autorizada por la Justicia de las comunicaciones privadas de los ciudadanos”) serían condenadas por la opinión pública y la justicia.

La posición ideológica de la película queda clara desde el doble sentido del título original, que asimila las dos acepciones de vice (“vice” y “vicio”). La articulación muy explícita de las tesis suele ser característica de ciertos tipos de no ficción. Hay una probable influencia inmediata de Michael Moore, y quizá de otras vetas de documental militante de hace décadas (el recurso de ilustrar ciertos esquemas usando muñequitos frente a una maqueta recuerda la realización colectiva francesa La espiral, de 1976). En el ámbito de la ficción, hay similitudes con El divo (2008), de Paolo Sorrentino (biopic de un político que entonces seguía vivo –Giulio Andreotti–, con una personalidad retraída y mirado en forma francamente negativa en un estilo no naturalista), y algún detalle reminiscente de la serie House of Cards (sobre todo cuando, en la última escena antes de los créditos finales, Cheney rompe la cuarta pared y habla directamente a cámara, explicitando algunas de sus posiciones).

El vicepresidente tuvo las adhesiones suficientes como para clasificarse entre las nominadas a mejor película en la próxima edición de los premios Oscar. La taquilla, sin embargo, fue moderada y no bastó para recuperar la inversión de película “clase A”. La crítica tendió a ser chaucha, debido a una especie de sentido común actualmente vigente y según el cual es poco artístico tomar posición con respecto a la política partidaria. Tal sentido común es funcional a manejos ilícitos del poder, ya que rebaja las discusiones políticas prácticas a un nivel meramente de posturas religiosas o tribales. A partir de ahí, claro, cualquier cosa deja de ser contemplada como una argumentación que pide reflexión y respuesta, y pasa a ser simplemente un “qué esperabas que dijera, si es un liberal...”.

La película tiene mucho de “catarsis liberal” contra los avances “conservadores” de las últimas décadas –que los gobiernos demócratas de Bill Clinton y Barack Obama apenas atenuaron, sin lograr revertir–. Christian Bale contribuyó a esa idea cuando, al recibir el Globo de Oro por su actuación como Cheney, agradeció a Satán por la inspiración. Pero no es atinado reducirla a una especie de insulto a Cheney y la tendencia conservadora. El retrato de Dick Cheney no carece de aspectos positivos y que pueden suscitar simpatía: su adhesión y fidelidad a la hija lesbiana (que lo hizo asumir una actitud decidida en favor del casamiento homosexual), su respeto por la esposa, su integridad con respecto a las propias ideas sin preocuparse por el divismo personal, la dignidad corajuda frente a serios problemas de salud. Por lo demás, la película lo muestra haciendo las cosas que nadie discute que hizo: reducir los impuestos para los más ricos, oponerse a las medidas ecologistas, favorecer la industria petrolera, pujar por la guerra de Irak –incluso contribuyendo a urdir la mentira de las armas de destrucción masiva–, justificar la vigilancia de los ciudadanos en nombre de la seguridad, defender la tortura y asumir la teoría dictatorial del Ejecutivo unitario. Quizá el único punto un poco forzado (por la exageración unilateral, no por carecer de fundamento) es el argumento de que las políticas de Cheney y Bush fueron directamente responsables por la formación y fortalecimiento de Estado Islámico. Claro que el tono –cómico, irónico, cínico– de la película tiende a carnavalizar sus posiciones y realizaciones, pero no las tergiversa: no es imputable a la postura ideológica de la película el hecho de que la enunciación explícita de las realizaciones de Cheney suene poco defendible. Además, para muchos espectadores, su discurso final a cámara, argumentando que, gracias a él, el ciudadano estadounidense vive con mayor seguridad, suena como una justificación razonable.

La realización es sensacional, con muchos de los mejores toques de comedia que se hayan visto en el cine reciente, un montaje de un virtuosismo abrumador, una deliciosa banda musical satírica (de Nicholas Britell), un trabajo de maquillaje espectacular, además de grandes actuaciones de todos los integrantes del reparto.

El vicepresidente (Vice). Dirigida por Adam McKay. Con Christian Bale, Amy Adams, Steve Carrell. Estados Unidos, 2018. Life Punta Carretas, Alfabeta, Movie Montevideo, Portones, Punta Shopping.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesa la cultura?
None
Suscribite
¿Te interesa la cultura?
Recibí la newsletter de Cultura en tu email todos los viernes
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura